La peluquería milagro tras la dana: reabierta en un mes y reconvertida en “plaza pública”
Mario Martínez reabrió HMG peluqueros solo quince días después de que su local fuera arrasado, cobrando la voluntad y atendiendo a domicilio a quien no tenía ascensor

Francisco Calabuig

Tintar unas canas es una cosa, pero teñir de blanco un pelo joven es otra completamente diferente. Y más complicada. Por eso, a Mario Martínez no le sorprendió ver, el 29 de octubre, alrededor de las seis de la tarde, que la cabeza del chaval que tenía entre las manos todavía se había quedado algo amarillenta. Por la cristalera de la peluquería y academia HMG Peluqueros, de Catarroja, veía que las nubes pasaban muy rápido y que había un cielo “muy raro” y pensó que sería un buen día para cerrar antes de hora. Pero mientras que su familia, desde su casa en Torrent, le avisaba de que llovía con fuerza, en Catarroja, ni gota. Así que, al ver el tono amarillento del cuero cabelludo del cliente, pensó: “lo aclaro más y luego ya nos vamos”. El joven no llegó a salir de la peluquería con el “look” que deseaba, pero estuvo a punto, como su peluquero y su compañera Judith, de no salir vivo.
Un “cúmulo de casualidades”
“Mario, corre, vete, una riada”. Lo empezó a escuchar de la gente que pasaba por su puerta. Y, entre el desconcierto y la prisa, de pronto, vio la calle y cómo la masa de agua que se alzaba frente a sus cristales blindados empezó a crecer y a crecer hasta reventar el marco de la cristalera y entrar en tromba en el local. Se alcanzó un metro y medio de altura, de media, aunque en el despacho, en desnivel, la altura llegó a 1,70 metros, la altura de una persona de pie. Entre sus primeros pensamientos: “menos mal que los martes no hay formación”. En la academia hay siempre entre 15 y 25 alumnos de peluquería femenina y barbería. Pero no estaban, como tampoco la mujer y el hijo de Mario, que trabajan con él y a veces tienen a su nieta bebé en el local. Y así dio comienzo el “cúmulo de casualidades“ que lo salvó. “Lo que vivimos podría hacernos pensar que alguien nos va ayudando desde arriba, un poco pegando empujones”, reconoce.

La peluquería HMG Peluqueros en Catarroja funciona ya a pleno rendimiento tras ser arrasada por la dana del pasado 29 de octubre y reabrir en tiempo récord / Francisco Calabuig
El primer impulso fue correr. Pensaron que podrían agarrarse a la valla del colegio que tienen enfrente e intentar aguantar. Si lo hubieran hecho, el agua les habría arrastrado y se habrían ahogado.
El segundo impulso fue llamar al 112. La suya fue una de las cientos de llamadas que se quedaron sin contestar, así que decidieron no quedarse a esperar. Si lo hubieran hecho, no habrían podido resistir cuando el agua llegó a casi dos metros.
El tercer impulso fue subir la persiana. Pero se enganchó en una máquina de bolas para niños que estaba al lado en la puerta. Si lo hubieran hecho, la peluquería habría sido saqueada como lo fueron la papelería o el taller mecánico del barrio en la madrugada del 29 al 30 de octubre.
Y el cuarto impulso fue aprovechar para subirse al techo de un coche arrastrado por la corriente que acababa de estamparse contra el local. Desde ahí, Mario, Judith y el cliente pudieron alcanzar el primer piso del edificio. Segundos después de hacer pie firme, vieron cómo el coche del que acababan de bajarse fue arrastrado calle abajo por el agua. “Como en una película, nos salvamos por segundos”, rememora. Pasaron la noche entre el primer y el segundo piso, aliviados de estar vivos.
“Después de 27 años, te destruyen todo”

