Un Palau más turístico que reivindicativo ante el Nou d'Octubre más atípico
Un goteo de consellers para arropar a Mazón y la protesta de dos vecinos de Alaquàs 'interrumpen' una mañana marcada por la lluvia y el paso de visitantes italianos

El conseller de Educación, José Antonio Rovira, llega al Palau a escuchar la declaración de Mazón, este Nou d'Octubre. / Miguel Ángel Montesinos

En el 'dia gran dels valencians', en torno al Palau de la Generalitat, centro de poder que representa a los valencianos, lo que menos había era, precisamente, valencianos. La puerta semiabierta en su entrada por la calle Caballeros intuía que algo ocurría dentro. Un coche de la policía autonómica y las luces del patio gótico se erigían a las 9 de la mañana en el único punto con algo de actividad en toda la zona. Ahí se estaba cociendo la declaración institucional de Carlos Mazón para un Nou d'Octubre atípico, marcado por la lluvia y la suspensión de la agenda y donde el máximo ambiente llegó casi a las 11:30 horas con un "Rovira, dimissió" al paso del conseller de Educación.
El centro histórico del Cap i Casal despertó con sensación más de festivo que de celebración, con los ocho siglos del Palau engalanados por las habituales telas rojas con el escudo de la Generalitat de los días de rigor totalmente chopadas por la tormenta que había descargado durante la madrugada. Donde estaba previsto que hubiera un paseo de autoridades y distinguidos en una estampa de paraguas y chubasqueros entre comentarios en italiano e inglés. Las vallas que debían marcar el camino amanecieron recogidas, amontonadas y el Palacio de Fuentehermosa, donde debía estar la prensa, cerrado.
Solo quedaba la actividad del edificio presidencial, donde los focos y el atril del patio gótico tenían su complemento con algunas ventanas iluminadas. El 'president' se encontraba allí desde las 8 de la mañana, puntual, como si la cita no se hubiera suspendido. En realidad, su discurso se mantenía, aunque esta vez en forma de declaración institucional grabada. Después tendría que llegar la entrevista prevista con À Punt. Mientras, fuera, el Palau era visto más como un monumento turístico que como un espacio de decisión, representación y poder.

Francisco Gan Pampols entra en el Palau de la Generalitat, este Nou d'Octubre. / Miguel Ángel Montesinos
A partir de las 10 menos cuarto, el caminar pausado de visitantes extranjeros, italianos como nacionalidad dominante, se comenzó a mezclar con el paso acelerado de algunos coches oficiales, consellers que entraban a acompañar al 'president' a su declaración institucional, convertidos en observadores de la realidad, pero con privilegio de visitar las entrañas del centro del autogobierno valenciano. El goteo de la lluvia se hizo carne en la entrada de los Ruth Merino, Miguel Barrachina, Francisco Gan Pampols, Susana Camarero o Nuria Martínez, a quienes el coche oficial acercó hasta la puerta de la plaza Manises. Todos el Consell unido para escoltar a Mazón en su discurso.
Fue entonces cuando la entrada de la calle Caballeros entornó los portones de madera y tapó la visibilidad interior. Silencio, se graba, faltó que alguien dijera. El silencio de la calle lo acompañaba. Un joven pertrechado con una senyera a la espalda, una gorra de capitán marinero y un megáfono amenazaba a resguardo de un balcón con algún cántico de protesta, pero la lluvia pareció frenarle. Difícilmente alguno de los que pasaban en ese momento por la calle le hubieran entendido de no haber gritado algo en inglés o italiano.
Dos vecinos de la dana
No ocurrió lo mismo con dos vecinos de Alaquàs, zona afectada por la dana, que se desplazaron hasta el entorno del Palau para mostrar su indignación con la gestión del Consell. En cuanto vieron salir al conseller de Educación, José Antonio Rovira, le gritaron reclamando su salida. "Rovira, dimissió", se oyó en una voz masculina. Fue un grito seco, en frío, sin coro alguno porque no había nadie que coreara nada más allá de un grupo de turistas a los que les explicaban en inglés la historia del edificio del que acababa de salir el dirigente autonómico.
Posteriormente, después de que la mayoría de consellers hubieran salido del Palau con la lluvia como amenaza, los dos únicos manifestantes de la jornada mostraban su desilusión por la baja convocatoria. "Creíamos que vendría alguien más", explica Xavier, regente de un bar en la localidad de l'Horta Sud donde entró el agua el 29 de octubre. A su lado, la mujer prefería no decir su nombre, pero también se presentaba como damnificada material de la riada al perder el coche. "Hemos venido a mostrar nuestra indignación por lo que hicieron", señala.
A esa hora, las campanas de la Catedral replicaban para la llamada del Tedeum, última expectativa de una posible salida de Mazón que no se dio. La entrada de la calle Caballeros ya volvía a ser visible, el ligero ajetreo que se había organizado en torno al Palau se frenaba y la lluvia tomaba fuerza. Justo en ese momento se confirmaba la cancelación definitiva de la procesión cívica. Por si hubiera alguna duda, el centro histórico de València quedaba supeditado de nuevo al ritmo del agua y el turismo al margen de cualquier reivindicación o celebración identitaria.
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