1974: medio siglo de un acelerón de libertad
Hace justo 50 años, en València convergen fuerzas democratizadoras de diferente signo y perfil que contribuyen, cada una desde su parcela, a acelerar la transición. Esta es su historia a través de cuatro escenarios: la Universitat de València, la Ford, los cuarteles militares y el Saler per al Poble

Mitin en el muelle de montaje de Ford, en las elecciones sindicales de 1978. / Archivo UGT

El dictador se acerca a su final; el asesinato de Carrero Blanco, su mano derecha, acelera la descomposición del régimen, y el movimiento opositor (obreros, académicos, profesionales, vecinos, estudiantes) toma posiciones ante una transición democrática que ya se vislumbra irreversible. 1974 es el año definitivo. Cantidades inmensas de energía concentradas durante años se ponen en marcha en diferentes escenarios, diversos e interclasistas, pero con un nexo común democratizador. Viajamos a la Valencia que reclama libertad de la mano de cuatro jóvenes. Medio siglo de un año supernova cuyo brillo es aún visible.
I. El cuartel
Dos ecos atlánticos llegan a los cuarteles españoles en 1974. Desde Chile, las bombas sobre el Palacio de la Moneda, el golpe militar que meses atrás acabó con la vida de Allende e inauguró la dictadura de Pinochet. Desde Portugal, la melodía de Grandola, Vila Morena, la canción que ese mes de abril desata la revolución de los claveles de los capitanes portugueses. O reacción o futuro: ese es el dilema. O más Una, Grande y Libre, o, al fin, Democracia. Ese es el dilema en septiembre de 1974 y doce oficiales se sientan en Barcelona para iniciar una senda nueva. La Unión Militar Democrática (UMD) es la respuesta, en medio de una dictadura crepuscular, con el reto de conciliar los dos elementos de una ecuación que parecen irreconciliables en aquella España: Ejército y Democracia.
A Valencia tardó en llegar. El capitán de Caballería José Luis Pitarch es el gran nombre valenciano de esta historia. Hasta pasado un año no tuvo noticia del movimiento clandestino. Oficiales venidos de fuera de Valencia contactaron con él. Lo tenían fichado por sus colaboraciones en la prensa liberal. “Pocos más se mojaron”, lamentaba Pitarch, pasado el tiempo, en una entrevista con este diario. A aquellas reuniones clandestinas fuera de Valencia, donde se jugaban la expulsión y la prisión, solo le acompañaban Juan Esteve, otro capitán (Infantería en Marines) y Ramón Álvarez Ballarín, capitán de infantería del Tetuán 14, en Castelló. En las reuniones secretas en un piso de València (calle Primado Reig esquina con calle Alboraia), había más soldados de Madrid, Alicante, Castelló o Murcia, que de Valencia, Bétera, Paterna o Marines.

