Mazón enmienda el legado identitario de Camps y Zaplana

Cuatro expertos reflexionan sobre el estado de salud del proyecto colectivo valenciano en el ecuador de la legislatura: dos años marcados por el retroceso autonomista y las cesiones a Vox

Cabalgata de homenaje a Jaume I, en 2008, pasando frente al Palau de la Generalitat.

Cabalgata de homenaje a Jaume I, en 2008, pasando frente al Palau de la Generalitat. / Fernando Bustamante

José Luis García Nieves

José Luis García Nieves

València

Ni una identidad depende de una sola persona ni un proyecto ‘nacional’ se levanta en un ciclo electoral. La comunidad humana que forma el pueblo valenciano lleva ocho siglos en marcha, pero el inquilino del Palau de la Generalitat siempre imprime su sello. El largo periodo de Joan Lerma fue el de la construcción del autogobierno democrático: para unos, la llegada del valenciano al espacio público y los grandes proyectos culturales; para otros, la oportunidad perdida de un valencianismo que veía en el Palau un freno institucional, maniatado por el contexto de la ‘batalla de Valencia’.

Zaplana, con el traje de pragmático, evitó conflictos y dejó hacer, alcanzó la paz lingüística con el pacto histórico de la AVL y desplazó la autoestima colectiva a otro escenario: el de la turboeconomía de los prodigiosos años 90 (y todo lo que vino tras ella). Con Camps, criado dentro de las murallas de Jaume I, el Palau adquirió solemnidad medieval. El ‘president’ se vistió de neoforalista, dictando derecho civil propio, y reivindicando un autonomismo amable con la idea de España. El Botànic de Puig y Oltra, finalmente, reconstruyó una radiotelevisión valenciana, trató de descentralizar la Generalitat y aspiró a dar prestigio social a la lengua, un valencianismo que recogía frutos tras décadas picando piedra sin el amparo institucional.

Dos años después del regreso del PP al poder, el proyecto colectivo valenciano que emana del Palau emite nuevas influencias sobre la frágil y compleja identidad valenciana. El consultor y político valencianista Lluís Bertomeu no hace concesiones. Su visión es crítica. En clave identitaria, “el diagnóstico y el paradigma no puede ser más trágico”. “Con las riendas en el provincianismo más miope y lacerante, parece haber visto la oportunidad de derribar la arquitectura de nuestros cimientos simbólicos y compartidos desde el Sénia al Segura”, señala.

Carlos Mazón, ante la obra de Sorolla en la Hispanic Society de Nueva York.

Carlos Mazón, ante la obra de Sorolla en la Hispanic Society de Nueva York. / Ángel Colmenares/EFE

En estos 24 meses, han pasado algunas cosas. Mazón llegó al Palau vestido con un traje más económico que identitario, más de impuestos que de banderas, más propio de un gestor empresarial que de la primera autoridad de una comunidad histórica. Sin embargo, la legislatura ha terminado entrando en arenas movedizas. La lengua ha regresado al terreno del conflicto, con una ley (la de Libertad Educativa) que obliga a los padres a elegir; con severos recortes a la Acadèmia Valenciana de la Llengua o la voluntad de introducir la lengua de Cervantes en los Informatius d’À Punt.

También se han eliminado ayudas a la promoción del autogobierno y desarrollo estatutario, y han desaparecido el recuerdo oficial del 25 d’Abril de 1707; y el proyecto cultural de la Generalitat, delegado en Vox al inicio del mandato, ha terminado refugiándose en el territorio blanco del constumbrismo de Sorolla (el sueño de todos los presidents: el retorno del pintor).

