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la ciudad de las damas

despedidas públicas

Cuando uno se muere no tiene muchas posibilidades de montar el pollo, dadas las circunstancias. Pero sin embargo, hay gente que si pudiera protestar, como ha hecho toda la vida, llegado el momento del tránsito, presentaría una reclamación formal por la falta de medios existentes en la ciudad de Xàtiva para dar a conocer el óbito. Son, evidentemente, los familiares del difunto/a quienes quieren trasladar su pérdida a amigos y conocidos por aquello de compartir los malos tragos y, también, como muestra de cortesía y consideración hacia quienes apreciaban al finado. Por ello, es frecuente ver en la ciudad, en determinadas esquinas o escaparates abandonados, pasquines manufacturados que informan del fallecimiento de personas, junto con alguna referencia familiar. También algunos comercios generosos y solidarios colaboran en la difusión permitiendo en sus fachadas o cristaleras la presencia de esquelas artesanales en las que a veces aparecen incluso, las caras reproducidas para permitir su correcta identificación.

Para el visitante ocasional, resulta un poco sorprendente encontrarse con esas despedidas públicas colgando de las paredes. Ya se sabe que en este país , la muerte tiene un componente social que es perfectamente legítimo y positivo en la medida que trasladar a la comunidad los sentimientos de pérdida ayuda a superar el duelo. Pero también resulta un poco cutre tener que pegar por las paredes, folios con cinta aislante para dar cuenta de un suceso tan luctuoso como es el fallecimiento de un ser querido. Un hecho tan trascendental merece poder ser compartido de forma mas respetuosa y digna, sin compartir espacios urbanos carentes de condiciones con anuncios de discotecas y antigüas demandas de empleo. Todo tiene un cierto cariz artesanal y autosuficiente, que no se corresponde con una ciudad moderna y una población que debería poseer otros medios de compartir información, y no sólo la relativa a defunciones y óbitos. No habría que olvidar que cuando se reclama participación no sólo es en sentido vertical, de abajo hacia arriba —aunque esta vez los recién llegados prometían intentar cambiar de plano— sino también en sentido horizontal. Si algo tienen las ciudades pequeñas es la posibilidad de compartir vivencias y experiencias. Conocer y ser reconocido, en todas las etapas de la vida es un factor que indudablemente, aumenta la calidad de vida. Desde que se va a escuela, hasta que se camina con bastón, salir a la calle e intercambiar saludos con otros seres humanos es un privilegio que no tienen quienes viven en grandes ciudades, donde el desconocimiento, la desconfianza y el aislamiento convierte a las personas en seres realmente solitarios. Poder ser interpelado, y a veces interrogado, en relación a los grandes acontecimientos familiares, compartir la alegría de nacimientos y bodas igual que el dolor de las pérdidas, mantener esa comunicación múltiple, llena de sentimientos de todo tipo (desde la envidia hasta la compasión) es un privilegio irrenunciable pero que exige actualizar los procedimientos para permitir que se haga en las mejores condiciones.

Han sido muchos años sin participación alguna. Alguien dirá que cosas más urgentes hay que hacer, en esta ciudad que se recupera de una larga travesía por el desierto, en la cual el vicio democrático de la participación, se mantenía a raya mediante una rígida línea trazada desde la soberbia y la prepotencia. Y se equivocará, porque nada cambiará realmente si el nuevo proyecto de ciudad, por exitoso que sea en lo económico o por dinámico y solidario que resulte en lo social, no genera también cambios y mejoras en la relación entre las personas, entre los valores que guían sus relaciones, haciendo que mirarse a la cara y darse los buenos días sea una valor añadido imprescindible para la convivencia.

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