Los desaparecidos de la dana

Misión: encontrar a Eli, Paco y Javi. Prioridad máxima

Equipos especiales de la Guardia Civil rastrean sin descanso las áreas donde se registró la última señal de móvil de las tres víctimas de la dana que siguen desaparecidas

Misión: encontrar a Eli, Paco y Javi, las tres víctimas de la dana

Miguel Angel Montesinos

Teresa Domínguez

Teresa Domínguez

Llueve. El agua cae incesante sobre los cortavientos verdes y negros de los guardias civiles. Los pantalones empiezan a calar. Las botas, marcadas por el barro, ponen a prueba su repelente al agua. Ni los cascos, ni las gorras, ni las bragas en torno al cuello aplacan los 9 grados que la humedad deja en 7. Alrededor, destrucción, caos, horror. Montañas de cañas invasoras, duras y afiladas como lanzas, ensartan plásticos, trapos que ni siquiera dejan intuir si alguna vez fueron algo más que eso, restos de muebles, trozos de electrodomésticos y amasijos de metal retorcido, comido por el óxido, que un día formaron parte de un coche. Uno de ellos abraza en un gesto agónico el tronco desgarrado de un viejo algarrobo. ¿Matrícula? Una fantasía si alguien espera saberla. 

El fango flota en los charcos, inunda las botas militares y reboza, de nuevo, los bajos, el morro y los laterales de los coches. Es una baba marrón que lo impregna todo. «Cuidado, ese paso vuelve a estar inundado. Pasen con cuidado», saluda con cortesía marcial y una ancha sonrisa un agente mientras las gotas de lluvia resbalan por sus mejillas. Tras él una corriente de agua ennegrecida, con ondas multicolores de los aceites que vienen ni se sabe de dónde, vuelven a inundar el barranco del Poyo. El cielo encapotado y la lluvia que sigue cayendo con ansia conforman un paisaje que hace difícil creer que ya es 17 de enero y no 30 de octubre.

El tiempo se ha detenido

Aquí, en lo que una vez fue una comarca bajo el nombre del Plá de Quart, en mitad de lo que era un vergel de naranjos y caquis hasta que el cielo se abrió para castigar inmisericorde a los valencianos, el tiempo se ha detenido en aquel día. Solo los equipos de emergencia y quienes les han ido abriendo paso con excavadoras, tractores y cualquier máquina susceptible de vencer a las toneladas de cañas y barro escupidas por el barranco , han entrado en esta zona, así que tampoco hay prisa por devolverle la dignidad. 

La prioridad, como aquel apocalíptico amanecer del 30 de octubre, sigue siendo encontrar a los desaparecidos, a aquellos cuyas vidas se llevaron los enrabietados ríos y barrancos. Se sabe que son 227 víctimas mortales, pero tres de ellas siguen faltando casi tres meses después: Elisabet Gil Martínez, Eli, de 38 años y madre de dos hijos menores de edad, desaparecida en Cheste; Francisco Ruiz Martínez, Paco, de 64, arrastrado por las aguas en Montserrat; y Francisco Javier Vicent Fas, Javi, de 56, visto por última vez en Pedralba.

Una pequeña luz: la triangulación de la señal del móvil

Desde aquel día después, los servicios de emergencias, con la UME, la Guardia Civil y la Policía Nacional a la cabeza, pero también con medios de las tres armas del Ejército, de las policías locales y una legión de voluntarios entre los que no faltaron empresas especializadas en todo tipo de rastreos, sacaron todo su ‘armamento’ con un único propósito: encontrar cuanto antes a los muertos y entregárselos a sus familias. A todos.

Desde hace más de un mes, desde el 12 de diciembre, concretamente, no ha vuelto a ser hallada ninguna víctima más. Las esperanzas, visto desde fuera, parecen desvanecerse. La sensación es falsa: cuando entras de lleno en las áreas donde desaparecieron, eres consciente del mucho trabajo que aún queda pendiente; de lo mucho que queda por batir y rastrear antes de concluir que es imposible encontrarlos.

Desde hace una semana, la Guardia Civil, en cuya demarcación desaparecieron los tres que faltan, cuenta además con un nuevo aliado: la geolocalización de los móviles de Javi, Eli y Paco. Por fin, los técnicos en telecomunicaciones del cuerpo han podido establecer con bastante exactitud, a partir de los datos facilitados por las compañias telefónicas, dónde dejaron de emitir sus terminales aquel 29 de octubre. No significa que sus cuerpos estén aún cerca, pero es un punto de partida muy importante, porque ya no es una suposición, ahora es una certeza con base científica.

Búsqueda en los tres cauces

El escollo añadido es que no se puede concentrar todo el esfuerzo en un único cauce, porque cada uno de ellos desapareció en uno de los tres que ese día desplegaron una furia destructiva sin precedentes: Eli desapareció en el barranco del Poyo a la altura de Cheste, dentro de un Ford Focus negro que tampoco ha sido localizado;Paco, en el polígono de Montserrat, en el área del río Magro; y Javi, en su caseta, en Pedralba, en los dominios del Túria.

La semana pasada, la Guardia Civil centró sus esfuerzos en esa área, la de Javi. Esta semana, ha tocado Eli. Ylos rastreos, exhaustivos, se fijan en ese punto donde el Poyo se revuelve como una serpiente en dos ángulos rectos que supusieron la tumba de muchos de los que fueron arrastrados en sus coches entre Cheste, la A3 y los polígonos de Riba-roja y Quart. En esa primera curva de 90 grados en la que el Poyo deja de ir paralelo a la autovía de Madrid para viajar hacia el sur, justo antes del segundo giro cerrado hacia el este, cuando se le une el Gallego que baja desde Calicanto, el cauce es ahora la mitad de estrecho, porque ha sido comido por toneladas de barro que aquel diluvio arrastró y sedimentó donde la torcida del cauce le impidió seguir. Mientras no se saque toda esa tierra -las palas la retiran en capas de apenas unos centímetros, por miedo a que en cualquiera de esas laderas, bajo alguno de esos depósitos, yazgan los restos de Eli– seguirá habiendo posibilidades.

Un barranco convertido en cementerio

Mientras, a unos cientos de metros tierras adentro, un equipo de más de 30 guardias civiles del grupo de Montaña, del GRS, del servicio aéreo con sus drones y de la unidad central cinológica desplazada desde El Pardo (Madrid), con Ama -pastora alemana de dos años– y Arsa –labradora, 8 años–peinan campos de naranjos anegados de más cañas, ramas, plásticos y basuras que el agua depositó y enredó en las ramas y los troncos a lo largo y ancho de kilómetros y kilómetros. Ypican con pinchas en esos cementerios de varas y en los cúmulos de detritos. También los hunden, centímetro a centímetro, en los lodazales que antes eran campos. Muchos de los cuerpos aparecieron aquí, en estos cultivos de frutales.

Ama y Arsa, encantadas porque el frío y la lluvia las dejan trabajar sin descanso, no paran. Olfatean, rastrean, otean. Hoy tampoco ha habido suerte. De haber estado en esta cuadrícula, su fino olfato habría captado, incluso a metros bajo tierra, el distintivo olor de los cuerpos sin vida que se cuela hasta la superficie por entre las rendijas de la tierra y, paradojas de las catástrofes, por el interior de esas mismas cañas que tanta muerte y destrucción han creado. Mañana, haga frío o calor, llueva o sople el viento, salga el sol o amanezca cubierto de nubes, ellos continuarán. Hasta el final. Hasta que los tres puedan serles entregados a los suyos.

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