Hubo un tiempo en que la plaza del Mercat fue el corazón comercial de Xàtiva y escuela de botiguers. El cierre de la droguería la Purísima constituye el canto de cisne de un espacio que hoy evocamos, recordando a muchas de aquellas familias, como los Tomás, Daudén, Sifre, Reig, Sanchis, Granero o Arnau, que convirtieron su apellido en casa comercial. Curiosamente, en unas pocas décadas, el Mercat ha perdido buena parte de su dinamismo comercial, para convertirse en espacio de establecimientos hosteleros, especializados en atender las necesidades del ocio nocturno y de actividades lúdicas diurnas, del fin de semana. El Mercat revoluciona así su historia de cara al siglo XXI, borrando los vestigios de su más inmediato pasado.

En el arranque del siglo XX, se deslocalizó el Matadero, se convirtió la Pescadería en hostal, y se derribó el Tribunal del Repeso, centro de control de pesos y medidas, y primer precedente de lo que hoy podríamos entender como una oficina pública defensora de los derechos del consumidor. La coyuntura histórica del siglo pasado, la hizo transitar de espacio de cortadores de carne, bacalao, y obradores artesanales, a ser lugar de almacenes de ultramarinos, coloniales, droguerías, bisutería, perfumería, especiería, paquetería y quincalla. Todo en uno, a imagen y semejanza, de la madre de todos, tienda del Barco, de Manuel Tomás, ubicada en el arranque de la calle Botigues, precursora de aquellos pequeños almacenes abastecedores de las economías domésticas setabenses.

El gran superviviente a aquel tipo de negocio había sido hasta el día de hoy la droguería la Purísima. Las causas de su progresiva desaparición, las podemos encontrar en el advenimiento de la cultura del supermercado y el centro comercial, de la mayor especialización del comercio, del cambio en los hábitos de consumo, de la falta de relevo generacional, de la imposibilidad de ser competitivo o de unas políticas públicas que con su abusiva fiscalidad han acabado por hundir al comerciante de toda la vida, de lanzarlo hacia el franquiciado. O de convertilo en empleado de la gran superficie. La Purísima fue propiedad de Antonio Daudén Carbó, comerciante turolense localizado en Xàtiva desde muy joven, que abrió un establecimiento dedicado a la venta de drogas al por menor, entiéndase como colonias, perfumes, pinturas o esmaltes, además de pólvora para armas y cartuchos, especializado en atender las necesidades de los cazadores de la zona. Posteriormente, el negocio pasó a ser propiedad de Bernardo Sifré Masiá, que tuvo contratado como dependiente al hijo del anterior, Antonio Daudén Vicedo. Con Bernardo, el negocio introdujo en Xàtiva muchas colonias. Como la Luisa Fernanda, la Imperio Argentina, o el tinte la Milagrosa, ideal para las canas. Bernardo fue compositor de cuplés en la sociedad musical de la Nova, poeta y redactor periodístico, y Antonio Daudén, alcalde de Xàtiva a principios de los años 40.

La competencia de la época. Por aquel tiempo, primeras décadas de siglo, parece que las droguerías, mercerías, perfumerías y armerías fueron de la mano. Y la Purísima tuvo que competir en tan reducido espacio con otros tres negocios en un mismo nicho de mercado: La Tienda la Campana, La Estrella y El Indio (vulgo, el Moret). El primero, propiedad de Ricardo Arnau, combinaba las características de una droguería con las de una perfumería, paquetería y mercería, al igual que el almacén del Indio, propiedad de Rafael Úbeda, donde el cliente podía adquirir desde barnices y pinturas hasta géneros de punto, bordados, cintas o algodón para la confección de trajes.

No ofrecían productos propios de armería, cosa que sí hacía Antonio Granero, propietario de la Tienda la Estrella, que orientaba el negocio hacia los cazadores, vendiendo escopetas, cartuchos, toda clase de munición, dinamita, detonadores, pólvora y mechas, además de ofrecer un gran surtido de productos de peluquería.

Muchos de aquellos almacenes optaron por la especialización en alimentos de carácter no perecedero y de importación. El negocio decano de todos ellos fue la Casa Reig. Su fundador, Rafael Reig Soler, pasó de aprendiz en el obrador de la fábrica de chocolates de los Alfonso a reorientar el negocio no solo hacia el trabajo del cacao, sino también hacia los ultramarinos o coloniales, es decir, a importar todo tipo de cafés, como el Yauco, de Puerto Rico. O a crear un tostadero con la máquina Sirocco. Además de ofrecer productos de ineludible consumo como azúcar, legumbres, especias, galletas o leche en polvo El Niño, para desgracia de las amas de cría, que veían en aquel producto un serio competidor. Todos los baristas que ofrecieran cafés a diez céntimos la taza habían de pasar por su establecimiento a adquirir género. Sus hijos seguirían la tradición, y la casa de los hijos de Reig siguió en funcionamiento como sociedad en comandita hasta bien entrado el siglo XX, emparentando con los Sanz, que introdujeron en Xàtiva el esplendor de las licoreras de Aielo, y situando a José Reig Reig como efímero alcalde de la ciudad tras dejarlo Daudén.

En ese marco fundó Salvador Sanchis en 1922 Las Delicias o Casa Sanchis, dedicada a la distribución de ultramarinos, salazones y coloniales, reconvirtiendo para ello la carnicería o tablajería que su padre abrió en el mercado en sus tiempos como matarife en el Matadero Municipal, en un pequeño establecimiento especializado en vender lo que la Casa Reig o El Barco no podían ofertar, y que él bien sabía tras trabajar como aprendiz para ambos: los ultramarinos finos, el bacalao inglés, la manteca o el salchicón riojano, entre otros muchísimos productos. Fue lo que hoy podríamos entender como una especie de tienda del gourmet cuyo eslogan fundacional respondía a que era el establecimiento con «más surtido en su clase, la que mejores productos tiene, la única que puede responder a la pureza de los géneros...». Aún tuvo tiempo Sanchis, en sus escasos ratos libres de ser actor de zarzuela aficionado y fundador del cuadro artístico de la Nueva.

Emprendedores. También fueron precursores de la especialización emprendedores como Rafael Pérez, que reconvirtió la cooperativa de comestibles la Ferroviaria en una mezcla de paquetería y ultramarinos que acabó especializándose en aceites, vinos y conservas. Y además de aquellos pequeños almacenes proliferaron también negocios como carnicerías, confiterías, sombrererías, hostales y cafés o bares que, como ahora, siguen siendo el negocio estrella capaz de sobrevivir a todas las épocas y que hoy son el motor económico para que el Mercat recupere algo de aquellas glorias comerciales.