Una década de rabia en la política
Fundadores de Podemos y expertos reflexionan sobre el surgimiento, el impacto en la política valenciana y el futuro de la formación en una década marcada por el malestar y la polarización

Pablo Iglesias, aclamado en Valencia en 2015 / Germán Caballero

Entre las Europeas de 2014, cuando Podemos comenzó a ‘asaltar los cielos’ de la política (1,2 millones de votos y 5 europarlamentarios), y las Europeas de 2024, en las que intentará no caer a los infiernos de la irrelevancia, ha pasado algo más que el tiempo. Es una década de la Historia de España donde el mundo se ha acelerado; donde el malestar económico y social llega cada vez a más capas de población; donde una pandemia y una crisis globales han generado nuevas fuentes de frustración; donde el conflicto catalán o el debate migratorio reactivan el eje identitario que atraviesa las sociedades occidentales; y donde la manera de hacer política ha sucumbido a la velocidad, con proyectos fugaces, liderazgos rejuvenecidos y un centro desaparecido en la sima de la polarización. La década de Podemos, que este enero cumple diez años, explica parte de lo sucedido desde 2014.
Un laboratorio madrileño y otro valenciano
«Tic-tac, Rajoy, la cuenta atrás ha comenzado». Enero de 2015. Los ‘gobiernos del cambio’ están a punto de llegar a ciudades y autonomías. Pablo Iglesias, un joven profesor que ha dedicado su tesis a las movilizaciones ciudadanas antisistema, toma la palabra en la Fonteta, ante un público electrizado, y convoca a “la marcha del cambio”. Tic-tac, Mariano. Por entonces, Iglesias ya es una estrella del rock, y cada vez que habla sube el pan. Tras el eco nacional de aquel mitin en Valencia, los periodistas reciben en la redacción una caja de la marca de caramelos de la marca ‘Tic Tac’. Es el mercado, amigo. Todo el mundo está pendiente de él y hay que aprovechar el momento.
La anécdota publicitaria, vista con perspectiva, recuerda el impacto social de aquella aparición. El control escénico y estratégico de un partido que, sin implantación, pasó de la inexistencia a vislumbrar la Moncloa en un suspiro, anticipando el impacto de la comunicación en la construcción de nuevos liderazgos. El partido había nacido en el laboratorio. Iglesias y su equipo de colaboradores venían de la academia, del departamento de Políticas de la Autónoma de Madrid. Sabían dónde se jugaba la batalla: en la conexión sin intermediarios, ya se en plazas, en medios minoritarios como “la Tuerka”, en las redes que empezaban a atrapar conciencias, en tertulias políticas televisivas -el género que explota en esos años-, o en Canal Red, donde hoy continúa como pope de Podemos.

El15 M renombró la plaza del Ayuntamiento de Valencia, en 2011 / José Aleixandre
Forma y fondo. El “No nos representan” del 15M necesitaba un instrumento que canalizara el malestar y ellos se había preparado para ocupar ese espacio sin siglas. “El malestar social que empezaba a leerse años antes del 15M de 2011 era mucho más difuso. Después del 15M se ve más clara la posibilidad de orientar la indignación hacia el sistema político tradicional en una dirección transformadora. Era una gran oportunidad que superaba otros momentos anteriores. Podemos supo leer el momento y dar cauce político al malestar acumulado. Las experiencias latinoamericanas, con sus luces y sombras, mostraba las posibilidades que ofrecía orientar la acción política no sobre el antagonismo de los viejos esquemas derecha-izquierda sino sobre un esquema pueblo-minoría privilegiada”, explica Antonio Montiel, primer secretario general de Podemos en la C. Valenciana. Esa era el claim. Arriba y abajo. La gente. La casta.
Pero antes del verbo estaba la idea. Y esa idea tenía adn valenciano. En 1999, 15 años antes del nacimiento de Podemos, Levante-EMV daba un titular: “Tres profesores ayudan a elaborar la constitución venezolana”. Eran Roberto Viciano, Martínez Dalmau y Antonio Montiel. Pertenecían al Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS), como también Ángela Ballester, Fabiola Meco, Adoración Guamán y otros referentes del Podemos valenciano. El primer grupo dirigente local también venía de la elite académica, y fue clave en el surgimiento de la formación. CEPS surgió a principios de los 90 como asociación de estudiantes de Derecho. El éxito de Podemos (y las reacciones en contra que recibió) rodearon al grupo de cierta mitología desde “posiciones propias de la teoría de la conspiración”, aunque lo que hizo esa década fue trabajar sobre el campo real en Latinoamérica, “impulsando, estudiando y asesorando muchos de los proyectos de cambio con voluntad transformadora”, apunta Martínez Dalmau, exvicepresidente de la Generalitat y hoy catedrático de Derecho Constitucional de la UV en tránsito constante con conferencias en Europa y América Latina.

