En las últimas semanas hemos visto como el nombre de nuestra ciudad se ha paseado por las páginas de diarios y las pantallas de la televisión unido a la palabra corrupción. El alcalde de Ontinyent ha sido apartado de su propio partido y forzado a dejar la presidencia de la Diputación por un posible caso de malversación y prevaricación.

Con la presunción de inocencia por delante y teniendo en cuenta que el caso se encuentra bajo secreto sumarial, sí que me gustaría hacer alguna consideración del momento en el que nos encontramos. Como ya sabrán los lectores, el PSPV ha suspendido de militancia a nuestro alcalde, quedando ahora mismo en una situación política indefinida y con la sospecha sobrevolando al primer edil de un ayuntamiento que aún sin estar afectado por el posible caso tampoco es ajeno, ya que la situación política de nuestro alcalde afecta al funcionamiento del ayuntamiento.

Porque si el caso se dilata en el tiempo, ¿quién vendrá a hacerse la foto de una inauguración con un alcalde acusado e investigado? ¿las luchas internas del partido político gobernante afectará al buen funcionamiento de nuestra población?¿cuánto tiempo estaremos con una delegación de funciones mientras se «prepara su defensa»? ¿qué pasará con el tan anunciado nuevo hospital? ¿y con la residencia de discapacitados, cuya inauguración se esperaba para el primer trimestre de este año?

Todas estas preguntas y algunas más que seguro surgen a los lectores son las que nos hacemos desde el grupo municipal de Ciudadanos. Porque para nosotros Ontinyent es lo primero y la carrera política personal de nadie está por encima de nuestros ciudadanos. Pocos entenderían que nuestro alcalde quiera aferrarse al sillón cuando quedan diez meses para elecciones. Así que esperamos la altura de miras que se le presupone a cualquier representante público para que se tomen las decisiones mejores para la ciudad y se deje de lado el egoísmo político o personal.

No nos obliguen a pensar que existen dos tipos de corrupción: la suya y la de los demás. Pero, sobre todo, no obliguen a nuestros ciudadanos a tomar partido. Nuestros ciudadanos están, cuanto menos, decepcionados. Han visto como el nombre de su ciudad iba íntimamente ligado a la palabra corrupción. Por eso no los confronten, no permitan que unas fiestas que optan a ser declaradas de interés turístico internacional se vean empañadas por un posible enfrentamiento entre aplausos o gritos de fuera. Ontinyent no lo merece.