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Biblioteca de familias

salvador martínez y la revelación

El deseo de contactar con los muertos vía sesiones de ouija no es algo nuevo, ni un invento de las películas de terror, ni un ingrediente más del Halloween vivido hace unos días, que banaliza y convierte la muerte en objeto de consumo. La sociedad occidental consiguió perpetuar la esperanza de vida humana hasta edades muy avanzadas, y con ello, le perdió el respeto a la muerte, al considerarla como algo siempre lejano. Todo lo contrario a nuestros bisabuelos, quienes convivieron con ella día a día, debido a que un simple resfriado, infección o intoxicación podían segar una vida sana en cuestión de horas. La muerte repentina del ser querido fue el caldo de cultivo para que floreciesen las prácticas espiritualistas, y muchos de los que profesaron aquella fe, quisieron elevarla a la categoría de religión, e incluso presentaron sus experiencias paranormales en forma de libro, a modo de revelaciones del más allá. Cometieron la osadía de titularla la Revelación, por ser una obra de inspiración divina, cuyo objeto era corregir errores del catolicismo oficial, y narrar las verdades evangélicas que divulgaron los primeros apóstoles. Aspiraba a convertirse en una religión de futuro especialmente creada para los que habían perdido la fe en la humanidad o en la esperanza de la Resurrección cristiana para afrontar el drama de la muerte.

El reciente descubrimiento de la electricidad les impulsó grandes esperanzas. Si el hombre era capaz de dominar aquellas invisibles energías, pensaron que las almas albergaban otra dimensión también a descubrir, y que el hombre podría comunicarse con ellas, a través de impulsos eléctricos creados por la mente. Se presentó la Revelación como una obra divulgadora del pensamiento espiritualista, enriquecida por varias conferencias recibidas por seres de luz de perfección suprema. El grupo espiritualista protagonista del libro estuvo formado por cinco setabenses nada lunáticos. El abogado y cabeza del partido republicano local, Lino Casesnoves Gandía; el maestro nacional y colaborador habitual de la prensa liberal, Salvador Martínez Tormo; los telegrafistas, Eduardo Gómez Mesquida y Manuel Benavent Benavent; y por último, cerrando el círculo, encontramos al precursor y medium del grupo, Leopoldo Prim Hidalgo. Todos ellos personas cultas, casadas, formadas, que prestaban algún tipo de servicio a la sociedad setabense. Su culto no necesitaba de templos, imágenes ni dogmas. El equipo sólo necesitaba del silencio de la noche, de la profunda fe que sentían por estas ideas, de la fuerza de sus manos entrelazadas, y de un pequeño velador, mesilla llena de letras y números, en cuyo centro se colocaba un triángulo, que en teoría era guiado por la voz de los espíritus, quienes dictaban conferencias recogidas telegráficamente.

Salvador Martínez tuvo el honor de ser señalado por un espíritu de perfección suprema, el apóstol San Pedro, con el objeto de transcribir literariamente los resultados de las sesiones espiritistas. Había llegado a Xàtiva procedente de Barcelona para ejercer como maestro de primaria. Era natural de Algemesí y padre de seis hijos. Profesaba gran fe al espiritualismo y allí en la ciudad condal había participado en innumerables sesiones de ouija sin llegar a obtener los resultados alcanzados en Xàtiva. Primero, Cayetano, el heraldo de la perfección suprema, les preparó intelectual y emocionalmente durante un año para recibir un mensaje del apóstol predilecto de Jesús. Pero antes, a Salvador se le concedió la gracia de poder hablar a lo largo de diferentes sesiones con tres seres queridos que había perdido hacía mucho tiempo: su padre, un hermano y una hija de 6 años, fallecida un día de Navidad de una repentina meningitis, de la que no detectó síntoma alguno hasta que ya fue demasiado tarde.

Del primero Cayetano le dijo que era un ser de luz reencarnado en el planeta Venus, y del segundo, que se hallaba sumido en la oscuridad. Salvador le pidió hablar con el segundo, y su hermano le contó que se encontraba sumido en el dolor penando la culpa de haberse suicidado hacía ya dos décadas con una dosis de fósforo, a causa de no querer vivir luchando contra una afección medular. Tendría que reencarnarse para llegar a la luz. Y que su hija pequeña se hallaba en los cielos convertida en un ser de luz. Salvador desvelaba así el sentido de aquella fe en una frase: «El dolor causado en la separación de los hijos por mandato de la muerte es, sin duda, la prueba más terrible que los seres encarnados llegan a experimentar en la tierra». En 1913, salió a la luz la publicación que recogía las experiencias y mensajes recibidos del más allá.Fue el primer y último libro de Salvador Martínez, aunque en los años siguientes sí publicó infinidad de artículos en el Demócrata o la revista Unión Cultural, y donde su prosa nunca dejó de teñirse de una profunda espiritualidad, en la línea de la teosofía de Bruschetti. La Revelación fue muy peligrosa a partir de aquel momento: muchos setabenses se acercaron a aquellas prácticas como una forma desesperada de mitigar el dolor producido por la repentina muerte del ser querido.

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