En los más de 30 años de vida del hospital Lluís Alcanyís serán seguramente escasos los habitantes de la comarca que por una razón u otra no hayan tenido motivos para visitarlo. Sea por una consulta externa, para un tratamiento o simplemente para ver a un familiar, pocas personas se habrán librado de acudir ese gran edificio que anuncia la cercanía de Xàtiva cuando vienes en el tren. Las experiencias pueden haber sido muy diferentes. Hay quien llega enfermo y sale curado, y también quien llegó sano en apariencia y no sale muy contento con el diagnóstico recibido. Algunos tuvieron que soportar esperas desesperantes hasta recibir la bendita citación con el especialista que curaría sus males. Todavía queda algo de eso hoy, porque se mantienen, mal que nos pese, las listas de espera, fruto de un sistema sanitario que la anterior administración dejó temblando y hoy sigue intentando recomponerse a marchas forzadas. Allí han nacido quienes se han hecho mayores y por ello, hoy ven nacer allí a sus hijos e hijas. Por su servicio de Urgencias, cuyo mobiliario, por cierto, parece no haber cambiado en estos 30 años, ha pasado mucha gente, criaturas y mayores, resolviendo muchos sustos que podrían haber tenido graves consecuencias.

Hay sin embargo una penosa experiencia común que, afortunadamente, no se refiere a la estricta práctica sanitaria pero que, en cambio, es un mal trago casi inevitable para quien acude al hospital. Es el tema del aparcamiento ya que los escasos dos kilómetros que lo separan del casco urbano, hacen obligatorio el uso del vehículo particular o, en el mejor de los casos, que no es el habitual, del transporte público. Más allá de recordar dolorosas iniciativas políticas no muy lejanas que abordaron la imperiosa necesidad de aparcar con su habitual incompetencia o como motivo de lucro, lo cierto es que, a día de hoy, con un ayuntamiento de cambio o sin él, la cuestión sigue sin resolverse, y es una cuestión de esas aparentemente menores que sin embargo la gente sufre, haciéndoles sentir que mande quien mande, no se a solución a los problemas cotidianos que tanto complican su vida diaria.

No hay más que ver la fila interminable de coches aparcados „como último recurso„ donde no debieran, en la mismísima carretera, saltándose todas las normas. No hay que más que percibir la tensión que se masca en el ambiente entre la decena de coches que deambulan buscando un hueco cuya aparición puede ocasionar discusiones y enfrentamientos desproporcionadamente violentos. Máxime cuando a determinadas horas aquello se convierte en una selva, sin rutas de entrada y salida, donde los coches, fruto de la desesperación o de la impaciencia se abandonan en cualquier espacio, bloqueando a otros. Es frecuente ver a peatones interpelados por conductores para saber de sus intenciones, y poder seguirlos, en modo procesión, para ocupar la plaza que quede libre. Y todo ello, es francamente desesperante e indigno de un centro sanitario que debe aspirar a prestar una exquisita atención no sólo desde que se cruza la puerta del edificio

Hay que darle solución

Lo del estacionamiento es también uno de esos temas cuya resolución no es fácil, indudablemente. Porque conlleva una gestión tan delicada como decidida para conjugar esfuerzos en la misma dirección, evitando, huelga decirlo, cualquier aventura que implique despilfarrar recursos públicos o cargar un coste adicional a pacientes y familiares. Con todo, la experiencia de intentar aparcar en el hospital de referencia de esta ciudad y esta comarca sigue siendo un castigo para la ciudadanía. Por eso, una buena señal de salud democrática y preocupación por las personas debería ser darle solución.