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la ciudad de las damas

Navidades electorales

Las Navidades ya resultan estresantes por sí solas, debido a esas celebraciones familiares en las que se dan abrazos con tanta facilidad como sopapos o a esa búsqueda frustrante del regalo ideal que sólo recibe a cambio vagas e hipócritas sonrisas de agradecimiento. También contribuyen esas maratones gastronómicas, que obsesionan a medio mundo con los menús, mientras que la otra mitad sufre en silencio el problema del empacho crónico?En medio de toda esta presión a alguna mente privilegiada se le ocurrió este año, convocar unas elecciones generales.

Si elegir el regalo ideal ya es difícil, más lo es elegir al candidato/a perfecto, sabiendo, además, que te ha de durar 4 años. Porque no llevan ningún tipo de garantía como ha quedado más que demostrado. Y a veces se les acaban las pilas, como hemos también comprobado. Prescindiendo de la opción femenina, porque de eso, al parecer, no hay existencias, la elección es realmente compleja. Para empezar, los candidatos, como los presentes navideños, van envueltos en papel de regalo, lo que hace difícil detectar sus carencias hábilmente encubiertas. Exhiben su mejor imagen y repiten hasta la extenuación el mismo discurso, hasta conseguir que las palabras construyan una realidad capaz de contradecir la verdad, si ésta no conviene. Al electorado, desde la preocupación de elegir a quien mejor nos represente y nos defienda, nos toca poner a prueba nuestras antenas de la verdad para reconocerla en todo su esplendor, ya que es la única apuesta segura que nos podemos permitir.

Pero es que además, inauguramos ahora la fase aguda de las Fiestas Navideñas cuando el mundo se pone de acuerdo para redecorarse a base de bolas, iluminarse con leds de plástico, tocar la pandereta y este año, como novedad en Xàtiva, patinar en una pista de hielo. Tal confluencia de factores extraordinarios hace que nuestras vidas transcurran en escenarios que no son los habituales. Es el momento de los belenes que las autoridades se pirran en inaugurar, de las farolas decoradas con guirnaldas plateadas y caretos de candidatos. De esperar en el trabajo la paga extra, con el desánimo de quien sabe que no será suficiente. De desesperar quienes no tienen trabajo y subsisten entre la esperanza y el desengaño, expectantes ante esas cifras crecientes de empleo, que como la lotería les toca siempre a otros.

En la calle una muchedumbre más o menos festiva, según las horas que lleve soportando las letanías de los centros comerciales, intenta un milagro imposible: obedecer el mandato del consumo desaforado sin llevar a la quiebra la delicada economía familiar pero contribuyendo así a la economía nacional. La televisión es aún más aburrida y previsible de lo habitual. Los informativos sólo difunden imágenes de líderes carismáticos o caraduras, acompañados de militancias fervorosas que ondean banderas, repiten cánticos y observan con ojos tiernos a sus dirigentes, despertando una envidia descomunal en quienes perdieron hace tiempo la capacidad de creer en la santidad de ningún ser humano.

Regalo en forma de votos. Como resultado final, el 20D alguien recibirá un regalo en forma de miles de votos que le darán derecho a formar gobierno e imponernos a todos su modelo de sociedad. Y lo hará de forma legítima porque para eso ha sido elegido. Y el 22D a alguien le tocará la lotería obteniendo así un regalo que sí es ajeno a la intervención humana y que a la inmensa mayoría no le va a repercutir de ninguna forma.

Por eso comprar décimos es un capricho que nos permitimos porque nos gusta desafiar al destino, pero entregar nuestro voto sin reflexión ni memoria, es un deporte de riesgo con alto índice de batacazos que deberíamos evitar.

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