la ciudad de las damas

comprando y con el mazo dando

Mar Vicent

DHace algunos años, cuando arrancaba la campaña de las rebajas en los grandes almacenes se producían carreras enloquecidas de consumidores, y sobre todo consumidoras, que atravesaban las puertas de cristal a velocidad de meteoro. Era una carrera bastante estúpida que, despreciando valientemente la posibilidad de partirse la cadera en la contienda, lo daba todo para pillar esa ganga rebajada de la que presumirían el resto del año.

La buena compradora fundamentaba sobre todo su buen hacer en el hecho de comprar cualquier cosa por menor precio que el habitual. El factor de la necesidad o no de dicha adquisición, no entraba en la fórmula. Quizás la prenda era de dos tallas menos de la que nunca po-dríamos vestir, o el objeto tenía un uso absolutamente indefinible, pero eran oportunidades que no se po-dían despreciar. Ahora ese objetivo se rinde ante otro predeterminado por los tiempos que corren. Ahora, lo que se pretende es adquirir por un precio menor del normal aquello que si no es así, siendo necesario, resulta inalcanzable. De cualquier forma, con rebajas o sin ellas, es momento de no perder el sentido común, ni renunciar a los principios éticos para intentar hacer un consumo inteligente y sobre todo responsable. Comprar no es un acto banal, sino que con nuestras decisiones marcamos postura ante muchos temas y conflictos: si queremos apoyar la economía de nuestra ciudad, mantener vivos los barrios y ayudar a los emprendedores es mejor privilegiar al pequeño comercio local, a la tienda de la esquina, a la boutique de la amiga, antes de encaminarse a esas grandes cadenas donde nos vestirán de uniforme y nos harán colaborar con un comercio injusto, irresponsable e insostenible. Si queremos cuidar el medio ambiente, intentemos reducir envoltorios, bolsas y embalajes que solo contaminan. Con un poco de curiosidad averiguaremos también que aquello que compramos viene de la otra punta del mundo y que su traslado tiene un alto precio en combustible y contaminación que no preocupa a quienes solo buscan beneficio en ese capitalismo globalizado en el que tan cómodos están. Si nuestra salud nos preocupa, prestemos atención a los productos que compramos porque muchas veces, más de las que creemos, han sido sometidos a tratamientos peligrosos para la salud. Si creemos en la igualdad de las mujeres, con nuestra compra, podemos intentar tocarles las narices a esas empresas que las tratan como ganado; las utilizan como carne fresca para anunciar sus productos: dicen apreciarlas pero solo las utilizan. Empresas como Victoria's Secret, que pretende imponer estereotipos de belleza insanos e imposibles, se merecen un buen coscorrón a cuenta de las miles de adolescentes que, por su culpa, sufren de trastornos alimentarios.

Hagámoslo. Si no queremos contribuir a la explotación de las personas, ni ser cómplices de empresas que para aumentar sus beneficios, trabajan en países que no son capaces de frenar sus ansias esclavistas, averigüemos dónde y cómo fabrican nuestras marcas preferidas sus productos. Un recurso muy utilizado para no hacer frente a nuestras responsabilidades es argumentar la debilidad de las acciones individuales frente a las poderosas estructuras que se meriendan nuestras humildes iniciativas. Pero es la historia de David el mosquito, contra Goliat el gigante. Muchas mosquitas, para nada muertas, son capaces de enrojecer la piel de Goliat y hasta quizás de provocarle una relación alérgica importante que lo deje fuera de combate. La otra opción es seguir viviendo en el sometimiento, dándole de comer mientras nos explota, daña nuestra salud y destruye nuestro planeta. La elección es fácil.

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