La convivencia un año después de la guerra
"Ucrania y Rusia tienen relación desde hace siglos, no queremos perderla por Putin"
La convivencia entre rusos y ucranianos se tensó las tres primeras semanas de guerra entre reproches mutuos, pero después de un año la situación ha vuelto a la normalidad
Los niños no tienen prejuicios ni entienden de banderas, por eso Aleksandra y Sofía, rusa y ucraniana, son las mejores amigas en la clase de infantil del CEIP Les Arts. Las dos llegaron a raíz de la guerra hace más o menos un año. Los padres de una huyendo de las bombas, y los de otra del reclutamiento forzoso. Pero ellas no saben nada de eso. Son dos niñas.
La convivencia entre rusos y ucranianos un año después de la guerra está calmada, pero la invasión trajo reproches mutuos y ecos incluso en València. Aleksander, que es de Siberia pero trabaja como repartidor en València desde hace tres años, explica que su hija de diez años tuvo algunos problemas en el colegio. "Empezó a tener compañeras ucranianas y la cosa se tensó por la invasión, pero curiosamente sus amigas españolas las obligaron a no hablar más del tema para que no estuvieran enfadadas, ahora todas son amigas", explica.
Pese a todo, asegura que las relaciones entre Rusia y Ucrania han sido muy cercanas "durante siglos", y que "sería una pena que se perdieran por culpa de Putin".
El principal problema fueron las tres primeras semanas de guerra, y Aleksander llegó incluso a perder un empleo. "Trabajaba para un empresario ucraniano repartiendo comida, pero de repente dejó de llamarme y me dijo que ya no contaba conmigo porque era ruso", cuenta.
Compagina sus trabajos con la labor de voluntariado dando alimentos a personas necesitadas en la asociación Amigos de la Calle. Lleva un año repartiendo para familias ucranianas. "No he tenido ningún problema, entendemos que todos somos humanos y el trato es cordial con la mayoría, con el resto, intento no hablar y ya está", remarca.
Vladimir también es de Rusia, y dice que no ha vivido en ningún momento la "rusofobia". Dice que la relación sí que se enturbiará por la guerra, que es inevitable. Aleksander cuenta que sobre todo al principio de la invasión sufrió muchas veces que "te miraran o te trataran diferente cuando dices que eres ruso" o incluso algún encontronazo con una persona mayor. Tras el primer mes, la cosa se calmó.
Rusofobia de los valencianos
Para Aleksander, el conflicto que estalló el año pasado hunde sus raíces desde hace casi una década. "Muchos compatriotas en Rusia solo ven la televisión que les da una visión súper sesgada de lo que está pasando, es una técnica de manipulación, pero creo que aquí también pasa un poco lo mismo, casi no hay voces del otro bando del conflicto", asegura.
Aunque la rusofobia a penas se ha sentido, sí que se ha añadido una presión a la comunidad rusa en València. "Hay muchas personas a las que les preguntas y no quieren hablar nada del tema. A mi no me avergüenza en absoluto decir que soy ruso", apunta Aleksander.
Él es muy crítico con Putin, y asegura que, si iba a enfrentarse a Ucrania, al menos lo podía haber hecho con medidas económicas. "Entiendo hasta cierto punto el conflicto, pero creo que otras maneras habrían sido igual de efectivas" explica.
Imposible protestar
Una de las principales críticas de la comunidad ucraniana a la rusa es que el pueblo no haya salido más a manifestarse contra la invasión. Aleksander no lo ve así en absoluto "no es que no nos hayamos manifestado, llevamos haciéndolo años, incluso antes de la guerra salimos a la calle a protestar contra Putin, pero él gobierna el país como si fuera una mafia. Cualquiera que salga a protestar se la está jugando a que le pueda pasar algo muy mal", explica Aleksander.
En conclusión, "ellos piensan que la gente puede hacer presión para cambiar el Gobierno pero no entienden que no, lo hemos intentado mucho pero ellos no tienen problema en reprimir muy fuerte la protesta, no podemos enfrentarnos a eso", explica Aleksander.
Convivencia en los colegios
Sergio es ruso y lleva a su hijo al CEIP Les Arts de València. Va a quinto de primaria y cada semana espera ansioso al lunes, a que llegue su clase de refuerzo de castellano. Su padre, que teletrabaja desde València mientras cuida de su hermano pequeño de un año, dice que "es feliz" estudiando en la ciudad, tras tener que huir del reclutamiento forzoso de Putin.
Victoria era profesora de instituto en Ucrania y ahora aprende castellano en València. Vive alquilada gracias al trabajo de su marido, y su hija también va a clase, al mismo colegio que el de Sergio. Dice que también le gusta mucho estudiar el idioma y que, por el momento, está usando tablets en clase para resolver sus dudas, como el resto de niños ucranianos. Al tratarse de un colegio con 28 nacionalidades la adaptación ha sido perfecta y los conflictos casi inexistente.
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