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el mirador del benicadell

aquella pascua de los años sesenta

Desde la Pascua de mitad de los 60 hasta la segunda edición del Festival Diània que celebra Ontinyent estos días previos como una forma diferente en el contexto de hábitos sociales evolucionados, de entender el puente festivo de la llamada Semana Santa, ha llovido mucho y se han sucedido todas las lunas posibles. Y es que medio siglo da para mucho. Los adolescentes ontinyentins de aquella década prodigiosa se afanaban por estrenar en dichas fechas un vaquero Levi's y una camisa a cuadros o a rayas, mientras el calzado irremediablemente eran unas deportivas. La música era en tocadiscos a pilas, mayormente. El soporte eran singles o EP's de cuatro canciones. Los discos sonaban hasta rallarse. Aunque uno de esos año ganó Eurovisión —y se escuchó en bastantes emisoras de radio— el Poupée de cire, poupée de son de la francesita France Gall, los que de verdad sonaban eran nombres españoles como Borracho, de Los Brincos; Si yo tuviera una escoba, de Los Sirex, o Esos ojitos negros, del Dúo Dinámico. Pero quienes hicieron el agosto aquel año fue un dúo que hasta tuvo relación familiar con Ontinyent, Johnny y Charlie, procedentes del norte de Europa, que pusieron a bailar a los más jóvenes del país con La Yenka. Aunque el himno de aquella sobrevenida modernez juvenil, en medio de la rancia dictadura de Franco, lo puso la canción Chica ye-yé interpretado para el cine, de forma contagiosa, por Conchita Velasco.

El pop inglés ya se hacía notar debido a la beatlemanía, pero en aquellos tocadiscos portátiles que poseía toda pandilla que se preciara en sus salidas a los parajes de la ciudad —Santa Ana, les Aigües o el Pou Clar— no faltaban los discos del pop francés o italiano. Uno de ellos fue Aline, del francés Cristophe. O aquel himno del agarrao

que era Mis manos en tu cintura, de Adamo, que también cantó y grabó en castellano. Mientras que el italiano Gianni Morandi estremecía a la sensiblería con No soy digno de ti. Triunfó en San Remo y después en todo el mundo el romántico Jimmy Fontana y su Il mondo, que llegó a cantar y grabar en catalán, como se puede comprobar en You Tube.

La mona. Las pascuas de las décadas sucesivas, hasta llegar al momento actual, han venido marcadas por la irrupción y consolidación del vehículo privado, la eclosión de les casetes ontinyentines y los apartamento de playa, sin olvidar la creciente afición a viajar en esta época del año. Sin embargo hay tradiciones, ligadas al comer, porque ya se sabe que culturalmente no hay festividad que no tenga su especialidad gastronómica. Y la mona de pascua, cuya antigüedad los catalanes sitúan en el siglo XV, no es ninguna excepción. Se come con longaniza seca, sobrasada o salchicha, pero sobre todo con uno o varios huevos duros. Lo que ha dado lugar a que aún se cante, como paso previo a romperle la cáscara del mismo sobre la frente de alguien próximo: «Ací em pica, ací en cou i ací et trenque l' ou!». El sabor dulce de la mona se remonta al tiempo de los árabes; su nombre procede precisamente del árabe munna, que significa «provisión de la boca». Y es que la Pascua, también en decadencia, ha tenido a lo largo de los tiempos sus canciones populares, que eran cantadas de generación en generación. Una de esas era La tarara. Y cómo no sus juegos, como el sambori, la trompa, a mi derecha, el pañuelo, y muchos otros.

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