La Habitación Roja tenía el reto anoche de mantener el listón de la aprobación del público tan alto como lo dejó un día antes Los Secretos. En una distribución del recital de Sona la Dipu que reservaba el primer lugar a la banda de l'Eliana, la semifinal del concurso de la Diputación de Valencia se trasladaba también al nuevo espacio de conciertos de la antigua fábrica de Tortosa y Delgado de Ontinyent. Al cierre de esta edición, La Habitación Roja rompía el hielo con Nuevos románticos (del último disco, Memoria), La segunda oportunidad y Berlín, también de la última hornada. Quedaban por actuar l'Home Brut, Periferia Norte y Twise, los semifinalistas, que estaba previsto que dieran paso luego a la actuación final de La Pegatina.

Pero la noche antes, quien sonaba no era la Dipu si no el grupo madrileño superviviente de tragedias personales y abanderado de la Movida: Los Secretos. La banda estrenó con un lleno hasta la bandera el nuevo espacio de conciertos en Ontinyent, junto al río, en una velada que a la vez era la tercera edición de Ochenteando, en memoria del ontinyentí Luis Martínez, impulsor de actividades musicales en la capital de la Vall.

Y si en la anterior ocasión, el 3 de mayo de 2013 en el teatro Echegaray, Los Secretos se presentaron en formato acústico, anteanoche vinieron a Ontinyent conmemorando su 40 aniversario sobre los escenarios y como otro punto de llegada de una densa gira. El sonido no era ningún secreto: rozaba la perfección. Prevaleciendo el country rock pop, de raíz acústica, y el subrayado in tempo melancólico («que no nostálgico», como el propio Álvaro Urquijo se encargó de aclarar), que la voz personal del más joven de los tres hermanos que fundaron el grupo sabe imprimirle a las ya clásicas canciones del pop de esta formación. A lo que cabe sumar la profesionalidad de los músicos, tanto del mismo Álvaro (voz y guitarras), como de Ramón Arroyo (guitarras), Jesús Redondo (teclados), Juanjo Ramos (bajo) y el sonido especial de Santi Fernández, a la batería.

Entre el público que llenaba el recinto, aunque era un totum revolutum de edades, abundaban los padres y madres de más de 50 años acompañados de sus crecidos vástagos. Eso sí, eran unas gentes, mayormente, al margen del hábito predominante en el seno las comparsas festeras. Las luces tampoco eran ningún secreto. Limpias y de policromía nítida, amparando de color un escenario vigilado, desde el cielo, por la media luna. Muy en concordancia con el sonido casi natural de Los Secretos.

El concierto comenzó con puntualidad británica, a las doce y media de la noche tal como estaba fijado. Un buen presagio. La segunda canción fue Échame a mí la culpa (un bolero de 1957 del mexicano Javier Solís, pero en la versión más cercana a la que popularizó Albert Hammond en 1976). Y luego canciones como Ojos de gata o En el bulevar de los sueños rotos, que evocaron el universo de Joaquín Sabina y Chavela Vargas.

Enrique, en el recuerdo

Tras una primera parte en la que predominaron grandes baladas, poco conocidas para el gran público, llegaron las carcasas del tramo final. Fue el momento de desempolvar Agárrate a mí, María, una adaptación de un tema escrito por Warren Zevon, que se llamó Carmelita y que versionó en 1977 Linda Ronstadt, con el que alcanzó gran popularidad, y otra versión de su primer disco, de 1980, Sobre un vidrio mojado, original de Kano y los Bulldogs, un grupo de rock uruguayo radicado en Buenos Aires que la publicó en 1969 alcanzando un rotundo éxito en Hispanoamérica. Una de las más perfectas grabaciones de la Movida, Déjame, sirvió para que se encendieran las grabadoras de los móviles entre el respetable. Otra ronda de clásicas, como la evocación a Enrique Urquijo con A tu lado o Quiero beber hasta perder el control, de 1986. Y ya cuando las manecillas del reloj marcaban una hora y tres cuartos de concierto, grato para público y músicos, los madrileños emprendieron la retirada. Habían dejado una generosa tanda de bises.