Errejón, Iglesias, Ángela Ballester y Jaime Paulino, en un mitin de 2015 / Germán Caballero
CEPS creció, y estableció conexiones con otras universidades. Eso hizo que se vincularan personas como Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Carolina Bescansa, en Madrid; Juan Torres o Alberto Montero, en Andalucía; Gerardo Pisarello, en Barcelona. Desde los 2000, CEPS empieza a trabajar en proyectos de cooperación en España y Latinoamérica. “Fue un trabajo importante de reflexión y búsqueda de alternativas, sobre todo de cara a la crisis de 2008. Fue clave como think tank en todo lo que ocurrió en la segunda década de los 2000. Podemos nace con gente que participa en CEPS, pero es un proyecto diferente, no hubo relación orgánica”, aclara Dalmau. Eso sí, “se nutrió de las reflexiones y análisis que se había trabajado muchos años”.
La década del malestar
Para entender el surgimiento de Podemos, hay que detenerse en el combustible que lo alimenta. “Inseguridad, incertidumbre, complejidad, fragmentación, vulnerabilidad, pesimismo, desconfianza, repliegue, resentimiento, miedo, ira… y velocidad de los cambios”. Es el cóctel de emociones y procesos que atraviesa las sociedades contemporáneas, en palabras del catedrático de Geografía Humana, Joan Romero (‘Geografías del malestar’, 2019). Ese es el sustrato que nutre el terremoto político de esta década de bipartidismo cuestionado y ejes tradicionales dislocados. “Hemos entrado en un contexto histórico que, siguiendo a unos autores ingleses, podemos denominar ‘incerteza radical’”, apunta Antonio Ariño, catedrático de Sociología de la UV. “No es la incerteza ante el futuro que tenemos normalmente, es una conjunción de factores: la aceleración de los cambios que vivimos, junto a las crisis, pandemia o una guerra como la de Ucrania, sumado a las dinámicas de la vida cotidiana, con la gente joven afectada con angustia y ansiedad ante su futuro laboral, la inseguridad ante la vivienda, cambio climático... Todos esos elementos de la geopolítica y la política de la vida cotidiana, se han combinado en un momento histórico”. Además, “esta ‘incerteza radical’ choca con una polarización en que todo es blanco o negro. Un ‘reduccionismo de la política’ en un contexto en que las alternativas son complejas. Es una paradoja de nuestro tiempo, e incrementa el malestar”, añade.
Podemos y Vox: dos consecuencias del malestar
“Sociológicamente, Podemos responde a los malestares de la sociedad contemporánea; y Vox y todas las derechas extremas, también”, explica Ariño sobre el impulso inicial de los dos partidos que marcan la década (su funcionamiento, sus posiciones, sus diferencias, son otro debate). El malestar es económico pero también se sitúa en el terreno emocional. Un repliegue identitario. No hubo rabia únicamente en las plazas del 15M y los escraches. Esta década ofrece toda una paleta de frustraciones: en las avenidas catalanas del 'procés' (2017), en la plaza de Colón de Madrid (2019), en la puerta de Ferraz y el resto de sedes socialistas tomadas por la ultraderecha (2022).
Vox nació aquellos días (al tiempo que Podemos), pero pasó media década latente. “Cuando en diciembre del 2018 Vox irrumpió en la política española con un éxito inesperado en las elecciones al Parlamento andaluz (doce escaños), el líder de Podemos, Pablo Iglesias, lanzó una “alerta antifascista”. Pero el 'vade retro' de Podemos no frenó el avance de un fantasma que, después de haber recorrido media Europa, reaparecía en un país que hasta entonces se creía inmunizado de cuatro décadas de dictadura militar, explica Anna López Ortega, doctora en Ciencias Políticas.

