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glocalidad

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En ocasiones, un escritor o ensayista o un articulista de prensa parece decir eso que nosotros creíamos pensar. Así, una columna de Manuel Vicent en un diario de tirada nacional, antes de que la Cumbre del Clima de París se convirtiese en noticia, hablaba del sueño de colonizar Marte como «escapatoria para el día, no tan lejano, en que este mundo se convierta definitivamente en un basurero inhabitable». Lo cual sirve de coartada para seguir engorrinando y destruyendo sin límite con la excusa de que podremos tener un recambio. Y nos exime, creemos, de adecentar el mundo, nuestro habitáculo único, nuestra casa —que, por ser de todos, no es de nadie; o viceversa— de cuidarlo, de conservarlo.

Parece que en nuestra galaxia sí hay mundos capaces de albergar vida, pero es prácticamente imposible que en el universo pueda haber lugar tan maravilloso como nuestro planeta, que posibilite creaciones sociales, formativas y de ocio; culturales, plásticas, musicales o gastronómicas. Capaz de dar escritores, músicos, artistas, filósofos. Los extraterrestres venidos de otras galaxias, para Vicent, «ya están aquí. Los que pelean —añade— por un planeta limpio y confortable, los pacifistas, los ecologistas, los naturistas, los esforzados combatientes contra el cambio climático son los astronautas extraterrestres». En dura liza, claro, con el modelo capitalista que busca un crecimiento económico ilimitado en un mundo limitado; en una empresa global, que es combatida y mofada por el negacionismo del presidente de FAES, por las aleladas declaraciones de Mariano Rajoy citando a su primo zumosol —luego habría de reconocer no acertó— y por adalides del ultraliberalismo al modo Rodríguez Braun quien, mientras se celebraba la cumbre, escribía: «el cambio climático (?), antes llamado calentamiento de la Tierra y que modificó su nombre cuando se vio que la Tierra ya no se calentaba». ¡Ja!

Guste o no, somos la primera generación que comprueba los efectos del cambio climático —aumento de las temperaturas, subida del nivel del mar— y la última que tendrá ocasión de hacer algo para detenerlo. Para esto se requerirá de una disposición glocal —neologismo en uso desde los 90— que nos mueva, bien a no esquilmar la selva amazónica y a no saturar la atmósfera con CO2, y también, en la escala doméstica, a realizar, consumos responsables, a no efectuar vertidos incontrolados y hacer uso del contenedor adecuado al desprendernos de nuestras basuras (y los electrodomésticos y escombros al ecoparque, y las medicinas al sigre farmacéutico, etc). Es decir, a pensar global(mente) y a actuar local(mente). ¿O creemos que de otro modo, y siguiendo con el argumento de Vicent, los setabenses no echaríamos de menos productos como la naranja y el ajo, y los dulces y arroces entre las delicias gastronómicas? Xàtiva no sería Xàtiva sin el pintor José de Ribera, sin Francisco de Paula Martí, grabador, inventor entre otras cosas de la taquigrafía, además de dramaturgo, o sin el escritor satírico e impresor Blai Bellver. No habrá tampoco otra cuna del historiador José Antonio Maravall ni del cantante Raimon ni de actrices que siguen hoy la estela de Mari Carmen Vela. Ni de pintores como Artur Heras y Joan Ramos, o Leña y Juan Francés o, entre generaciones más jóvenes, Ricard Vila, Miquel Mollà? Esa disposición, esa glocalidad sería la receta de toda cumbre climática. Por ende —ay, las palabras—, lleva implícito el término "calidad".

Si de aquella voz en off de un spot del refresco más globalizado y globalizador de todos los tiempos podemos extraer algo, desde luego que sea por mí y por ti, por las que buscan, por quienes ayudan, y por los que vengan. Por todos.

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