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Análisis

Un año instalados en la anormalidad política

La ausencia de Mazón en el mando de la emergencia en la riada, sus horas ‘oscuras’ esa tarde y el enfrentamiento con el Gobierno dominan estos 365 días

Mompó, Bernabé, Mazón, Sánchez, Morant, Arcadi  España y Susana  Camarero, en el centro de emergencias tras la catástrofe. | F.Calabuig

Mompó, Bernabé, Mazón, Sánchez, Morant, Arcadi España y Susana Camarero, en el centro de emergencias tras la catástrofe. | F.Calabuig

Alfons Garcia

Alfons Garcia

València

Anormalidad es el concepto que sintetiza la crónica política de estos 365 días, desde la peor catástrofe natural en décadas. No es normal que continúen existiendo zonas oscuras en la actuación del president aquel día y que sea la prensa la que vaya destapando sus movimientos mientras no estaba en el puesto de mando de la emergencia. Esa ausencia en el día D es el elemento que expande y amplifica el resto de evidencias de una anomalía institucional. Porque no es normal la desconexión y el enfrentamiento constante entre el Gobierno autonómico y el de España, de signo político opuesto. El resultado son dos reconstrucciones, no una. No es normal la ausencia de comunicación y empatía entre el Gobierno valenciano y las víctimas de la riada, al menos las agrupadas en las principales asociaciones. No es normal que los dos presidentes no se hayan sentado cara a cara en este tiempo, salvo su encuentro en el centro de emergencias en las horas posteriores a la tragedia. No es normal que Carlos Mazón no realice actos públicos en la zona cero. No es normal que haya estado en duda hasta el último momento su presencia en el funeral de Estado. Y no es normal que su agenda pública esté condicionada por la aparición de posibles protestas. Como no es normal tampoco que Pedro Sánchez no haya realizado una visita formal a los municipios más devastados ni haya pisado suelo herido ninguna autoridad principal europea, a pesar de tratarse de una de las riadas de peores consecuencias de las últimas décadas. Y tampoco es normal el cuestionamiento de instituciones técnicas (científicas), como la Aemet. Ni lo es que en la estrategia de supervivencia se hayan roto consensos básicos, como el del valenciano, que dio lugar a la AVL tras años de batalla de símbolos.

Analizado desde la distancia, el primer síntoma de esta anormalidad fue la ola de solidaridad que se desató para suplir la lenta reacción inicial de las instituciones. Y poco después, fue la reacción airada de una multitud vecinal (acompañada de algunos violentos radicales) cuando los reyes, el presidente del Gobierno y el de la Generalitat intentaron visitar Paiporta. La lluvia de fango es símbolo de un fracaso institucional, que marca este tiempo: se vio también en la vandalización del Palau en la primera y masiva manifestación de protesta, el 9 de noviembre de 2024 (130.000 personas). Fue la primera de doce. La última, con 50.000 personas. El dato indica la persistencia de un rechazo social a Mazón y su gobierno.

Un año después, casi nada es normal y se han cumplido la mayoría de las peores expectativas que se planteaban el día después de la barrancada. El editorial de este diario del día 31 ya dibujaba las coordenadas de este año: «Se extiende la percepción de que la gravedad de la situación en la que estábamos no se midió correctamente y la actuación de los servicios de emergencia adoleció, como mínimo, de descoordinación». Ese es el marco en el que se han movido estos 365 días. Así, el editorial ya señalaba que la Aemet había decretado el aviso rojo a partir de las 7 de la mañana y que la CHJ había informado al mediodía de desbordamientos, pero a pesar de esos avisos el Centro de Coordinación Operativa Integrado (Cecopi) no se reunió hasta las 17 horas y la alerta masiva no sonó hasta las 20.11 horas, cuando ya era tarde. «La tragedia de Valencia, ya que no ha podido evitarse, tiene que servir para que las políticas públicas no queden al albur de batallas culturales o de partido», subrayaba un texto que hoy suena profético, porque la batalla cultural es la que se ha acabado imponiendo, con una guerra de relatos que la instrucción judicial ha amortiguado pero no ha extinguido.

Un hecho fáctico es que, dentro de la anormalidad de este año, Mazón ha conseguido normalizar su situación frágil. Ha superado manifestaciones en contra; sus cambios de versión sobre el día de la riada; declaraciones de Núñez Feijóo que parecían enseñarle la puerta de salida (dijo que estaba noqueado); editoriales tajantes de la prensa conservadora de Madrid (‘Mazón debe irse ya’, en marzo pasado); reiteración de encuestas negativas, que coinciden en que entre 7 y 8 de cada diez valencianos creen que debe dimitir, y una presión de la instrucción judicial que ha dejado claro que la competencia de la emergencia era de la Generalitat y ha estrechado el cerco sobre él.

Sin embargo, Mazón ha sobrevivido. Fulminó a su consellera de Emergencias, Salomé Pradas, 20 días después de la tragedia y ha anunciado una nueva reforma del Consell tras amortizar al teniente general Francisco J. Gan Pampols, su apuesta blanca para la reconstrucción. Vox ha sido el aliado necesario para la supervivencia: su acuerdo para los presupuestos sitúa al gobierno de Mazón entre los pocos del PP con estabilidad asegurada. A día de hoy, él no ha descartado optar a la reelección. En este sentido, las mismas encuestas que claman por su dimisión vaticinan una victoria del bloque de la derecha de convocarse elecciones. La oposición, encabezada por la ministra Diana Morant, no ha sabido capitalizar la crisis. La dana no deja ganadores políticos: si acaso, Pilar Bernabé y Vicent Mompó.

Un año después, la reconstrucción avanza. Si se compara con el 30 de octubre de 2024, el estado de los municipios ha mejorado considerablemente. Si se compara con el 28 de octubre de 2024, falta mucho para una normalidad.

Un año después, la política se puede considerar una víctima inesperada (quizá no tanto, a la vista del desorden global) de la riada, a la espera de una reconstrucción que ni es ni se le espera en el corto plazo.

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