El capitán José Luis Pitarch, segundo por la derecha. / Familia Pitarch.
La UMD fue una conjura fugaz. Se autodisolvió en junio de 1977, tras las primeras elecciones. Sin embargo, sus miembros sufrieron represalias. Ahí empieza la segunda batalla democrática: la reparación. Nueve de ellos fueron expulsados de los ejércitos tras ser juzgados y condenados en consejo de guerra en marzo de 1976 y otros muchos vieron truncadas sus carreras. Pitarch fue expulsado de Valencia por Milans del Bosch en 1978, debido a su fama de “peligroso”. Hasta 1981 fue seguido por espías de la Información Militar. En 1983, el capitán valenciano (luego comandante en la reserva), de sólida formación académica (sería profesor de Derecho Constitucional en la UV), exhibe su desencanto con la joven democracia por su incapacidad para reintegrar a los ‘úmedos’ expulsados. “Resulta demasiado grotesco que se haya reincorporado al servicio activo un comisario de policía culpable de torturar y matar y no lo hagan en cambio unos militares que se reunieron para pedir la libertad, la democracia y un Ejército al servicio de la voluntad nacional”, escribe en El País. Hasta 2009 no llegó una reparación simbólica, a través de una declaración institucional del Consejo de Ministros, pero sin conceder rango honorífico a los cargos de la UMD.
II. La facultad
Hoy es Vicent Soler. El catedrático, el decano, el conseller, el respetado referente del valencianismo político de izquierdas, un homenot del país. En 1974, era todavía ‘el Soleret’. Oficialmente, un jovencísimo profesor de Económicas en busca de una idea para su tesis (se la darían Joan Fuster y Ernest Lluch). Extraoficialmente, un activista de los profesores no numerarios (los penenes), un movimiento universitario de docentes precarios que le montó al Régimen una de las huelgas universitarias más conflictivas, con jóvenes que liderarían la política española, como Narcís Serra, Solana o Pérez Rubalcaba.
Medio siglo después, Soler recuerda aquellos días como “decisivos”, en una sociedad en ebullición en múltiples frentes. En la clandestinidad, Vicent era uno de tantos jóvenes que soñaban con la recuperación del autogobierno perdido. Hoy recuerda un año: 1974. Evoca un lugar: la recién inaugurada Facultad de Economía en Blasco Ibáñez, “centro neurálgico de la oposición democrática”, con reuniones de todo tipo y condición y hasta “atentados de la extrema derecha”. Y reivindica un nombre: Vicent Ventura. Fue él, dice, quien ‘empeltó’ la oposición democrática de izquierdas con las posiciones valencianistas.
Con el dictador en su ocaso y su sucesor recién asesinado, se acelera la toma de posiciones para la transición democrática. Ya existía la Taula Democrática. Ventura la había impulsado a través de los Grups d’Acció i reflexió Reflexió Socialista, un embrión del que surgiría el viejo Partit Socialista del País Valencià ese año definitivo, como heredero del socialismo valencianista de los 60. La Taula estaba participada por los comunistas, el Partit Carlí, o la Unió Democrática (democristianos), entre otros.
Ese año el PCE impulsa, desde París, la Junta Democrática como su gran plataforma de oposición, y excluye a los valencianos de las nacionalidades históricas (Cataluña, Euskadi, Galicia), lo que fractura la unidad de acción en Valencia. “Los valencianos volvíamos a la casilla de salida”, rememora Soler. “La obsesión de Ventura -este año es su centenario- era que los valencianos tuviéramos voz en la transición democrática, que no nos pasara como en la Segunda República, cuando no conseguimos el Estatut y quedamos marginados de la idea de la España plurinacional”, apunta.

Encuentro de "els Deu d'Alaquàs", con Soler, de pie a la derecha, a su lado, Carles Dolç. / Levante-EMV
A evitar ese escenario se encaminan los esfuerzos desde 1974, a completar la proclama de ‘llibertat i amnistia’ con ‘l’Estatut d’Autonomia’. Aquel camino estuvo lleno de obstáculos, con episodios míticos de la transición valenciana como la detención (ya en 1975) de los ‘Deu d’Alaquàs’ (entre ellos el propio Soler), precisamente cuando se reunían para trabajar por una nueva plataforma unitaria no sucursalista: El Consell Democràtic del País Valencià, que en 1976 se fusionaría con la Junta Democràtica del PV creando la Taula de Forces Polítiques i Sindicals. Fue la plataforma desde la que se impulsó la recuperación del autogobierno valenciano.
III. La fábrica
Lejos de la universidad y sus códigos, en otro mundo, pero en ese mismo 1974, Rafa y otros jóvenes metalúrgicos tienen una misión: tienen que montar la UGT en el corazón de Ford. 1974 es un año alfa para la economía valenciana, el año que acelera la diversificación productiva que comenzó en los 60, y marcaría las siguientes décadas desde el punto de vista tecnológico e industrial. Dos hitos siderales coinciden en solo unos días: en febrero, el anuncio de que IBM aterriza en la Pobla de Vallbona; y en marzo, Franco le dice a Henry Ford que "amén", que adelante con la factoría y todas sus exigencias. La Historia y la intrahistoria. Ford empieza a contratar y los sindicalistas clandestinos hacen cola. IBM y Ford. Dos gigantes globales en 50 kilómetros. Y entre ellos, un puerto, un aeropuerto y un núcleo urbano donde se agitaban nuevas sensibilidades políticas y sociales.
“La Ford fue el anticipo de la democracia”, reflexiona medio siglo después de aquel momento Rafa Recuenco, que sería referente de UGT en Ford, en el Metal y el conjunto de UGT-PV, además de diputado del PSPV-PSOE. Recuenco era un entre tants de los jóvenes obreros, sin medios, pero con conciencia, que en aquellos años no solo integraron los movimientos vecinales en los barrios, sino que trabajaron para establecer su lucha en las fábricas, claves en la democratización.
Valencia ya tenía grandes centros de industriales, como Macosa (ferroviario); Unión Naval de Levante, ElCano (naval)… pero ninguno como Ford y sus 10.000 empleados, un laboratorio para el sindicalismo de clase que en aquellos primeros días era un hervidero caótico. Allí estaba representada cada sensibilidad de la izquierda, y dentro de ella, un archipiélago de grupúsculos. Los trotskistas, los maoístas, el MC, la Liga, la A.O.A.… También las diferentes familias socialistas, los del PSOE, los del PSPV, la UGT, la USO… Muchos y a menudo enfrentados. En UGT todavía recuerdan que un paisano de la Ford le prendió fuego a una sede del sindicato en València. También que, de la brigada encapuchada que sacó al burro i l’haca fora de la plaça, tres eran trabajadores de Ford. Gente dura para tiempos recios. Incluso grupos cercanos a los pistoleros del FRAP, que también tenían sus antenas en Ford, buscaban ‘soldados’ a la salida de la factoría cuando preparaban alguna de sus acciones revolucionarias.

