El 10 de agosto de 1933, el periodista y escritor Alberto Insúa publicó en La Voz, un diario vespertino que empapeló Madrid durante dos décadas, un pronóstico futurista en el que ya deberíamos estar inmersos. Entonces, Insúa, metido de lleno en una ola de calor que abrasaba las piedras, anhelaba estar en el siglo XXI con un clima a gusto del consumidor. “El hombre vivirá seguramente en una tierra paradisíaca” decía, regulada por la tecnología de tal forma que nunca haría excesivo frío ni calor. Lo que hizo fue transmitir una utopía para él esperanzadora, desde una habitación casi flameante con el calor apenas sofocado por un ventilador, según llegó a argumentar. Han pasado décadas, ya ha llegado esa fecha y yo estoy exactamente igual, solo que con un teclado multicolor que pone negro sobre blanco en una pantalla de ordenador, que, para más inri, aún recalienta más el despacho.

Los mapas retrospectivos de la agencia estadounidense NOAA permiten ver qué escenario tenían entonces, y no dista mucho del actual. Había una vaguada en el Atlántico occidental que arrastró, hacia la península y más al norte, una masa de aire subtropical. De esas cuyo origen suele ser el Sahara. Esta semana el tablero meteorológico será parecido, solo que en vez de una onda habrá una pequeña baja en niveles altos de la troposfera que abrirá, igualmente, la puerta al aire sureño.

Aquel día de 1933, trascendió también la muerte de varias personas en España debido al calor. El diario Luz trasladó que la localidad andaluza de Bailén había registrado “65 grados al sol y 41 a la sombra”. Las temperaturas de los instrumentos expuestos directamente al sol no son válidas, porque el aparato se recalienta y no es fiel a la marca real del aire. Por eso se han desechado multitud de datos de antaño, porque no cumplían con las directrices de los organismos competentes, de la ciencia más rigurosa, por mucho que algunos se empeñen en sacar recortes descontextualizados para renegar del calentamiento global.

Parte de estas referencias han sido extraídas de un texto de Antonio García Jiménez, del blog de la Biblioteca Nacional de España. Ahí el escritor reporta datos extraordinarios recabados en Estados Unidos o Inglaterra a principios de siglo XX, de cuando los 36 o 38 ºC eran una noticia abrumadora. Este verano, la localidad inglesa de Coningsby metió por primera vez a su país por encima de la barrera de los 40 ºC. Nunca antes se había medido allí un dato igual. La quimera de Insúa ahora perdura en la mentalidad de quienes creen que los humanos sí estamos consiguiendo manipular el tiempo -los huracanes teledirigidos de Trump, por ejemplo- y en aquellos que ven en el actual cambio climático una invención para amedrentar al personal. En la atmósfera y la sociedad tenemos los fenómenos de siempre, pero pasados de rosca.