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Breve crónica de la II Guerra Mundial y Xàtiva

hoy 5 de mayo se conmemora el 73º aniversario de la liberación del campo de exterminio de Mauthausen/Gusen. En septiembre del 39, Hitler invadía Polonia, dando inicio a la Segunda Guerra Mundial, donde el odiado comunismo internacional se aliaba con las democracias occidentales para frenar al nazismo, y España en una actitud de neutralidad no beligerante, pero con gran simpatía hacia las potencias del eje Roma-Berlín-Tokio, decretaba que los españoles republicanos exiliados en Francia eran apátridas, para luego enviar a Rusia un ejército de voluntarios llamado la División Azul. Dos decisiones políticas que afectaron indirectamente a un grupo de setabenses, que hoy recordaremos, en esta pequeña crónica de esa guerra.

En la batalla de Amiens, también ocurrida en un mes de mayo, el 1940, las tropas del rey de la guerra relámpago, el general Guderian, destrozaron la línea Maginot, lo que ocasionó la desbandada de los aliados en dirección a Dunkerque. Cuatro setabenses cayeron allí prisioneros, en las inmediaciones de la ciudad francesa precursora del Gótico: Ricardo Cháfer Daroca, José Francés Vidal, Vicent Colomer Vila y Antonio Martínez Ballester. Francia capituló un mes más tarde. Y los setabenses, cambiaron de campo de concentración, del de refugiados, al de prisioneros de guerra, creados por los nazis, y llamados de tránsito o stalag. Todos ellos habían sido miembros de la indeseable columna Durruti, y hartos de ser tratados como animales en el campo de Le Vermet, decidieron alistarse con los franceses para frenar el fascismo en suelo galo y acabar lo empezado en España. Cayeron prisioneros. Tras meses de encierro siguiendo las convenciones de Ginebra, esperaron su deportación, no a España, sino a Mauthausen. Fueron abandonados por S errano Suñer. Se piensa que todos son asesinos, quema iglesias, y para llevarlos al paredón en España, que se consuman en los campos de exterminio en trabajo esclavo, pensaba el gobierno.

El día de la Patrona de Xàtiva entraron todos ellos en Mauthausen, con excepción de Vicente Colomer, que fue enviado directamente a Gusen, un subcampo colindante con el anterior, donde se extraía granito para empedrar las calles de las urbes del Tercer Reich. Meses más tarde, se deportó otra hornada de republicanos de los stalag alemanes. Corría el 27 de enero de 1941, y le llegaba el turno a los soldados de recluta forzosa, los setabenses Alberto Pagán Gil, Ramón Amat Terol y Rafael Perelló Tormo. No poseían el ardor guerrero de los milicianos anarquistas, y sólo eran jóvenes que querían regresar a sus casas, y salir del enredo de aquella coyuntura bélica.

Mientras pasaban por todos los padecimientos posibles, los nazis seguían conquistando Europa. Tras el fracaso de los ataques aéreos sobre Inglaterra, los nazis decidieron convertir toda Europa Oriental en su espacio vital, lanzando la ofensiva terrestre más grande de la historia. En junio de 1941, los alemanes desencadenaron la operación Barbarroja, con el objetivo de conquistar Kiev, Moscú y Leningrado en tiempo record. La buena marcha de la guerra animó a España a participar del lado vencedor, y envió un cuerpo de voluntarios, la División Azul. Se enrolaron setabenses como Mario Navarro Ridocci, quien recuperaba el ardor guerrero setabense por la extrema derecha del pensamiento. Era junio del 42. Por el camino había quedado ya Vicent Colomer Vila. Murió en Gusen el 29 de octubre de 1941. La llegada de oleadas de prisioneros del frente ruso provocó la necesidad de evacuar Mauthausen; todos los setabenses fueron enviados a Gusen, entre octubre y abril del 41, donde el trato era más inhumano, y del que no se tenía que salir con vida. Todos menos uno, Antonio Martínez Ballester, que fue trasladado al subcampo de Steyer, a trabajar en una fábrica de armamento. No interesaba exterminarlo a corto plazo. El segundo en caer fue Ramón Perelló, el 7 de diciembre de 1941, luego le siguió Ramón Amat, trece días más tarde, el mismo mes que la guerra alcanzaba una dimensión mundial tras el ataque japonés de Pearl Harbour.

Mientras el resto de setabenses resistían en Gusen acarreando piedras, Mario entraba en combate por Dios y España, un 9 de julio de 1942, para erradicar de Europa, el mal del comunismo desde la raíz rusa. Veinte días más tarde fallecía en Gusen el teniente general de la Durruti y delegado nacional de la CNT por el distrito de Xàtiva, José Aurelio Francés Vidal. Le siguió el setabense de adopción Alberto Pagán Gil, quien desde Gusen envió una misiva en la que preludiaba su triste final: «inútil escribir». Corría el 19 de octubre de 1942, mismo mes en que el Africa-korps de Rommel era derrotada en la batalla de Alamein. Los nazis no eran invencibles. Ricardo Cháfer Daroca seguía aguantando en Gusen, mientras los alemanes empezaban a perder la guerra. En febrero del 43, derrota en Stalingrado, y meses más tarde, Mario Navarro cayó en el cerco de Leningrado, tras obtener la medalla al mérito militar, y ser abatido por una ráfaga de metralleta soviética, el 18 mayo de 1943, el mismo mes en que los alemanes eran expulsados del norte de África, y unos meses antes del desembarco aliado en Sicilia. La derrota alemana era cuestión de tiempo.

Liberación el 5 de mayo

En julio del 43 Antonio Martínez fue devuelto a Gusen. Organizó un comando de liberación, y resistió en aquel infierno junto a Ricardo. La pronta derrota germana les dio fuerzas, pero los alemanes resistían a ultranza todavía. En junio de 1944 se llevó a cabo el desembarco de Normandía, y un setabense miembro de la Resistencia Francesa, José Martínez Ramón, fue detenido por la Gestapo, siendo enseguida deportado a Dachau, y posteriormente trasladado al campo de Natzwler-Struthof, de donde fue liberado el 30 de abril de 1945. Ocho días antes moría Ricardo de tuberculosis en Gusen. En abril, Hitler se suicidaba. El 2 de mayo Berlín capitulaba, el día 5 el campo de Mauthausen-Gusen era liberado, y el día 7, el Tercer Reich firmaba la rendición incondicional. Antonio Martínez Ballester y José Martínez Ramón salieron vivos de toda aquella odisea, quizá para nunca contarlo o sin dejar testimonio escrito de todo lo vivido. Una verdadera lástima.

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