El milagro de las cebolleras
La "cebera", las singulares edificaciones de la huerta, han sobrevivido a la tromba de agua a pesar de su aparente fragilidad de construcción y del deterioro por falta de uso que arrastran desde hace décadas

La "cebera" resiste el envite del agua /
«Se han salvado porque antes las cosas se hacían mejor», comenta un vecino del Forn d’Alcedo mientras pasa por delante del Motor de l’Alter de Romaguera y contempla la «cebera». Tan decrépita como siempre, pero sin señal de deterioro a causa de la dana, de la que quedan todas las señales posibles alrededor: un mar de fango y campos de huerta convertidos en lodazal.

La 'cebera' de Nigua de 32 "daus" que ha sobrevivido pese a recibir la riada de frente. / Moisés Domínguez
Unos metros más allá, justo donde confluyen la V-30 y la V-31, el dueño de una alquería señala el nivel que alcanzaron las aguas en el interior de la vivienda: pueden ser perfectamente dos metros. Sin embargo, también su cebollera ha sobrevivido. Hasta con su cruz arriba del tejadillo. «Y tendrá cien años seguro». Ha salvado la vida en un lugar donde el agua se embolsó a causa de la barrera artificial que son las autovías. Lo mismo ocurre con la que hay detrás de la Iglesia del Forn d’Alcedo. Y en Castellar, la gran reserva de este singular edificio del patrimonio agrícola -en su honor, la alcaldía pedánea está construida simulando su arquitectura-, se ven prácticamente todas las catalogadas en su sitio.

Una de las cebolleras de Forn d'Alcedo con su cruz en el tejadillo que ha resistido el agua / Moisés Domínguez
Pocos podrían imaginar que, con una avenida de agua que llevaba los automóviles como si de barcos de papel se trataran, estas pequeñas casetas se mantuvieran en pie. Sin embargo, así ha sido y sigue quedando pendiente la labor de protegerlas. Cada vez son menos y no ha sido la dana la que las sentencie, al menos de momento.

Otra de las cebolleras de Forn d'Alcedo que resistió el golpe de las riadas / Moisés Domínguez
La «cebera» es una pequeña caseta, parecida a una barraca, que en su día servía para secar las cebollas. Una construcción hecha con listones de madera y tejas alicantinas, asentada sobre pilones de cemento. Que, con el paso del tiempo, se han transformado en almacenes de trastos: mangueras, cajas... un desván en el que el milagro es que los dueños no hayan optado por derribarlas. Pocas hay verdaderamente cuidadas. Irán cayendo de puro viejo sin no se preservan.
Podría aducirse que muchas están en la parte más alejada de Castellar, menos castigada por la riada. Pero es que, por ejemplo, las del Forn han sobrevivido. O la del Tío Alberto, una de las más pequeñas y expuestas y que, sin embargo, aguantó sin más desperfecto aparente que una puerta rota. O la del Sequer de Nigua, la más grande con hasta 32 «daus», también orientada de frente a la avenida del agua (a sus pies, el campo es un fangar) y que ha aguantado sin enmendarse. Las hay que se muestran más deterioradas, como la de la Casa de Vinyero. «Le ha dado fuerte, pero ya estaba igual de mal», comenta el vecino de la casa de enfrente. Un milagro para no llorar por las cebolleras.
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