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La escuela rural que rompe moldes

El CRA de Beniatjar combate la amenaza de cierre con un método de enseñanza que prima el aprendizaje vivencial y no dirigido

La escuela rural que rompe moldes

En la clase de Pilar Ferrer no hay fichas, deberes ni asignaturas. Tampoco hay números ni calendarios colgando de las paredes ni ningún dispositivo tecnológico dirigido a captar la atención del alumnado. El plástico se sustituye por materiales orgánicos o ecológicos y los cuentos son el eje vertebrador que guía la jornada docente. Los siete niños de 3 a 5 años que habitan el aula mantienen viva la escuela rural de Beniatjar (la Vall d´Albaida), un centro en constante lucha contra la amenaza de cierre que sobrevuela el ambiente, como un virus inoculado por la despoblación. Pero el CRA Castell de Carbonera no se arruga ante las dificultades y ha emprendido su particular revolución.

Pilar huye de la pedagogía tradicional. Sus alumnos aprenden a través de experiencias vivenciales no teledirigidas que les ayudan a ir desplegando por sí mismos sus capacidades y habilidades propias por medio de historias, clases de cocina, paseos por la naturaleza, música, pintura o juegos. Después de una trayectoria de muchos años en el sistema educativo, la maestra de infantil dio un viraje y se formó en la pedagogía Waldorf. Ahora, la escuela de Beniatjar se cuenta entre las pocas que la aplican en el ámbito público.

Ferrer, nacida en el pueblo, está especialmente comprometida con la supervivencia del centro. El modelo de enseñanza que defiende se apoya sobre la libertad y el arte como conceptos fundamentales. El foco, señala, se pone en educar al niño «en su globalidad», aprovechando todo su potencial y respetando sus etapas evolutivas.

En clase de Pilar, los niños exploran una actividad artística cada día de la semana. Cultivan la creatividad, la voluntad, la imaginación y la iniciativa. Hoy pintan con acuarelas o siguen el ritmo de una canción; mañana escriben un cuento y pasado aprenden a recolectar unos buenos espárragos y a elaborar una coca. Entre medias, descubren a un nuevo autor, cultivan un huerto en el patio, juegan en la colchoneta hinchable, desarrollan su inteligencia corporal y aprenden oficios tradicionales en peligro de extinción. Por la tarde, forman una miniasamblea que les da voz para hablar de cualquier asunto. «Así aprenden a relacionarse, a expresar sus sentimientos; hablan sobre cómo ha ido el día, sobre cómo se encuentran», explica Pilar. Una forma de curar muchas de las carencias que se manifiestan cuando son mayores. «No nos paramos a pensar las consecuencias que tiene la educación actual de los niños sobre los adultos», observa la maestra.

De los 11 alumnos matriculados en la escuela de Beniatjar, solo 5 viven en la localidad, con 220 habitantes y una población muy envejecida. El resto proceden de municipios como Xàtiva, Atzeneta, d´Albaida u l´Olleria. El futuro no es esperanzador. La presidenta de la AMPA, Lorena Pérez, teme por una unidad que pende de un hilo. Por eso, el colectivo de padres se ha movilizado para dar a conocer la labor pedagógica que se está desplegando en unas jornadas de puertas abiertas organizadas el 5 de mayo, con la mirada puesta en atraer a nuevos alumnos y mantener viva la escuela. Es la tercera edición de la campaña «Beniatjar Reviscola». El programa incluye talleres y paradas de productos locales en el patio, funciones de teatro representada por niños de infantil, un pasacalle de la banda de música y una visita guiada al campanario. El pueblo mostrará su lado acogedor y se adornará con pancartas que recogerán frases inspiradas en la filosofía del colegio.

«Son una gran familia»

Pilar afirma que los niños están «supercontentos» en su aula, que da cabida a alumnos de diferentes etapas. «Son una gran familia. Los mayores cuidan de los pequeños, aprenden a respetar los ritmos de cada uno y juegan todos juntos. Se enseñan a ser más tolerantes». La maestra pone en práctica sus conocimientos musicales y suele relatar a los niños sus propios cuentos, intentando introducir ingredientes motivadores para cada alumno. Tampoco enseña a leer y escribir al método clásico, sino a partir de imágenes relacionadas con la forma de las letras, a las que da un significado. «Los niños descubren que saben leer sin darse cuenta de lo que han aprendido, poco a poco, por curiosidad». Esta es una de las máximas del sistema Waldorf: «Más valioso que el saber es el camino para adquirirlo».

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