Protestas en Ferraz, el pasado noviembre / Diego Radamés / EP
Para Ariño, quien ha triunfado en los últimos 20 años es, precisamente, la extrema derecha. Aunque Vox no haya alcanzado un poder hegemónico, e incluso ahora las encuestas le sitúen en retroceso ante un PP en recuperación, sí ha conseguido “que todos los demás desarrollen su discurso alrededor de él. Y especialmente que la agenda del partido contiguo, en España o Alemania, cada vez tenga que ver con lo que marca la extrema derecha”.
Anna López coincide: “La polarización y el peso de la aritmética comportaron que, en los cuatro años siguientes, el PP la acabara aceptando como socio de gobierno. La extrema derecha se empodera en España gracias a la generosidad del PP y ahora ya forman parte de nuestro sistema político”. Además, esta alianza ha provocado que el centroderecha se haya desplazado hacia la derecha en cuestiones culturales relacionadas con la identidad y la inmigración. Ahí está el último giro de Junts con las competencias en inmigración. “Un fenómeno que se evidencia en toda la UE en la última década, especialmente desde la crisis de los refugiados de 2015 y en el caso español desde el procés. Al mismo tiempo, estas alianzas han propiciado la desaparición de la derecha moderada en países como Italia o en Francia, donde Meloni o Le Pen han ocupado estos espacios”, apunta López.
Cambio de perfiles y cambio de políticas
La década de Podemos ha provocado cambios profundos en el sistema política español. El partido llegó “para discutir la hegemonía bipartidista en España y para proponer formas alternativas más profundas de democracia”, apunta Dalmau. Por momentos, lo consiguió. De repente, el PSOE comenzó a organizar “asambleas ciudadanas” tras aupar a Pedro Sánchez desde las bases; el PP bautizaba sus charlas como “plazas” y entraba en el terreno ignoto de las primarias con Pablo Casado, y la marejada aupaba a Albert Rivera al centro político, ese santo grial de la política española que la polarización trituró. La política perdía años y ganaba velocidad.
Con Podemos y Vox sobre el tablero, PP y PSOE se han visto obligados a redefinir sus contornos. “El resultado ha sido que tanto PSOE como PP han ensanchado sus fronteras para recuperar sus votantes potenciales, lo que les ha supuesto moverse hacia las posiciones ocupadas por Podemos o VOX, con las consiguientes tensiones que esto acarrea para un gran masa de electores que se ubican ideológicamente en el centroizquierda o centroderecha”, explica David Sabater, consultor de Asuntos Públicos de Atrevia. El experto recuerda como hito el “no es no” de Sánchez a la gran coalición con el PP, con el que buscaba recuperar terreno a Podemos y “convencer a los votantes de izquierdas desencantados y las nuevas generaciones de votantes progresistas”.
La influencia pasó de las formas a la agenda, una vez que el PSOE recuperó el poder: “Es una realidad que Podemos ha acelerado la adopción de ciertas políticas progresistas y puesto en la agenda temas relevantes para distintos colectivos sociales [renta mínima, SMI, reforma laboral, derechos trans], pero también ha mostrado una inclinación por la maximización a toda costa de sus postulados y una cierto adanismo que ha incomodado a los votantes de izquierda más moderados”, añade.

Martínez Dalmau, con Mónica Oltra, ante la mirada de Ximo Puig, en 2019 / Germán Caballero
Sánchez, de hecho, consiguió espantar el fantasma de la “pasokización”, el 'sorpaso' de Podemos, como ocurrió en Grecia con Syriza, superando al partido tradicional socialdemócrata. “Si bien podemos decir que el PSOE fue políticamente hábil para superar su momento de pasokización, Podemos en apenas 10 años ha sucumbido a la bunkerización”.
Entre las herencias de esta década, Sabater subraya otras dos: Los gobiernos de coalición han pasado de ser una excepción a una regla; y la superación de un estado mental, la seguridad de que España se asiente sobre un sistema bipartidista inamovible.
Y ahora qué
Con Podemos en crisis, las Europeas aparecen como el último balón de oxígeno, justo 10 años después. En 'Noticias de ninguna parte', el escritor William Morris dibuja una reunión en que se aborda el futuro de Inglaterra. El autor acaba la frase con esta sentencia: “En la sala había más partidos que personas”. Ese libro es de mitad del siglo XIX y Antonio Ariño lo evoca para constatar el ancestral síndrome autodestructivo de la izquierda. “En la extrema izquierda, una vez más, se ha reproducido lo que Ramoneda denomina la ‘psicopatología de las pequeñas diferencias’”, la enfermiza obsesión ideológica en poner lo que separa por delante de lo que une.
Tras la ruptura de la coalición Sumar, la desaparición en territorios como la C. Valenciana o los choques con aliados periféricos como Ada Colau, las Europeas de 2024 vuelven a ser un punto de inflexión. Para Martínez Dalmau, “el futuro de Podemos depende de cómo actúen desde ahora los gobernantes del partido. Su gran problema es que ha caído en las mismas dinámicas que el resto. Muchos de los elementos que impugnaba han sido aplicados: como la elitización de los gobernantes, el alejamiento de la realidad y la creación de círculos, no de bases sino en torno a los líderes… Sinceramente, el futuro de Podemos, si va a resurgir, tiene que ser en el marco de Sumar. Sumar es una unión de partidos territoriales parecida a lo que Podemos planteaba en su origen. Sumar quiere ser alternativa desde las periferias al sistema político español”.
“Creo que a Podemos le queda cuerda para tiempo”, reflexiona Antonio Montiel, mientras la federación valenciana busca nuevo dirigente en un proceso de primarias. “Aunque vaya perdiendo influencia social y capacidad electoral, seguirá siendo un referente para una parte de la sociedad. Algunos de sus diagnósticos siguen siendo certeros pero gestionan mal las soluciones y rechazan cualquier autocrítica. Eso puede llevarlos a ser cada vez menos, en términos de militantes y votos, pero pueden resistir así años, hasta que asuman un cambio profundo de tipo organizativo y de acción política”, concluye.
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