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En peñadorada (I)

Antes de hacerse de día ya estábamos en el campo. El domingo anterior hubo una buena entrada de tordos y esperábamos que hoy se repitiera el mismo escenario, pero no fue así. Seguramente, la gota fría del pasado fin de semana en Valencia y Castellón, pero, sobre todo, en la capital de la Plana, provocó la marcha precipitada de estos pájaros que tan buenas jornadas de caza nos hacen pasar a los cazadores. Cuando íbamos a colocarnos en el puesto y el sol embriagaba de colores el horizonte, Genaro vuela un bando de perdices. Oigo el estruendo que provocan al volar y me preparo. Hacia donde yo estoy, viene en dirección a mí un auténtico proyectil, que en una maniobra alucinante en el aire y en cuestión de segundos quiebra al verme. Me apresuro a tirarle y hago el tiro trasero.

Al no haber entrada de tordos, decidimos dar una mano a la perdiz. En el monte era un revuelo constante de tordos. De cada sabina salía uno. Les encanta comer el fruto de la sabina, la gallufa. Cazar al salto al tordo es muy difícil porque la mayoría salen soliviantados y muy esquivos, pero su caza es realmente apasionante. Genaro derriba uno que iba bastante alto. Le llamo la atención para que no siga tirando a los tordos mientras estamos cazando a la perdiz. Maldita la gracia volar un bando de perdices cuando estás encima de ellas por tirar a un tordo. La caminata detrás de la patirrojas fue larga, aunque el día acompañó. Los nubarrones que oscurecían el cielo hacían presagiar que la lluvia no tardaría en llegar. Los pronósticos meteorológicos anunciaban una caída considerable de las temperaturas de más de 10 grados.

En el linde de Peñarubia me vuelan dos perdices. Apunto a la primera y la derribo. Esta vez sí que estuve rápido porque solo dio opción a un tiro. Cuando voy a recogerla llevaba una anilla amarilla en una pata. Seguramente de una suelta de tiempo atrás. No ponía ninguna fecha; no era posible saber cuánto tiempo llevaba en el campo, pero por la forma en la que arrancó debía ser ya veterana, curtida en varios campos de batalla. Cuando se recoge un animal anillado conviene comunicarlo a la guardería de la finca para que controlen el censo, aunque es muy posible que fuera del coto de al lado donde suelen repoblar. En la misma loma, tiro a un conejo mal tirado. Me echo la escopeta a la cara, pero sin apuntar, con el arma levantada y lógicamente el tiro se fue alto y el conejo, como se dice, a criar.

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