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la ciudad de las damas

Xàtiva no es disneylandia

Lo bueno de vivir en una ciudad virtual como esta «Ciudad de las damas» es que cuando conviene se puede echar el cierre e irse con la música a otra parte. A la vuelta seguirá habiendo una hoja en blanco, donde contar opiniones y sensaciones procurando no molestar más de lo necesario, ni aburrir más de lo inevitable. También Xàtiva es una ciudad que quien puede abandona en verano huyendo de un sol que no calienta sino que incinera, aunque estos meses pasados se haya portado bien. Con la distancia, no sólo se busca comodidad, sino también la perspectiva necesaria para opinar con cordura, sin cegarse por prejuicios irracionales ni perjuicios personales.

Pero esta vez, a la vuelta te encuentras con una ciudad cambiada. Y en principio para mejor. Aunque todavía no es Disneylandia (modo ironía) , es cierto que ha superado algunas asignaturas pendientes. Pero tiene que desmelenarse un poquito —bastante— más, para convertirse en la Xàtiva moderna, participativa, sostenible y solidaria a la que aspiramos la mayoría de la población.

Ha cambiado el Ayuntamiento y no sólo porque ocupe el despacho principal un alcalde alto, joven y guapo (esto es un ejemplo de sexismo a la inversa), sino porque de la Casa del Pueblo fluyen aromas que huelen a cambio (y esto es un ejemplo de cursilería literaria)

La Fira sonó en valenciano y la gente aparcó sin problemas. Los plenos del ayuntamiento cambian de hora y el vecindario puede exponer sus preguntas e interpelaciones. Ya no se contrata con las amistades, ni se emplea a los conocidos sino que hay procedimientos que garantizan la igualdad de oportunidades. Se retiran honores a quien nunca los mereció y se reconocen los méritos a alcaldes castigados por servir a su pueblo con honor y valor. Hay un Consell de les Dones concurrido y lleno de energía reclamando su espacio y aportando su talento. La calle deja de ser propiedad de los coches para ceder el paso a peatones, un poco sorprendidos por la novedad. Se aumentan los impuestos municipales, pero para variar, sólo a los más forrados. Policías de barrio «apatrullan» las calles evidenciando el imperio de la ley. Se recuperan edificios que son patrimonio histórico. Y frente a tragedias humanas como los desahucios o las personas refugiadas se hace algo más que verter lágrimas de cocodrilo.

Aunque por otra parte, no son públicos todavía los bienes y agendas de los concejales/as, ni los resultados de la auditoría prometida que nos dirá a cuánto asciende la deuda heredada que nos toca pagar a todos. Sigue faltando valor para defender la laicidad de la institución o para prescindir de figuras que resultan anacrónicas e insultantes para algunas sensibilidades. Se han mantenido algunas inercias tóxicas como el feo asunto de las invitaciones en Fira y ha habido conatos hábilmente sofocados de actuaciones más propias de castas privilegiadas que de gobiernos democráticos.

En cualquier caso, el balance es positivo a pesar de errores, carencias y disfunciones. Y es justo señalar que es difícil estar a la altura de las enormes esperanzas depositadas. Porque de este ayuntamiento se espera algo tan simple y complicado a la vez, como que no engañe, ni desprecie a las personas. Que no se enroque en los despachos marcando dolorosas diferencias entre los que ayer fueron candidatos y hoy son excelentísimos o excelentísimas. Que trate a su electorado como seres inteligentes y no como votantes majaderos. Que no mienta y que opte siempre por la justicia sin utilizar nunca los atajos que llevan a la corrupción.

Miles de ojos les miran y muchas voces les juzgan. A veces con cariño, pero también con malicia y hasta con crueldad. Es necesario para que recuerden siempre el contrato que firmaron con quienes les llevaron allí. Y lo cumplan.

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