Doscientas personas en lista de espera y cuatro meses para conseguir plaza en un albergue
Las entidades sociales aseguran que los albergues "son insuficientes" para la demanda actual y "la falta de recursos de derivación"

Vecinos de València pasean por el cauce del río Turia entre tiendas de campaña. / F. Calabuig.

En el Jardín del Túria de València los vecinos pasean al perro, hacen deporte, circulan en bicicleta, juegan, leen... Y lo hacen junto a personas sin hogar que, de forma discreta, viven allí. Las tiendas de campaña instaladas en pequeños grupos a lo largo del antiguo cauce del río Turia les delata y hacen pensar que sea alguna asociación quien las distribuye (o haya repartido) cuando el tiempo no acompaña. Pero no es así. Se la compran ellos. La inversión es necesaria cuando no hay techo. Y es que las tiendas que proliferan a lo largo del cauce son las más baratas de una conocida tienda de deportes, cuesta apenas 20 euros y tienen capacidad para una persona y sus escasas pertenencias.

Tiendas de campaña, en el cauce del río. / F. Calabuig.
Desde la Mesa de Entidades de Solidaridad con los Migrantes y asociaciones que trabajan con el colectivo como València Acoge o el Servicio Jesuita Migrante (SJM) coinciden en apuntar a la urgencia de albergues en la ciudad de València y su área metropolitana ya que la "lista de espera ya supera las 200 personas y las plazas de los albergues se dan a cuatro meses vista". Esta petición es la misma desde hace una décadas pero lejos de aumentar, las plazas disminuyen. El ayuntamiento de València cerró recientemente el único albuergue de baja exigencia que había en el barrio del Carme. Un año antes, cerró el Casal d'Esplai (en Rocafort). Eso implica 57 plazas menos en dos años ante una demanda que no para de crecer. Ahora, además, el albergue municipal en la calle Santa Cruz de Tenerife, está cerrado y así seguirá hasta el mes de diciembre. Tampoco los municipios del área metropolitana cuentan con albergues para personas sin hogar. El único que hay es el Cides (Ciudad de la Esperanza, propiedad de la iglesia) con 180 plazas para un territorio que supera el millón y medio de habitantes.
Quienes trabajan con el colectivo aseguran que se "ven" más tiendas de campañas porque hay asentamientos que tras ser desmantelados en la superficie se han bajado al río. Ahí, bajo cualquier arbusto han ubicado la tienda de campaña que tenían en lugares cercanos al Botànic o al Muvim. Cuando las tiendas de campaña en el río empezaron a ser más visibles la policía local les pidió que estuvieran tranquilos y disperso, y que mantuvieran la zona limpia. Y así, vecinos y migrantes a la espera de un albergue o de una cama bajo techo, conviven en el pulmón verde de la ciudad. Pero ¿quienes viven en el antiguo cauce del río Turia? Levante-EMV rescata algunos de los testimonios de quienes viven en estas condiciones por no tener alternativa.
¿Quienes son?
A primera hora de la mañana hay movimiento en unas tiendas de campaña que sobre las 10 horas se quedan vacías. Mohamed Abdelhak y Laidi Mohamed comparten nacionalidad, destino y perfil de quienes viven en el cauce del río Turia. Son jóvenes migrantes recién llegados a València. Ellos son de Argelia. Pero como ellos los hay de diversas nacionalidades. Se agrupan por afinidades como la edad o el idioma. Y es que poder expresarse es motivo de unión entre desconocidos que lo son menos cuando se entienden.
Mohamed Abdelhak tiene 22 años y llegó a València hace dos meses con la intención de continuar sus estudios. Es técnico superior de Mantenimiento y Equipos de frío. Y muestra un certificado de su país que lo acredita. En situación adminsitrativa irregular este joven se centra en aprender español y lo hace en el Servicio Jesuita Migrante (SJM), como tantos otros en su misma situación. "Sin papeles no puedo trabajar", explica. El dinero que trajo de su país se está acabando así que el tiempo corre en su contra. "Por eso estudio todo lo que puedo", recalca. Sabe bien que el idioma es la primera barrera a superar. Y muestra su libreta con apuntes de los verbos ser y estar. Su compañero Laidi es diez años mayor (33 años) pero se encuentra en la misma situación. "Sin idioma no podemos hacer nada", afirma.

Mohamed Abdelhak tiene 22 años y muestra su libreta de español. / F. Calabuig.
Desde el SJM explican que muchos de estos jóvenes hubieran preferido llegar hasta Francia, en lugar de quedarse en España. Sin embargo, saben que no pueden moverse con facilidad y que en cualquier momento están expuestos a la expulsión. Por eso deben ser invisibles. "El perfil de quienes viven en el río es el de jóvenes migrantes recién llegados (entre 3 y 6 meses). Vienen huyendo la pobreza o de la violencia y en busca de un futuro. Es posible que sus familias se hayan endeudado para que ellos emprendieran el viaje así que no pueden regresar y quieren trabajar. Les ayudamos con clases de español y asesoramiento sobre cómo regularizar su situación, pero los recursos habitacionales que tenemos nosotros se destinan a mujeres y a familias", explican desde el SJM.
Las entidades que trabajan con migrantes afirman que los escasos recursos habitacionales, destinados hace décadas a ese perfil de personas sin hogar que implicaba adicciones o problemas de salud mental, los ocupan ahora familias que no pueden acceder a una vivienda en el mercado libre, así que la demanda crece ante una oferta pública que se ha reducido y estancado. "Las pocas plazas que hay las ocupan mujeres con niños porque son los más vulnerables de entre los vulnerables. Así que en la calle hay chavales migrantes recién llegados", explican desde València Acoge, una entidad que asegura que hay emergencias sociales "que no se cubren porque no hay recursos".
Vivir debajo del puente
Bajo los puentes del río Turia siempre ha habido personas sin hogar. Ahora también las hay, en pequeños grupos y con sus tiendas de campaña. José Ballater y Jorge Gomez ocupan una de las pequeñas parcelas y son ejemplo de un perfil "nuevo" de personas sin hogar que las entidades sociales afirman que "no se había visto hasta ahora" ya que son migrantes pero superan los 50 años. "Necesito la documentación en regla para poder trabajar", explica Jose Ballater a sus 64 años, una edad cercana a una jubilación que no tendrá. A su lado, Jorge Gómez explica que están contando los días para poder perdir el empadronamiento especial que les abra la puerta a una serie de recursos que son inaccesibles para ellos. "Tengo la cita el 8 de abril. Llevo meses esperando", añade.

José Ballater vive bajo de un puente en el río Turia. / F. Calabuig.
Las entidades sociales reivindican los albergues como recursos de emergencia para situaciones que precisan de más recursos. "Vienen a trabajar, a buscarse la vida y los necesitamos. Mantienen nuestro sistema de bienestar y no merecen ni vivir en el río ni hacerlo en esas condiciones. Te los cruzas por la calle y no piensas que viven como lo hacen: en el río, a la intemperie. Es un colectivo que ni tan siquiera cobrando una renta mínima consigue vivienda así que necesitamos flexibilizar la acogida social para no transformarnos en una sociedad expulsiva", concluyen las entidades sociales.
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