Votaciones en las elecciones sindicales de 1977, en Ford. / Archivo UGT
Eran los años en que se negociaba el Estatuto de los Trabajadores, el modelo de representación laboral, la libertad sindical y las primeras elecciones sindicales libres. Y entre tanto: protestas y huelgas. Los veteranos de Ford recuerdan los cortes de la pista de Silla, las carreras y los porrazos entre acequias y naranjos. No parece casual que casi todos los líderes sindicales que ha tenido UGT-PV se hayan forjado en el metal, generador de grandes centros de trabajo. En esas plantas se ensayaron las primeras negociaciones, la fusión entre UGT y USO, o los acuerdos entre los dos grandes sindicatos, claves para poner orden en el contexto ingobernable de representación atomizada.
Y IV: El bosque
El Gobierno civil lleva días lanzando la consigna por la radio: a toda la población, la reunión convocada este fin de semana de septiembre de 1974 no está permitida por la autoridad. Un régimen llamando a la población a no manifestarse en un lugar y en una fecha. No hay mayor reconocimiento de una derrota: la de la opinión pública. Ese día, El Saler per al Poble comienza a ganar definitivamente la batalla. Lo vivió y lo recuerda el arquitecto valenciano Carles Dolç, por entonces un joven estudiante de Arquitectura que participaba en las movilizaciones para defender el Saler del desarrollismo salvaje y el afán especulador.
“Las apetencias sobre la Devesa del Saler vienen de principio del siglo XX, pero se hace poco hasta que llega el plan del 1966”, ilustra Dolç, autor del libro Del Saler al Túria. En efecto, la genealogía de amenazas sobre esta zona natural ya cumple un siglo. Allí se proyectó un aeropuerto, una avenida para unir Valencia con Nazaret, con continuidad en forma de paseo marítimo hasta la Devesa, donde se podría construir; la idea de levantar una megauniversidad popular, y en 1966, al calor del plan de estabilización, el desarrollismo y el turismo devorador apadrinado por Fraga Iribarne, el plan Tevasa de urbanización: un proyecto para urbanizar esos 10 kilómetros de la Devesa del Saler, un área exclusiva, de “carácter clasista”, con puerto deportivo, que privatizaba la joya natural y dejaba solo una pequeña zona de acceso popular.
Al principio, Valencia recibió la idea con entusiasmo. La industria turística llevaba años en marcha. También la idea de que ese maná pasaba de largo por Valencia. Era una promesa de prosperidad. El entusiasmo, sin embargo, se irá diluyendo. Surge un movimiento ciudadano de oposición, a partir de las críticas de unos pocos biólogos locales, de la Facultad de Ciencias. Logran el apoyo de Félix Rodríguez de la Fuente, que dedica un programa crítico al Saler, en defensa de la fauna y la flora. “Era 1970. Desde ahí empieza a cambiar la opinión ciudadana”, recuerda. Era el año 1970. Vendría otro giro importante, el de linea editorial de Las Provincias, que empieza a escribir en contra de estos planes en 1973.
El movimiento ecologista, muy incipiente, se imbrica con la oposición democrática al completo. El propio Dolç, además de activista, fue uno dels Deu d’Alaquàs que reivindicaba el Autogobierno. La oposición vecinal será importante. También la implicación de colectivos profesionales, como los sociólogos y los arquitectos, con referentes como Josep Vicent Marqués o Just Ramírez. El verano de 1974 sería definitivo para plasmar la oposición pública: comandos de manifestación en los barrios, una contraexposición en el Colegio de Arquitectos frente a los planes del ayuntamiento, y l’Aplec en El Saler en septiembre, con la zona tomada por la Policía.
La opinión pública acabó influyendo en el ayuntamiento, que congeló el plan, y con la muerte del dictador y la expectativa democrática, se descarta definitivamente. No se dispersaron, sin embargo, las energías concentradas, que alimentaron otro movimiento que fue coetáneo: el del cauce del Túria verde. Pero eso ya es otra historia y otro país.
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