En 2012, las tres últimas monjas justinianas que habitaron el convento de Sant Jacint de Agullent hicieron las maletas y se reagruparon con otras religiosas de la congregación en Cuenca. Su avanzada edad y la falta de vocaciones dejó el emblemático monumento del siglo XVI huérfano de vida, condenado a un proceso irreversible de deterioro. Casi seis años después, sin embargo, una congregación fundada en Barranquilla (Colombia) en 2011 se ha instalado en el monasterio y ha puesto fin al vacío que lo moraba.

Según informó ayer tarde la agencia de noticias del Arzobispado (Avan), las ocho monjas artífices del «milagro» pertenecen a las Hijas de la Sagrada Familia, una comunidad dedicada a la vida contemplativa que se ha integrado en la diócesis de València. Aunque llevan desde verano en Agullent y en agosto asistieron a los actos del Miracle de Sant Vicent, el próximo sábado será su bienvenida oficial, con la inauguración de la capilla de Adoración Eucarística Perpetua, que será bendecida a las 11.30 h en la iglesia del monasterio. Esta práctica ritual se sucederá de forma ininterrumpida las 24 horas durante todo el año. Las monjas han abierto un calendario de inscripción para todos los feligreses que deseen participar en los turnos.

La llegada de las nuevas moradoras ha comportado un cambio en la denominación del convento de Agullent, que a partir de ahora será bautizado como Monasterio Belén de la Inmaculada. Tal como indican desde la congregación a Avan, todos sus santuarios llevan por primer nombre Belén porque el «fin primero» de las Hijas de la Sagrada Familia es «vivir a semejanza de Cristo e imitarlo en su vida de pobreza, que se manifiesta desde su mismo nacimiento».

El hábito de las monjas es una túnica de color azul celeste por su «devoción especial a la Virgen María» y «como ciudadanas del cielo», su «patria». Aunque las oraciones ocupan buena parte de la jornada de las hermanas, también dedican tiempo diario al trabajo, al estudio y al «esparcimiento sano». Siguen el método de San Luis María Grignion de Montfort (Francia, 1673-1716) y no se cierran al exterior: practican el «apostolado de acompañamiento espiritual» a personas que acuden al monasterio. Para ello usan los locutorios como espacios de evangelización para grupos de religiosos, sacerdotes, laicos, parejas y matrimonios. También ofrecen catequesis a petición de las parroquias, apuntan desde Avan.

El de Agullent es el segundo convento que la comunidad de religiosas habita en España. Hace escasamente quince días se instalaron oficialmente en el santuario de la Virgen del Toro, situado en la cima más alta de Menorca. Ademas de la Casa General en Colombia, también tienen una comunidad en Quito (Ecuador). Aunque desde sus inicios han vivido en casas prestadas o alquiladas, la congregación ha ido creciendo y proyecta un monasterio de nueva construcción en Colombia.

Antiguo refugio de la Guerra Civil

El convento de Agullent fue adquirido hace poco por el Arzobispado de València. Esta circunstancia permitió que, en febrero de este año, parte del monumento se abriera al público por primera vez en 5 años coincidiendo con el traslado del Cristo de la Salud desde la iglesia parroquial de Sant Bertomeu hasta su lugar originario. La imagen protagonista de las fiestas de septiembre fue desplazada hasta la parroquia cuando el uso del convento por parte de las monjas justinianas empezó a ser irregular.

Sant Jacint es un monasterio de estilo colonial y decoración renacentista, edificado por los Dominicos en 1585. En su interior alberga pinturas atribuidas a Josep Renau, padre del ilustrador y cartelista.

El edificio, que incluye un gran patio central y un huerto, se convirtió durante la Guerra Civil en asilo de refugiados republicanos procedentes de Madrid o Santander. Tras la desamortización, en 1889, las monjas capuchinas lo rebautizaron con el nombre de Sagrado Corazón de Jesús, aunque en 1971 recuperó la denominación original tras ser adquirido por los justinianos, quienes vivieron en él en régimen de clausura.