Querido Enrique: Te has ido y nos has dejado horrorizados. Lo has hecho en silencio, con discreción. Lógico, así eras. Pero la discreción no era ni la única ni la mejor de tus muchas cualidades. 

Nunca he olvidado aquel 9 de octubre de 1977 en el que haciendo autostop a la salida de València me llevaste hasta Teruel. María y tú ibais a pasar el día en Albarracín. Conducías un R5-TS azul metalizado y matrícula de La Coruña. Menuda joyita para aquellos tiempos. 

El siguiente encuentro tuvo lugar un par de meses después en el departamento. Recuerdo con la misma intensidad el día en el que, ya a punto de irnos, saliste de tu despacho y me dijiste que como todos los días iba a trabajar, podía utilizar una de las mesas que estaba en un despacho, ya que nadie la ocupaba. No te puedes imaginar lo que aquello supuso para mí. Llevaba varios meses haciendo la tesina ocupando un asiento en la mesa central del Seminario, porque en aquel entonces los departamentos eran Seminarios. Era un reconocimiento, aunque no tuviera ni beca ni contrato. Era el primer paso. Poco después me dijiste si podía ir a vigilar un examen. Era otro paso y los dos de tu mano.

Otro momento que tampoco he podido, ni querido, olvidar fue cuando una noche al ir a tu despacho para despedirme hasta el día siguiente, me dijiste si me había planteado cambiar de tema de tesis. «Con ese tema te estás echando encima toda la antijuridicidad y toda la culpabilidad», me dijiste, dándome una serie de razones de por qué pensabas lo que me estabas diciendo. 

Me recuerdo junto al quicio de la puerta notando como una losa de mármol de dos toneladas de peso se elevaba sobre mis hombros y me permitía respirar. Estaba en un callejón sin salida y me indicaste por donde podía salir. Eso era en marzo, entre fallas y semana santa. En diciembre leía la tesis. A día de hoy aun puedo sentir aquella sensación de alivio. Gracias Enrique.

Si tuviera que señalar dos de tus cualidades, una de ellas sería la elegancia. De siempre te he considerado una persona elegante, en el porte, en el trato, en el modo. La otra sería tu humanidad. Tu etapa como director del departamento supuso el fin de una época y el inicio de otra que aún perdura, en la que todos tenemos cabida con independencia de que seamos verso suelto o estrofa de un largo poema. Gracias Enrique. Nunca te podremos olvidar, siempre estarás en mi recuerdo con enorme cariño.