Un año del incendio de Campanar: "Aún tenemos pesadillas con el fuego pero deseamos volver a casa"

Los afectados por el incendio de Campanar hacen balance del peor año de sus vidas tras padecer dos tragedias y buscar alquiler en pleno récord de precios

Vecinos del edificio de Campanar, un año después del incendio

J.M. López

Claudio Moreno

Claudio Moreno

València

No han olvidado, pero han aprendido a convivir con el recuerdo. Los afectados por el incendio de Campanar cultivaban la rutina doméstica cuando, procedente de la nevera del piso 86, el fuego reventó la puerta del balcón y desató un infierno en la fachada del edificio. Las llamas saltaron rápidamente entre las 138 viviendas mientras las placas de revestimiento volaban incendiadas, mecidas por unas rachas de poniente que alcanzaron los 60 km/h. Dentro, el caos. Más de 200 vecinos se lanzaron escaleras abajo buscando la calle por instinto y 10 personas se quedaron sin oxígeno en el peor incendio de la historia de la ciudad. 

«Mi mujer y yo seguimos teniendo pesadillas», introduce José Luis Mas, ajetreado portavoz de los propietarios en el primer aniversario de la tragedia. «La más recurrente es bajando por las escaleras con el humo detrás. Son en el mismo edificio, en otro distinto o incluso dentro de un coche. Siempre es la misma sensación de humo y huída», confiesa el vecino de la puerta 71, que además dice haber desarrollado un nerviosismo inconsciente ante cualquier atisbo de incendio. 

El miedo sigue metido en el cuerpo. Una de las pocas cosas que no han cambiado en el año más intenso de sus vidas. Adriana Banu, una afectada de la finca, ha hecho un largo viaje emocional: «Empecé en una situación que no había vivido jamás y me sorprendí de ser tan resiliente; después he tenido bajones grandes; más adelante me he proyectado reorganizar la vida y, a partir de ahí, he pasado a una etapa de optimismo», narra la afectada, instalada en un piso de alquiler justo enfrente de su antiguo hogar. «Es como una vida-espejo. Duele ver por las noches el edificio fantasma. Se reflejan las luces de otros edificios y parece que haya gente entrando constantemente». No solo lo parece: la afectada ha recibido más de 2.000 avisos del sistema de alarmas de la finca.

Varios propietarios se reúnen en una de las plantas diáfanas tras los trabajos de limpieza  y desescombro

Varios propietarios se reúnen en una de las plantas diáfanas tras los trabajos de limpieza y desescombro / J.M.López

Esa fase intermedia de bajón tras el shock y la negación inicial -«despertaba en un piso nuevo y no me lo creía», dice José Luis Mas- fue compartida por buena parte de los propietarios ante la incertidumbre de no saber si podrían volver a casa. Si el edificio acabaría derribado o se mantendría en pie. Mientras tanto, el Ayuntamiento de València albergaba a 99 familias en el edificio de viviendas públicas de Safranar, las cuales fueron dejando atrás el recurso a medida que iban encontrando acomodo con familiares o en pisos de alquiler costeados con la ayuda de la Generalitat. Algunos se mudaron a pueblos del área metropolitana y muchos se quedaron en Campanar. La búsqueda fue otro tormento. 

«Nosotros estamos en Maestro Rodrigo, prácticamente en la misma calle. Tuvimos muchos problemas para encontrar piso porque los alquileres están carísimos. Pagamos 1.600 euros por un piso de dos habitaciones, casi el doble de lo que me cuesta la hipoteca. Además tuvimos muy mala experiencia, porque cuando buscabas les contabas tu caso y en algunas inmobiliarias te decían: y a mí qué me importa», narra Javier Baldoví, de la puerta 126. «Nosotros tuvimos más suerte», añade José Luis Mas, «al decir que éramos afectados por el incendio la propietaria se saltó la lista de espera y nos dio a nosotros el piso», señala este médico jubilado y afincado en Cortes Valencianas por 1.250 euros mensuales. 

