Muere a los 100 años la decana de los lectores de la biblioteca, Manuela Gil
El personal le llevaba cada 15 días un lote de libros y pese a su edad aún vivía sola en su casa del Carrer Blanc de Xàtiva

Muere a los 100 años la decana de los lectores de la biblioteca, Manuela Gil
agustí garzó xàtiva
Leía centenares de libros al año. Tenía una vitalidad fuera de lo común. Y era una de las pocas personas que viven solas en casa pese a haber cumplido ya 100 años. Apenas dos meses después de haber festejado su siglo de vida —nació en 1914, con la I Guerra Mundial— ha fallecido Manuela Gil víctima de una embolia. Deja dos hijos, José y Manuela; seis nietos (Mª José, Daniel, Francisco, otro Francisco, Agustín, Nela y José Félix) y ocho biznietos. Será incinerada hoy tras una misa funeral a las 13.15 horas en la Merced. Su nieto Agustín es el fotógrafo de la edición de la Costera-la Canal y la Vall d'Albaida de Levante-EMV.
A medida que pasaban los años y su energía apenas menguaba, Manuela se fue convirtiendo en todo un personaje: estaba al tanto de la política y de la actualidad informativa hasta límites insospechados. Y era un activísima socia de la biblioteca municipal; la mayor claro. Su avanzada edad hizo que, además, quedara prácticamente cómo la única persona que vivió el bombardeo de la estación de Xàtiva ya como adulta. Tenía 24 años y estaba en la calle de la Reina ese 12 de febrero del 39.
Manuela también fue muy conocida por su pericia como almidonera. Con casi 90 años aún le llevaban a su casa tapetes de ganchillo para que les aplicara el almidón que los endurece con el fin de realzar su función decorativa. En 1993 protagonizó una sonada polémica en los medios de comunicación locales. El ayuntamiento le expropió su casa de la calle Sant Agustí para derribarla y sumar el solar resultante a la futura ampliación de la escuela de adultos. Manuela se resistió a marcharse de la casa donde había vivido casi toda su vida, aunque finalmente se avino a aceptar un trueque por otra vivienda similar en el Carrer Blanc. Con los años tuvo que dejar de acudir a la biblioteca, pero no dejó de leer. Ni mucho menos. El personal de la misma le llevaba a casa cada dos semanas un lote de alrededor de diez libros que ella devoraba a veces en menos tiempo que el que tardaban en reemplazarlos. Con motivo de su centenario, el director, Vicent Orquín, fue personalmente a su casa para agradecerle su pasión por los libros y su curiosidad intelectual.
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