Fue el pasado día 18, en el auditorio del edificio CaixaForum de Valencia. Allí, un grupo de aguerridos comunicadores de meteorología y climatología había sido engullido por el Ágora de Calatrava, cuyo interior es una nube whale’s mouth de manual. Yo acudí como invitado y rebañé uno de los últimos asientos de la platea, que estaba llena hasta la bandera. En el patio de butacas había muchos compañeros del ámbito y amigos, también un buen puñado de estudiantes de estas y otras materias, entre ellas del marketing y la comunicación; en el escenario, una mesa redonda con reconocidos expertos y comunicadores bajo la tutela de Joan Carles Fortea, meteorólogo de À Punt, que ejercía de moderador. 

Aquel viernes era el segundo día del primer Foro Nacional de Meteorología y Comunicación del Cambio Climático, un encuentro hoy indispensable que tuvo una organización impoluta promovida por la televisión autonómica valenciana. Instantes antes de que yo cogiera el micrófono y saltara la polémica, los participantes estaban hablando de la excelencia en la comunicación del cambio climático, que debe ser un cóctel de rigor, emoción y creatividad apuntalado con una dosis de refuerzo positivo. Llegó el turno de preguntas y levanté la mano, Fortea me vio y fui correspondido en cuestión de segundos. Me presenté y empecé a esgrimir mi argumento, que transitaba efectivamente por esos valores hasta que pasé del escenario ideal al otro, el real, en el que los medios tienen un hambre voraz de audiencia y hay una brutal sobreinformación.

Tomás Molina no me entendió. Probablemente, yo tampoco me expliqué del todo bien. Ante este presentador y físico catalán solo puedo hacer reverencia porque, quizá, parte de culpa de que yo esté aquí juntando letras sobre la temperie es suya, de Alfred Picó y Francesc Mauri, entre otros. Lo que dije fue que, ante los titulares sensacionalistas que diariamente se hacen virales, la información «blanca» sobre el cambio climático se pierde entre la multitud. Y esto no es una consideración subjetiva, sino objetiva, basada en datos de mis análisis de audiencia como responsable de redacción. Hasta que consigamos que algunos medios, no todos, dejen la farándula para referirse al calentamiento global, tenemos que aprender a manejar las noticias de impacto para colarnos en los salones y los móviles de la gente. Hoy debemos ser rigurosamente llamativos, porque el buenismo por sí solo nos lleva a la intrascendencia. ¿Y qué podemos hacer para que los disidentes sensacionalistas hablen con la debida propiedad? Remar todos a una con el «Pacto de Valencia», que se presentó después del turno de preguntas. Yo no lo vi venir y Molina me cortó. ¡Tampoco fue para tanto!