 El siguiente hito en la vida de la mitad de los residentes, aquellos que habitaban sus propias casas -el resto eran inquilinos- llegó el 2 de septiembre, y fue la primera buena noticia tras seis meses de sufrimiento. Comenzaba el desescombro. Un ejército de operarios empezaba a retirar pavimentos, alicatados, cubiertas, enseres y restos de la fachada ventilada, con un coste de 1,5 millones de euros, que han asumido las compañías aseguradoras. En total, la limpieza del edificio residencial de 14 plantas que se yergue sobre la rotonda de Maestro Rodrigo con General Avilés ha dejado 900 toneladas de escombros, a una media de 4 camiones bañera al día. 

Adriana Banu posa en el espacio que una vez fue su casa y en 2027 volverá a ocupar

Adriana Banu, en el espacio que una vez fue su casa y en 2027 volverá a ocupar / J.M.López

En paralelo, propietarios e inquilinos han mantenido un pulso en los juzgados normalmente decantado del lado de los primeros. Agrupados en la la Asociación de Residentes Damnificados por el incendio de Campanar (Ardic), los inquilinos pleitearon para intentar parar el desescombro, acceder a las viviendas y recuperar los pocos enseres personales que habían sobrevivido al fuego. Desde fotos hasta contraseñas de criptomonedas. Sin embargo, el juez rechazó adoptar la medida cautelar esgrimiendo los mismos argumentos que la acusación pública y los dueños: que destruidas las viviendas se extingue la relación inquilino-propietario.

Ahora, estos mismos inquilinos están en otra batalla: «Nosotros no tenemos el edificio ni tenemos nada dentro. Pero estamos sorprendidos de que se hable tanto de la fachada cerámica del bloque y no se vaya al tema principal, que es la causa del incendio, aún abierta por lo penal. Queremos que el juez pida un informe sobre el mantenimiento de la fachada», dice Nancy Khawam, portavoz de Ardic. «La finca se construyó según la normativa y la teníamos perfectamente en orden», atajan los propietarios asociados en Aproicam. 

La agonía del fango

Los supervivientes del incendio y su amargo enfrentamiento desaparecieron del foco mediático con una tragedia todavía mayor. La barrancada del 29 de octubre destapó recuerdos y removió tripas. «Cuando veías las imágenes y te veías reflejado: intentar salir del fango y el agua helada es incluso peor que intentar escapar del fuego. También he tenido pesadillas con la dana, que tiene el mismo componente de agonía», reflexiona Mas. Peor fue la barrancada de Javier Baldoví, golpeado emocional y materialmente. «Yo tengo un carrusel infantil en MN4 y quedó arrasado. Es mi medio de vida», dice el miembro de una familia con varias generaciones de feriantes. El carrusel ya está restaurado, pero el centro comercial de Alfafar sigue sin reabrir. 

El edificio calcinado conserva los buzones

El edificio calcinado conserva los buzones / J.M.López

Toda su ilusión está por tanto depositada en las novedades del edificio. Elegido el revestimiento cerámico de color blanco, falta preparar el presupuesto de ejecución para la que ya se han postulado 15 constructoras. La reconstrucción costará unos 20 millones -sin modificaciones- y respetará la distribución de las viviendas. La aseguradora del edificio cubrirá la práctica totalidad del edificio, que ha valorado en 27 millones de euros, y los propietarios cobrarán sus respectivas pólizas para rehacer sus hogares. 

«Estamos deseando volver a casa. Vamos a entrar en pisos completamente nuevos y el hecho de estrenar algo quizás haga que olvidemos lo que pasó allí», anticipa Mas. «Nosotros tenemos tanta ilusión», agrega Baldoví, «que hemos comprado un reloj de cuenta regresiva. Alguna gente lo utiliza para contar los días hasta su jubilación. Nosotros para descontar los días hasta la vuelta a Campanar». Se han puesto de plazo el 31 de diciembre de 2026. Hoy marca 683. 

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