A Mario todavía se le rompe la voz cuando alguien le pide que describa lo que vio la mañana del día 30, ya con luz y cuando el agua había bajado. El adjetivo “dantesco”, tan repetido tras la dana, se queda corto. Cañas, barro hasta casi el techo, sillones destrozados. La humedad y el olor. “Son 27 años de trabajo y no es como cuando te roban, que te pueden quitar algo, es que te destruyen todo”, lamenta. Pero decidió que la cosa no iba a quedar así. “Desde mi total ignorancia, le dije a mi hijo que había que quitar el fango del local antes de que se secara”, recuerda. Y así empezó la segunda fase: una tarea ingente de limpieza que empezó antes de la llegada de cualquier voluntario o ayuda oficial.
Hugo, el hijo de Mario, tiene 20 años. Fueron él y sus amigos los primeros en meter pico y pala para sacar el fango. “Y luego dicen que son la generación de cristal”, critica el peluquero. Tiraron de conocidos, familiares y amistades. “Para cuando llegaron los voluntarios ya casi estaba”, destaca. Cuando en los edificios vecinos, los damnificados empezaban a pedir máquinas karcher, ellos ya estaban desinfectando el local. “La verdad es que hemos podido ir casi siempre un paso por delante”, reconoce.
Un tinte sin toallas ni agua
Y a los quince días, sin cristalera ni puerta, sin toallas, sin suministro de agua y sin prácticamente herramientas, la peluquería y academia HMG colgó el cartel de ‘Abierto’. No es una metáfora: una vez limpio el local, una banderola gigante colgaba sobre la puerta y decía: “No queremos que nos regalen dinero, queremos trabajar. Córtate el pelo en Catarroja”. Una invitación, figurada y literalmente: solo podían teñir y cortar, no lavar, porque no había agua, ni hacer muchas florituras, porque gran parte del instrumental había sido arrasado, pero empezaron haciéndolo gratis.
“Pero la gente quería ayudar, así que empezamos a cobrar la voluntad”, añade Mario, que se empezó a dar cuenta de la importancia de un pueblo unido y solidario cuando una clienta pasó por la puerta y le dijo: “Hazme algo, lo que quieras, que llevo el pelo bien pero quiero ayudar”. A cambio de esa ayuda, llevan casi un año prestando servicio a domicilio a quienes lo necesitan, como el vecino en silla de ruedas que no puede salir de casa porque todavía no tiene el ascensor en funcionamiento.

La peluquería y academia HMG Peluqueros ya está a pleno rendimiento tras ser arrasada por la dana de hace un año y reabrir no llega a un mes después, cuando se reconvirtió en plaza pública y servicio esencial / Francisco Calabuig
Servicios esenciales: de la pandemia a la riada
En la pandemia, las peluquerías se incluyeron entre los negocios que prestaban servicios esenciales y que, por lo tanto, tenían menos restricciones para trabajar cuando casi todo lo demás estaba cerrado. En la Catarroja postdana no hay mascarillas ni gel hidroalcohólico, pero Mario ha notado que, aunque la historia no se repite, a veces sí rima. Ir volviendo a la normalidad también trajo de vuelta la conversación a la peluquería "milagro" de Mario, reconvertida en plaza pública y lugar de terapia de grupo. Un espacio, como en 2020, esencial. Las historias empezaron a llegar con el paso de las semanas: “No sabes lo fría que estaba el agua”. “No te imaginas lo que es subirte a un coche para intentar sobrevivir”. Pero Mario sí que lo sabía.
Por eso, reconoce que la cara B de toda esa socialización ha sido una “carga psicológica extra”. “Ya lo viví en la crisis de 2008, cuando entraba la gente a contarte que se había quedado sin trabajo y tú sabías que la historia acabaría con que le quitarían la casa”, recuerda. Pero ahora, a eso se suma su propia decepción, que es, cree, el sentimiento que mejor define a esta localidad un año después. “No nos avisaron, tardó todo mucho y la gestión de la reconstrucción está siendo compleja”, lamenta. Ha sufrido en sus propias carnes cómo las ayudas tardaban y cómo, para algunas tramitaciones, “tienes que ser un catedrático para entender el proceso”.

Laura Carbonell, alumna de HMG Peluqueros / Francisco Calabuig
“Fue muy duro verlo todo destrozado”
Laura Carbonell forma parte de la resistencia. El arrase del agua no solo se llevó detrás cristales, instrumental y dinero, sino también a cuatro alumnos de la academia, que decidieron no continuar su formación tras la dana. “Se desengancharon, a veces pasa”, explica Mario. Pero Laura, que es de Alcàsser y este año terminará su formación, no lo hizo. “Tenía muchísimas ganas de volver después de un mes sin venir”, asegura.
Ahora el local tiene una zona muy grande para la academia, con sus lavacabezas y sus maniquíes, el espacio profesional habitual, paredes con placas que simulan mármol, sillas retro de barbería y hasta un espacio “VIP” para quienes quieran tratamientos o arreglos más costosos, con su sofá de cuero incluido. Pero Laura, como Mario, se acuerda del rastro del agua y el barro en la peluquería. Quizá les cueste un tiempo dejar de mirar arriba cuando salen del local, donde una placa colocada a 1,70 metros de altura recuerda: “Hasta aquí llegó la riada”. A su lado, Mario, que ha redecorado todo en tiempo récord, ha dejado una única mancha marrón. Para no olvidar que su peluquería y academia es, desde hace un año, un milagro.

Marca de "Hasta aquí llegó la riada" y restos de fango a 1,70 metros de altura en la peluquería HMG de Catarroja / Francisco Calabuig

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