Debió ser tan profunda su huella, tan intenso su legado espiritual, que más de tres siglos después de su desaparición la figura de sor Josefa María de Santa Inés, la Beata Inés, sigue en el epicentro de un fervor que no cesa. Hoy es el día de la Beata y Benigànim, su pueblo lo festeja —como cada 21 de enero— con muestras de devoción que van más allá de las fronteras locales y que convierten esta localidad de la Vall d'Albaida en un lugar de peregrinaje obligado, en una oportunidad de manifestar de nuevo la fe en un personaje que caló tan hondo y en tanta gente.

El día de la Beata es una fiesta en la que los beniganenses recuerdan con singular afecto a su paisana, fallecida el 21 de enero de 1696 en su convento de Benigànim y beatificada por el papa León XIII en 1888. A las 7 y a las 8 de la mañana se celebran las misas de comunión en la iglesia de la Beata y a las 11.30 tendrá lugar la solemne eucaristía, una misa de campaña que reunirá a cientos de devotos y que está previsto que presida el cardenal arzobispo de València, Antonio Cañizares. Pero el acto más popular es la procesión, que se iniciará a las 5 de la tarde. Cada año transcurre por un recorrido de los siete establecidos. Su rasgo más característico es la decoración de las calles con farolas, plantas, colgaduras y alfombras que elaboran los propios vecinos. Además, se montan los tradicionales miracles, recreaciones estáticas de la vida de la Beata que tanta simpatía despiertan.

El recorrido de este año es el más largo, con un total de dos kilómetros. Hay ocasiones en que resulta insuficiente para acoger a todos los participantes, de manera que cuando la cruz de guía regresa a la iglesia la imagen de la Beata, que cierra el desfile, empieza todavía su recorrido. Así ha sucedido en los últimos tres años, y en la procesión de hace un año se calcula que acudieron más de 7.000 personas. La mayoría, lógicamente, de Benigànim. Pero el resto de municipios de Vall d'Albaida, así como Xàtiva, Alzira, la Pobla Llarga, l'Ènova, Carcaixent, la ciudad de València, son algunos de los puntos de procedencia más habituales. También son muchos los que acuden desde la vecina comarca de la Safor.

La Beata Inés nació en Benigànim en 1625 y fue bautizada como Josefa Teresa. Al morir su padre, ella y su hermana pasaron a vivir junto a su tío, Bartolomé Tudela. Ingresó en el Monasterio de las Agustinas Descalzas de Benigànim, fundado por San Juan de Ribera en 1611, donde vivió en clausura durante 52 años hasta su fallecimiento, el 21 de enero de 1696.

La gran mística valenciana

Sus biógrafos explican que tuvo una existencia «humilde e inocente, pero con una personalidad fuerte marcada por una intensidad religiosa que la llevó a protagonizar un magisterio espiritual fruto de la íntima experiencia de Dios en que vivió». Fue la gran mística de su tiempo junto a otras figuras como la Madre María de Ágreda. La noticia de sus dones espirituales trascendió los muros de clausura, y la sociedad valenciana del XVII se hizo eco de ella. Ya en vida despertó respeto y veneración hacia ella. Todo quedó manifiesto durante las honras fúnebres, que se celebraron en Benigànim, Alcoi y València. El fervor popular pervivió durante siglos y eso permitió, entre otras razones, el éxito de su causa de beatificación, concluida en el año 1888.

En 1896 se construyó un altar en la iglesia de la Beata para venerar su cuerpo incorrupto, destruido en las persecuciones religiosas de 1936. En 1944 se restauró la iglesia y el altar, y allí siguen reuniéndose beniganenses y devotos para recordarla y pedir su intercesión.