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Cartas desde el desierto

Necrológica

Al ojear el libro de la Fira de Xàtiva de este año y ver que los artículos de los eximios intelectuales de la comarca estaban escritos en valenciano y los anuncios de las diversas casas comerciales en castellano —la ficción siempre es superada por la realidad—, me asaltó un presentimiento: el «tío Canya» ha muerto. No andaba equivocado. Ha muerto en silencio aquel cuyos berridos, en vida, se escuchaban en un kilómetro a la redonda. En los años setenta del siglo pasado pululaban por tierras valencianas una serie de grupúsculos musicales y cantautores que tenían en común dos cosas: su escasa valía (independientemente del sentimiento que pudiesen despertar) y la vana pretensión de destruir la societat de consum, que era como ellos denominaban entonces a lo que ahora llaman «salvaje neoliberalismo».

En realidad, los que acabaron consumidos por las drogas, el alcohol y la incuria intelectual fueron muchos de sus miembros: el grupo Cuixa, de Manises, Al Tall? A este último debemos agradecerle la autoría de una canción insufrible, titulada El tío Canya. Su letra dice que este señor visitó tres veces la ciudad de Valencia sin que nadie le entendiera en valenciano, de lo que quedó muy escocido. En realidad, su fácil verbo, gentil conversación, acrisolada amabilidad y finas maneras hicieron que el valenciano perdiese cientos de seguidores en cada una de ellas —pero eso no lo dice la canción—.

Tras las últimas elecciones municipales, algunos medios de comunicación especularon con una vuelta del tío Caña a Valencia, como decía la canción, amb gaiato si fa falta. Ese vil garrote, un desliz que el público perdonará fácilmente por venir de las filas «progres», no tiene nada que ver —¡pero nada de nada!— con el garrot, garrot, per dalt amplet, per baix amplot que otros ilustres poetas de la misma cuerda atribuían al franquismo. Pero los más avisados éramos conscientes de que al tío Caña li quedaven dos tallades de monyo. Así ha sido. Su cercano fallecimiento ha pasado desapercibido en plena canícula.

Y, en verdad, no lo sentimos demasiado. Aquí quedan sus deudos, tres hijos —no muy apenados, profesionistas de cierto prestigio que siempre han hablado en castellano— y una caterva de nietos que buscan en estos momentos acomodo en la nueva administración pública. Requiescat in pace.

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