Muchos minutos hasta sumar largas horas son las que han perdido multitud de residentes en Xàtiva esperando que se moviera la larga fila de coches que pretendían volver a sus casas a la misma hora „casualmente, cuando termina el horario laboral„ pasando por una saturada rotonda que era el mejor acceso que se les ofrecía. Mucha energía negativa en la zona a cuenta de berrinches y sofocos derivados de esa espera desesperante para superar unos cabreantes metros en los que la circulación se ralentizaba, un día sí y otro también, a causa de un embudo evidente en el diseño del acceso de la ciudad que a nadie parecía preocupar. El asunto parecía hasta ahora una maldición inevitable e irresoluble. Tras la adecuada decisión política, se han firmado los acuerdos, buscado los fondos y obtenido los permisos para solucionar un problema de esos que parecía tener vocación de eternidad. Y, sin embargo, fruto de una gestión solvente, va a tener solución sin irse por las ramas.

Sí que se han ido por las ramas en la concejalía de Medio Ambiente, en respuesta a la preocupación generada por la situación del arbolado de la ciudad, que con frecuencia inquietante dejaba caer una de sus ramas sobre un vehículo causando la consiguiente alarma social. Si Xàtiva es la ciudad de las mil fuentes, también es la ciudad de los plataneros centenarios, 400 ejemplares de más de 120 años, fuente de belleza y también de tantas alergias primaverales. Pero elemento esencial de una ciudad que sin ellos, quedaría desnuda, fea y empobrecida. Por ello, es dinero bien invertido el que la concejalía del ramo ha invertido buscando especialistas que ofrezcan garantías de futuro a nuestros mejores monumentos, que además son seres vivos.

Es una gestión municipal cercana a la ciudadanía, que pretende resolver muchos de los problemas desde la proximidad mejorando la vida de la gente y haciéndola, en consecuencia, más cómoda y segura. Por eso, y a pesar del exacerbado sentido crítico de este país, no viene mal, de vez en cuando y sin abusar, una valoración positiva de las cosas que se hacen bien. Aunque nunca es suficiente, claro está, y frente al agujero que se remienda, se abre enseguida otro desgarrón, que es deber ciudadano señalar.

Clama al cielo por ejemplo, la existencia de los antipáticos semáforos de la Alameda, esos que no dan paso jamás a los peatones si no se pide expresamente: apretando un botón. Semejante medida sitúa a peatones y viandantes en una posición de subordinación total y humillante frente a los coches y exigen para cruzar la calzada una espera interminable, o bien, un «sálvese quien pueda» que contradice todas las normas de la seguridad vial.

Nadie es perfecto

Y es enormemente entristecedor, en materia de jardines y árboles, que la preocupación manifestada hacia los grandes ejemplares no se complemente con la atención necesaria que merecen los parques, jardines donde es posible ver cómo los jóvenes árboles, plantados hace bien poco, crecen canijos y enclenques para acabar muriendo de pura sed, con una absoluta y cruel falta de agua, rodeados de malas hierbas. Nadie es perfecto, decían en aquella magistral película cuando descubrían que la espectacular pareja no era del sexo esperado. Y efectivamente, nadie lo es ni debe pretenderlo. Y menos en la gestión municipal, donde siempre hay luces y sombras; aciertos y desaciertos derivados también del cristal situado ante el ojo que mira. Por eso, sin complejos, hay que aplaudir los aciertos con la misma contundencia que se deben criticar, no tanto los errores y equivocaciones como la hipocresía, la vagancia o el aprovechamiento ilícito. La clave está en el balance final.