Salud Mental

Las cicatrices invisibles de la dana en la juventud valenciana

La mitad de los jóvenes de la zona cero han necesitado un psicólogo, el 38 % reconoce que su rendimiento en los estudios se ha hundido y un 97 % ha tenido el centro escolar afectado

Varios dibujos de niños y niñas de un colegio afectado por la dana.

Varios dibujos de niños y niñas de un colegio afectado por la dana. / Gonzalo Sánchez

Gonzalo Sánchez

Gonzalo Sánchez

València

"El primer día salí en chanclas para ver como estaban mis amigos. Luego me junté con Aitana y Osama para ir a comprar comida y llevársela a los vecinos que no tenían". Eleia tiene 14 años y es de Massanassa, plena zona cero de la dana. Es parte de una generación que ha tenido que crecer de golpe y que ahora debe gestionar las consecuencias de la riada más devastadora en un siglo. Es un ejemplo de la generación de cristal que demostró ser de hierro.

Sin embargo, la riada ha tenido consecuencias, tanto alrededor de Eleia como dentro de ella. La mitad de los adolescentes de la zona cero han necesitado ir a un psicólogo después de la riada y el 37 % reconoce que su rendimiento en los estudios ha caído mucho porque no puede concentrarse. El 58 % ha visto como su rutina diaria saltaba por los aires y el 97 % ha tenido daños en su instituto y les siguen faltando materiales a día de hoy. Son datos de un estudio reciente de la ONG Plan Internacional.

No es fácil ser joven en la zona cero de la dana. Si practicabas algún deporte tu cancha está arrasada. Si ibas al centro de juventud, quedabas en una plaza, frecuentabas clases de música o baile, o simplemente salías a sentarte en un banco, ya no puedes. Aún, ocho meses después de la catástrofe hay pocos espacios limpios y libres para jugar. Todo es un desastre por arreglarse, como la vida de los chavales. Ellos y ellas fueron los primeros voluntarios que pasaron incontables horas sacando barro y limpiando escombro; ayudando no importaba a quien. Dejándose el físico por su pueblo.

"En ese momento era la urgencia, había que salir a ayudar sí o sí, y no lo asimilábamos mientras pasaba. Es como cuando te lesionas, que no te duele de verdad hasta el día siguiente o cuando ha pasado un rato". El que habla es Abel, de 17 años, con sus amigos Asier y Rafa, desde la cancha de baloncesto en la que entrenaban casi cada día hasta que llegó la riada. Durante meses ha hecho las veces de almacén y de comedor para los militares, que tomaron la nave para repartir lo más necesario.

Varios jóvenes en el campo de fútbol de Benetússer reconvertido en campa, unos meses después de la dana.

Varios jóvenes en el campo de fútbol de Benetússer reconvertido en campa, unos meses después de la dana. / José Manuel López

El trauma para los más pequeños

"No podíamos volver a clase como si no hubiera pasado nada". Teresa es profesora en el CEIP Mateu Cámara de València, y los días siguientes a la dana, cuando ya se contaban cientos de fallecidos, tuvo que volver a explicar la vida a sus niños y niñas de Primaria. Algunos de ellos eran alumnos de acogida de localidades arrasadas. La gran mayoría seguían asustados.

Una de las paredes del colegio es un mural gigantesco lleno de dibujos hechos por los propios niños en los que retratan lo que sintieron el día de la dana. Coches flotando, ambulancias, manos saliendo del agua, calles devastadas o el centro comercial hecho un caos son algunas de las escenas que han reflejado los niños de 11 y 12 años.

La riada no solo ha dejado daños físicos, sino también emocionales en el alumnado. Tres meses después, la mayoría de los colegios de la zona cero ni siquiera habían retomado la actividad lectiva para tratar con los más pequeños lo que había pasado, dejarles desahogarse y ayudarles a comprenderlo. Representantes de la comunidad educativa consideran que es un 'curso perdido' en el sentido didáctico. Pero hay cosas que son más importantes.

Varios estudiantes de Bachillerato afectados por la dana.

Varios estudiantes de Bachillerato afectados por la dana. / Miguel Ángel Montesinos

Niños desplazados

Claudia tiene 9 años y es de Paiporta, aunque se tuvo que ir a vivir con su familia a Manises a causa de una neumonía causada por el lodo seco que impregnaba el aire. Las primeras semanas las pasó con crisis de ansiedad, tristeza y falta de apetito, como su hermana de 8, ya que viven en un primer piso cerca del barranco.

Antes de la riada se estaba preparando para el campeonato de España de gimnasia estética, y le encantaba hacer deporte. "Estaba acostumbrada a salir del cole y quedar con mis amigas para hacer deporte, pero ahora está destrozado el sitio. Lo echo mucho de menos", cuenta Claudia.

Save The Children estima que hay 71.000 niños, niñas y adolescentes afectados por el impacto de la dana. En las poblaciones de l'Horta Sud son 40.000, de los cuales 20.000 forman parte de alguna asociación, según estimaciones de la Mancomunitat de l'Horta Sud.

"La dana arrasó mi casa"

Michella se levantaba a las 5 de la mañana para ir al institutoLa dana arrasó su casa, un bajo en Paiporta, y su familia tuvo que irse del pueblo. Aún así iba a estudiar cada mañana para en un futuro ser diseñadora 3D. Durante semanas cambió los libros por escobas y el instituto se convirtió en centro logístico: "Estudiar ya era lo de menos, había que buscar comida y agua para los vecinos y ayudar a limpiar", recuerdan.

El 42 % de los jóvenes dice que su casa ha sufrido desperfectos tras la riada, y un 11 % de ellos directamente han tenido que trasladarse a otra vivienda porque la suya sigue inhabitable. Un 38 % de los jóvenes ha tenido que realizar clases online al menos durante un mes, y de esos más de la mitad reconocen que no eran capaces de seguirlas por el malestar emocional.

La dana ha dejado un paisaje desolador en la provincia de València del que tardará años en recuperarse. Hay 228 fallecidos y hay enormes cicatrices urbanas. Sin embargo, las peores cicatrices son las que no se ven. Las que lleva por dentro una juventud obligada a crecer de un día para otro.

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