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Cuando las empresas familiares eran ejemplo

e l Noray de Julio Monreal del pasado domingo en Levante-EMV sobre algunas lecturas extraídas en el transcurso de la celebración, en València, del congreso anual del Instituto de la Empresa Familiar, es extrapolable a la Vall. Reseña la figura de Juan Roig, presidente de Mercadona, del que entre otras cosas ensalza su afán de mecenazgo a través de fundaciones, en el deporte y la cultura. Y precisamente ahí enlazo el relato con Ontinyent, ciudad donde Roig cursó el bachillerato superior y, al colegio donde lo realizó, la Concepción, como buen hijo agradecido, le donó un pabellón deportivo en avanzado estado de construcción actualmente y valorado en más de un millón de euros. Cuando Roig estudiaba en Ontinyent, la década de los 60, la ciudad iniciaba el despegue de la mano de muchos grandes empresarios. Algunos se habían forjado como trabajadores textiles en unas empresas de ámbito familiar. La mayoría carecía de estudios universitarios, por lo que abundaron los emprendedores autodidactas. Esa generación estuvo formada por nombres como Rafael Sanchis (Estampados Sanchis), Enrique Terol (Manterol), Manuel Taberner (Colortex), Joaquín Mullor; Eduardo Bernabéu (su empresa familiar fue el epicentro del diseño textil local) o los Santonja, Aparicio, Ferri y muchísimos más.

La receta que aplica hoy Roig de «satisfacer las necesidades de las personas, los trabajadores» ya fue aplicada por algunas familias empresariales ontinyentinas. Al menos en los 50,60 y 70, bien construyendo un grupo de viviendas para sus trabajadores, como hicieron los Simó (Paduana) o abriendo un economato, que era una suerte de supermercado donde trabajadores y allegados a la empresa podían adquirir los productos de la cesta de la compra a precios mucho más económico. Lo mismo cabe decir de Colortex, que abrió uno en la calle Lluís Galiana.

Al margen de esos ejemplos puntuales, la laboriosidad textil en la segunda mitad del siglo pasado en Ontinyent, pero también en otros municipios de la comarca con arraigo en la industria textil, como Agullent, Albaida o Bocairent, fue intensa, expansiva y floreciente. Y provocó irrupciones paralelas, como el despegue de Caixa Ontinyent. Pero también del crecimiento incontrolado, a falta planes urbanísticos reguladores, del fenómeno ontinyentí de les casetes. Ellas fueron el destino de las horas extra y en negro, que fue acumulando la mayoría de obreros. Y aunque llegó a surgir alguna huelga en los días de la Transición como síntoma de desigualdades, en general había buen clima social y hasta una identificación total de los trabajadores con sus empresas. Tanto que funcionaba incluso una liga con jugadores de las respectivas firmas, que se denominaba "fútbol de empresas".

Después del tsunami chino, que llegó con el cambio de siglo, las empresas textiles ontinyentinas, mayormente familiares, fueron cayendo. Perviven tras muchos cambios de rumbo los herederos de empresas como Gandía Blasco, Revert (con un incombustible José R. Revert al frente), Belpla (ídem con Pepe Pla), Manterol ( Nicolás Terol) y algunos más. Destaca la pujanza que experimenta Cotoblau, la empresa del nuevo presidente de Ateval, Càndid Penalba, descendiente de cuarta generación de una saga con tradición textil en Albaida, y que hace mas de 15 años que fijó su base en Ontinyent, aprovechando su clúster textil.

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