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gran día para jorge y la vall

Jorge Rodríguez, el actual alcalde de Ontinyent y presidente de la Diputación de Valencia desde el pasado martes, iba para médico; seguramente de familia. Pero hete aquí que, un buen día, cuando acababa el siglo XX, decidió dar el primer gran cambio a su vida. Entonces, unos debieron pensar que se le habían cruzado los cables; otros, como su padre Miquel, cogió un disgusto profundo, propio de cuando se ve tirar una gozosa ilusión en un pozo. Y es que Jorge, sin salirse de su vocación de servicio público, había visto la luz. No en vano, con 14 años se dirigió a la presidenta de la Cruz Roja local solicitándole su incorporación a la plantilla de voluntarios. Pero como la edad mínima eran los 16 años, no se pudo dar de alta. Y seguramente se dijo para sus adentros: si para ser un buen arquitecto, antes hay que licenciarse en arquitectura o para ser un buen sicólogo, previamente debería doctorarse en sicología... como a él lo que le molaba era el arte de la política, decidió que, para ser un buen político, necesitaba licenciarse en ciencias políticas. Dicho y hecho. De aquella determinación serian testigo las aulas universitarias de la Miguel Hernández, en Oriola. O sea que iba a doctorarse en el difícil arte de la política. Obviamente, cuando decide hacer ese cambio su padre no lo entendió. Después, sus emociones de satisfacción han ido in crescendo.

La investidura. Los prolegómenos para la coronación presidencial de Jorge eran los de un día assenyalat. La flor y nata de la renovada política de les terres valencianes, empezando por el president de la Generalitat, Ximo Puig, fueron todos hasta Valencia a arropar a Jorge: el presidente de las Corts, Enric Morera; el alcalde de Valencia, Joan Ribó; la consellera oriunda valldalbaidina Gabriela Bravo, así como alcaldes, concejales o ex cargos públicos de la comarca; el portavoz de Compromís Ontinyent, Joan Gilabert e, incluso, representantes empresariales de la Vall que, espontáneamente, se dejaron ver por el Palau de Batlia. Pero no solo fueron a darle calor en lo afectivo y personal, sino a contemplar como esta comarca ponía una pica en el cap i casal que tradicionalmente tanto ha ignorado y orillado a la Vall d'Albaida. Y también para avalar con su presencia un modelo de consensos, transparencias y buen hacer político del que da fe ese 62% de votantes ontinyentins que, el 24M, optaron por sumarse a la bandera que enarbolaba Jorge. Una fecha histórica para Ontinyent y su comarca.

Sin duda los medios de la capital, acostumbrados a la jerga chirriante y dicharachera, inspirada en las barras de bar, de su antecesor, Alfonso Rus, se sorprenderán del talante de normalidad del que hace gala Rodríguez. EL primer edil ontinyentino ha situado en el mapa de la política valenciana a la Vall Blanca como, seguramente, no sucedía desde antes de la batalla de Almansa, cuando Ontinyent era «Vila Reial amb vot a les Corts del Regne».

Pero Rodríguez ya sabe que pese a su relativa juventud, 36 años, en pasar estos días montado en la cresta de la ola, le espera una ardua tarea. Porque como bien dijo en su discurso de investidura, no solo tiene que erradicar la corrupción que ha aflorado hasta la fecha en el estercolero del PP, sino que habrá de pechar con la que puede ir apareciendo en las próximas semanas. Y fuentes acreditadas señalan que podría ser de órdago.

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