Las incertezas del desastre migratorio en el polígono de Aldaia
Migrantes desalojados de una nave industrial siguen buscando nuevos sitios donde acampar

Migrantes pasan junto a la nave industrial desalojada. / Fernando Bustamante

Aldaia, pleno siglo XXI. Todo son incertezas en torno al problema migratorio en el área de la Ciudad de la Esperanza, el centro religioso que recoge a personas sintecho, la gran mayoría migrantes, para darles refugio temporalmente. No hay respuestas institucionales a la superpoblación de refugiados y sus derivas, como la vivida este fin de semana en una vieja nave industrial.
A menos de dos kilómetros de la Ciudad de la Esperanza, grupitos de migrantes formaron durante los últimos meses un pequeño poblado en el edificio en ruinas del polígono de Pla de Quart hasta que este fin de semana fueron desalojados. Buscaban algo tan simple, y tan inalcanzable, como un techo. En el otro lado de este tablero con piezas rotas, los dueños del terreno (adquirido el pasado mes de marzo), advierten hace un mes que quieren el solar vacío para invertir en un nuevo negocio. Unos buscan refugio entre las paredes quebradas de esta nave que un día fue la sede de Cofedeva, un almacén de material de ferretería en los tiempos de bonanza. Los otros defienden legítimamente su propiedad. Moralmente, este asunto confuso es un nudo por desenredar.

Dos migrantes, ayer por el polígono Pla de Quart, cerca de la Ciudad de la Esperanza. / ED
El desenlace se inicia el viernes con con el asalto a la nave por parte de los propietarios y agentes de seguridad contratados. Al menos hay uno con una camiseta del colectivo ‘desokupa’, con esas dos banderas de España cruzadas que invocan a la España que viene. Tienen legitimidad para desalojar, pero sólo tienen una herramienta y esa es la violencia. Dicen los dueños que es su último recurso, que ya llevan un mes avisando. Al ayuntamiento, viene a decir el alcalde de Aldaia, Guillermo Luján, esto le viene «muy grande». ¿Quién gestiona este embrollo? El subdelegado del Gobierno en la Comunitat Valenciana, José Rodríguez Jurado, hizo acto de presencia el viernes, pero ayer continuaba el desconcierto en la zona, las mismas incertezas.
Además de la pobreza y una vida salvaje , a los acampados les esperaba un desalojo violento: porras, bates de béisbol, gas pimienta y un enfrentamiento que acaba el sábado con dos detenidos y cuatro identificados por parte de la Guardia Civil y la Policía Nacional. Esta noche, de nuevo, muchos no domirán bajo un techo, aunque sea de uralita rota, entre escombros y olor a basura y heces, picaduras de chinches y pulgas. Algunos, ni dormirán.
Un vigilante privado custodiaba ayer, sentado en una silla y en el centro, las ruinas como una ciudad recién conquistada. A unos metros, en la rotonda que viene de la Ciudad de la Esperanza, varios de los sintecho (la mayoría jóvenes magrebíes, algunos menores) deambulan en busca de un destino incierto. Algunos, los pocos que caben, volvieron el sábado al centro cristiano de acogida, ese espacio que ofrece esperanza, sí, pero con un máximo de 3 meses. El resto busca un rincón donde no molestar demasiado.

UIno de los migrantes desalojados rebusca entre las ropa usada. / Fernando Bustamante
Mientras, Aldaia pide ayuda al Gobierno y a la Generalitat, porque tiene claro que dejar estos asuntos en manos de los propietarios armados con porras y gas no parece la mejor política migratoria. Desde Delegación del Gobierno, hay un mensaje de incerteza. Nadie tiene respuestas sobre estos desheredados, unos más entre los cientos o miles que se buscan la vida en València y su periferia. Tampoco sale información de la Ciudad de la Esperanza, donde el portero, un hombre desdentado y vestido con un polo negro que repite al menos dos días, no tiene respuestas: «Han vuelto algunos, pero no sé más. Hasta el lunes no hay nadie que te pueda informar».
Mientras tanto, los turistas del caos diario siguen su recorrido por Aldaia entre ruinas industriales e incertidumbres institucionales. Aquí, la ‘Ciudad de la Esperanza’ parece más bien un laberinto sin salida.
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