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Los "guardianes" del buen reciclaje

Una brigada de jóvenes con diversidad funcional e intelectual vela por la correcta separación de residuos en Riba-roja

Los "guardianes" del buen reciclaje

Hay un proyecto en Riba-roja de Túria que une dos de los objetivos marcados en cualquier agenda política de este siglo: la sostenibilidad ambiental y la integración social. La combinación es sencilla: una quincena de personas con diversidad funcional e intelectual son los abanderados en la separación de residuos y del reciclaje en la comarca.

El Ayuntamiento de Riba-roja, en colaboración con la Mancomunidad de Camp de Túria, puso en marcha a través del Centro Ocupacional 'Ecoriba Integra', una iniciativa por la que miembros del centro recogen los residuos plásticos y de cartón en más de una decena de edificios públicos. Lo hacen cada viernes, y el beneficio va en las dos direcciones: a ellos les permite ser autónomos e independientes y, además, prestan un servicio ambiental a la comunidad.

«Se trata de normalizarles e integrarles en el día a día», señala Carmen Tomás, la coordinadora del centro. Sin embargo, estas 'brigadas del reciclaje', engloban toda una serie de aprendizajes. Les permite relacionarse con la sociedad en su más amplio sentido. Saludan a conserjes, niños, recepcionistas, profesores, policías locales, vecinos€ cualquier persona que se interponga en una de las tres rutas que tienen marcadas y en las que se dividen los voluntarios. Lo hacen en grupos de cinco personas y recorren el pueblo ataviados con sus chalecos, mochilas y guantes.

Salen a las 11 de la mañana y cada uno toma una dirección. Un grupo pasa por la comisaría de policía y la piscina municipal, mientras los otros se encargan de dos colegios, el ayuntamiento y la biblioteca. «No queremos que se estanquen, tienen que salir y hacer las cosas por sí mismos» explica José Luís Mejías, director del centro.

Dos horas de autonomía y libertad para sentirse realizados. Tienen claro su propósito: «Concienciar para que el planeta esté más limpio, recogemos plásticos y cartón y los llevamos a sus contenedores» explica América. Y no solo eso. Juan recuerda que se les da una paga, una cantidad simbólica de dinero por el trabajo realizado. «Lo ahorro para comprar regalos en Navidad y gastarlo en verano», explica.

En el trasfondo, Mejías explica que también se busca que asuman conductas laborales. El Centro Ocupacional es la continuación al colegio, de donde salen con 18 años. En el centro pueden estar «hasta su jubilación», pero el ideal es que de allí puedan desempeñar un trabajo. En estos momentos, dos de los 40 alumnos hacen prácticas en los ayuntamientos cada tarde.

De ahí la importancia de que durante las 2 horas de recorrido sepan comportarse: ni fumar, ni hablar por teléfono ni salirse del recorrido. «Ceñirse» al horario de trabajo, como en la vida misma. Para alcanzar ese fin, buena parte de las actividades son fuera del recinto. «No queríamos servicios propios, queríamos utilizar los municipales para obligarles a salir como el resto de las personas», dice. En la piscina municipal, cuando llegan a por los cubos, Amparo, la recepcionista, los recibe con besos y abrazos. «Te lo cuentan todo, se crea un vínculo con ellos», señala, mientras anima a Salva a que salga en las fotos, que evita a toda costa.

En el colegio Camp de Túria, una veintena de niños se agolpan a su llegada. Se ha avisado por megafonía y los pequeños bajan con los cubos. Se saludan, se despiden e incluso alguno se enfada si los niños no han separado bien los residuos.

«Antes se les escondía en casa pero ahora son parte de la sociedad». dice José Luís. Tanto él como Carmen llevan 30 años en el centro y no siempre es fácil, saben cuáles son los límites. En ocasiones no son de los alumnos, sino de los padres. La independencia que buscan inculcar choca con el «paternalismo» y el «exceso de protección» de los padres, que ven en sus hijos a unos eternos niños. «Eso impide que ellos se desarrollen y obtengan seguridad en sí mismos» lamentan.

Jorge tiene síndrome de Down pero lleva el trabajo en las venas. Se lleva un toque de atención por desviarse en el recorrido oficial a su casa, («Era para pedir un euro a mi madre para el café», se excusa) pero es el más trabajador del equipo. Mientras llega el resto, muestra con orgullo su anillo, comprado en Canet, uno de los dos viajes que el centro organiza al año. El otro es a Benidorm, siempre con sus tutores, todos volcados en la integración de sus alumnos. Ambos sitios permiten a los chavales salir, pasarlo bien y gastar el dinero ahorrado con sus compañeros de centro y, al final, también de vida.

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