“El proyecto de Mazón es una involución autonómica flagrante de la mano de Vox. Le está comprando el relato a un partido que está en contra del estado de las autonomías. Es hiriente cuando lo comparamos con el proyecto ‘nacional’ que tenía el PP en época de Zaplana y Camps”, señala Vicent Baydal, historiador y cronista de València. Otros ‘consells’ del PP, recuerda, no solo aprobaron instituciones de autogobierno claves como la AVL, sino también pactaron con el PSOE el nuevo Estatut, “en que nos declarábamos nacionalidad histórica, teníamos la ‘cláusula Camps’, y simbólicamente se declaraba el Monestir de la Valldigna como templo espiritual de los valencianos”. “Incluso se consigue la competencia de legislar en materia de derecho civil valenciano. En esa época, hace 20-25 años, se establecieron unas bases de profundización del autogobierno y la descentralización que lideró el PP y que ahora están intentando destruir”.

Provincias vs autonomía

Más que una cuestión de visión presidencial (la cuestión identitaria, en un sentido o en otro, está alejada de las prioridades de Mazón), parece más bien la dependencia de Vox lo que ha ido perfilando este proyecto. La gran contribución identitaria de Mazón hasta la fecha se condensa en tres palabras: “Castellón, Valencia y Alicante”. Es el mantra de Mazón, la fórmula que repite desde antes de llegar al Palau para referirse al espacio físico (reino, país, comunidad) que comparten los valencianos. ¿Voluntad de reivindicar las partes o desarticulación de un todo compartido? “Siempre he pensado que la visión provincialista no ayuda a mejorar la vertebración. Todos sabemos que nuestro territorio tiene una prolongación extensa, pero de norte a sur todos nos sentimos parte del ‘poble valencià’. Creo que la nomenclatura ‘Valencia’ que muchas veces puede dar a entender que no se incluye a las otras provincias, es un error. Una fórmula correcta sería evitar las nomenclaturas que puedan llevar a dividirnos; y sobre todo hacer acciones reales de vertebración”, expresa la abogada y politóloga Susi Boix.

“Debate más institucional que real”

En este punto, observa en el debate identitario actual una dimensión más partidista que real. “Las acciones institucionales que pueden abrir un cisma (social, lingüístico, territorial, institucional, ideológico) no se perciben a pie de calle”. Frente a esa deriva, apunta al papel de la sociedad civil. “Tenemos que poner en valor sobre todo las figuras más representativas de nuestra historia, conocerlas, valorarlas y ponerlas en primera página. Sería la forma de reencontrarnos y sacar de la agenda cuestiones que no deberían abrir cismas”, dice Boix poniendo el ejemplo de Jaume I, del que precisamente el próximo año se cumplen 750 años de su muerte.

¿En este contexto, hacia dónde puede ir el proyecto colectivo de la C. Valenciana con Carlos Mazón? “Estas aventuras del espíritu, de pensar en un proyecto comunitario, en qué es lo que cohesiona, eso está lejos de su horizonte político”, zanja el jurista y exconseller Manuel Alcaraz. “Hay que tener en cuenta la personalidad política de Mazón. Es un artesano de la política, es el regate corto, sin especiales estrategias y con olfato para sobrevivir. Eso hace que el esquema de la comunidad sea muy estrecho. Él es un valenciano regionalista, muy apegado a una visión tradicional de determinadas élites de Alicante, que ni siquiera es compartida por mucha gente que en el pasado sí la compartía. El empresariado no está jugando a lo que jugó en el pasado, que en las guerras simbólicas, lingüísticas, Alicante ya no juega el papel que jugó en el pasado”.

Para Mazón, opina Alcaraz, “las autonomías son un afortunado accidente: España podría haber vivido sin comunidades, pero es afortunado porque a él le permite gobernar”. En ese contexto, su visión de la C. Valenciana en España se resume en una buena relación con Murcia, ligada al debate del agua, y con Madrid, aunque no es tampoco la primera vez que se ensaya, apunta en relación a aquel Eje de la Prosperidad aznariana. “Esa es su visión, muy poco problemática. Es el ‘per ofrenar’”, resume. Un intento de proyecto de la C. Valenciana dentro de España que, en todo caso, ha quedado abortado en el despegue de su mandato por la dana del pasado 29 de octubre. 

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