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TRIBUNA ABIERTA

Patiño y el cuidado del detalle turístico

Conocí a Vicente Patiño cuando ya era gerente del castillo de Xàtiva, pero una dilatada trayectoria en el mundo de la hostelería local, en la que era de sobra conocida su capacidad de trabajo y su cuidado del detalle ya le precedía. Por eso tal vez su llegada a la recién creada gerencia del castillo, una buena idea que debió tener continuidad cuando él la dejó, se notó desde el primer día. Puede que por ese concepto de la atención prioritaria al cliente, que su experiencia hostelera le había grabado a fuego, cuidó la atención al visitante como hasta entonces poco y en casos excepcionales se había hecho en el recinto fortificado setabense con perspectiva de espacio cultural y turístico.

El cuidado del detalle turístico en la fortaleza fue para Vicente una obsesión y se la recorría frecuentemente, de arriba abajo y varias veces al día, buscando como mejorar cada zona y cada servicio al visitante, teniendo claro, como comentábamos en alguna de las conversaciones que mantuvimos, hasta dónde se podía limpiar, embellecer y adecentar, pues la necesidad y urgencia, —que se mantiene agravada hoy en día—, de la obra de restauración patrimonial estaba fuera de su alcance.

Coincidíamos en que el impulso al turismo era fundamental para Xàtiva y en que le faltaba un empujón decidido que nadie se atrevía a darle, un desarrollo como destino monumental y cultural en el que pocos creían, y por desgracia pocos siguen creyendo. Desde su puesto y los muchos años viendo pasar visitantes, y escuchándolos, en el castillo, o con la experiencia de algún viaje en el que había visto ejemplos de éxito para aplicar al castillo o al conjunto histórico de Xàtiva, recuerdo sus explicaciones con pasión, como las vive quien de verdad cree en ellas, convencido de que la ciudad podía ser turística. Vicente, de haber nacido unos años después y haber cursado estudios de turismo, podría haber sido un buen concejal o técnico municipal de turismo, de esos que tanta falta le han hecho siempre a esta ciudad, porque el saber hacer, la imagen, la atención, el detalle y la sonrisa, pero también la preocupación y la búsqueda de las soluciones a los problemas y las incidencias sobrevenidas, todo ello lo tenía de sobra.

Evoco hoy también momentos, en la plaza de armas al ya cálido sol de febrero, o sobremesas en la terraza de la cafetería, con el viento espoleando violentamente el toldo ya entrada la primavera, hablando de aljibes, del conde de Urgel, la prisión y la capilla de la Reina María, de proyectos, de promoción y de animación turística, de incertidumbre y de insistencia, ante quien correspondiera, para hacer ver la importancia turística de una de las fortalezas históricas más destacadas de la Península Ibérica. Ahora estará, seguramente, más cerca de su Castillo Mayor y Menor, el que como a tantos que lo admiraron y valoraron también le cautivó. Y a algunos, pocos, nos quedará el grato recuerdo y la esperanza de una manera de hacer las cosas, constante, exigente y cuidando el detalle que es la garantía del éxito turístico que esta ciudad está tardando demasiado en buscar.

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