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EL OFICIO DE LOS CANALLAS

tengo un grave defecto, defecto crónico diría yo. Escucho las noticias y me sale a relucir la mala leche que debo llevar dentro, desde aquellos tiempos inmemoriales donde el biberón no estaba bien visto. O tal vez debí probar muchos inconscientemente, lo que provocó en mi persona el síndrome de la teta deseada. En fin, todos tenemos alguna cosa rara con la que nos toca vivir y aceptar nuestro destino. La mala leche de uno se acentúa cuando contemplas los intentos de grabar con fuego y hierro (o al revés) los ideales, ideologías, idioteces y otras muchas ies que no vienen al caso, del pobre lector, oyente o televidente, que se deja abrir las orejas para que penetren en ellas mensajes tan vomitivos como el de la confusión (aquella que inventó Confucio), insultando la inteligencia del espectador en general; intentando provocar contradicciones llenas de mentiras aderezadas con basura de esa que no se recicla. O te la comes con calma y sosiego o te provoca una diarrea tan feroz que ni el Fortasec-2 capsulas duras te remedia.

Uno, que ha sido protagonista en lanzar noticias, redactarlas, investigarlas; en apurar dos paquetes de Ducados aquellas noches eternas cuando cerrábamos la edición, repasa ahora mentalmente su influencia en aquellas columnas, y seguro, muy seguro, se metió la pata en más de una ocasión. Y se pregunta si verdaderamente la misión de informar era precisamente esa o puede ser que fuese todo lo contrario. Ahí quedan las hemerotecas para comprobarlo.

«Más de 700 personas se concentraron?.»; «Apenas 700 personas se concentraron...». Las personas eran las mismas, pero el objetivo de la noticia no. «Montón y la Conselleria de Sanidad tendrán un gran peso en el nuevo gobierno» o «Montón desmantela la Conselleria de Sanidad». Dos formas diferentes de ver la realidad y de contarla. O te lo tragas o respiras tres veces antes de mentar a quien no deberías, que ninguna culpa tiene. Un total de 14,14 minutos abriendo un noticiario con la final de un partido de fútbol, y cuando estás a punto de ponerte a leer un buen libro, te das cuenta que no han dicho ni media palabra de que el caso Gurtel ha estallado en las manos de Mariano y sus secuaces. Pero es solo el principio de empezar a negar lo innegable y contemplas como de nuevo se insulta a la inteligencia. Tienes en tus manos la sentencia y el tonto/a de turno te está diciendo que no sabes leer, que necesitas un repaso porque no te enteras, que nada de lo que hay escrito sobre blanco es lo que parece, porque la A es B y la B es P. Eso sí, habrá pausas para colarnos el seguro del coche y el zumo de naranja recién exprimido. En ello no hay discusión posible.

Luego, haciendo un esfuerzo superior a tus fuerzas escuchas cosas como «gobierno ilegitimo» y adivinas ojos hinchados por la sangre y la rabia de la derrota. Lees un artículo lleno de mierda apolillada en un periódico que huele a rancio, mofándose de alguna de las nuevas ministras y de su pasado superando una grave enfermedad, y solo piensas que de una vez por todas se imponga la razón de lo sensato, desde el pueblo más pequeño a la ciudad más grande. Desde el acuerdo más complicado, al más fácil. Es la sociedad en general la destinataria de todo aquello que será positivo para seguir caminando sin barreras ni personajillos que traten de imponer su única verdad, su equivocada verdad, su inmoral verdad.

Como dijo la periodista argentina Leila Guerreiro: «el periodismo no es un oficio de canallas».

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