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Efectos colaterales

Pan para hoy, hambre para mañana». Así cabría reputar la decisión errónea y kamikaze (morir políticamente matando al PSOE) adoptada por el alcalde de Ontinyent, Jorge Rodríguez. Obviamente tiene el derecho constitucional de la presunción de inocencia. Pero el PSOE, su partido de siempre, tenía que dar ejemplo ético, tras la corrupción generalizada del PP, por lo que Ximo Puig tuvo que pedirle que se apartase de la escena, ofreciéndole una canonjía hasta que pasara el temporal judicial.

Igual que no hay rosas sin espinas, no se puede perder de vista los apuntes esgrimidos por la policía a la hora del levantamiento del sumario, sobre todo cuando se refiere a aspectos que afectan al factor humano. Así, la Cadena Ser y otros medios, daban cuenta que trabajadores de Divalterra denunciaron ante Fiscalía «purgas y amenazas». Señalando al presidente de la Diputació de València y a sus colaboradores de «acoso organizado». Al parecer, Ricard Gallego «amenazó con despedir 'al payaso e hijo de puta' del auditor y a todos los demás directores» que detectaron las irregularidades.

Llegados aquí cabe preguntarse si Rodríguez ¿era sabedor de las vejaciones, en forma de insultos, que Gallego arrojaba a sus subordinados? Por lo que no es de extrañar que alimentara la animadversión hacia Rodríguez. ¿Por qué no apartó a Gallego de su vera, en busca de concordia con los empleados? ¿O acaso ignoraba que cuando Gallego, su mano derecha, le granjeaba las iras de los funcionarios, es decir el factor humano, esa beligerancia no iba a tener repercusiones? De ahí que, seguramente, tras ese pecado consentidor le venía la penitencia.

En el colmo de los despropósitos, Rodríguez deja que Gallego lo aboque al abismo. Primero registrando en diciembre un partido independiente, donde evidencia desconocer el artículo 6 de la Constitución. Después le hace objeto de flagrantes contradicciones como «lealtad», «no hacer daño al partido de su vida política» o «dar un paso al lado», ya que en la praxis hace exactamente lo contrario. A raíz de aflorar La Vall ens Uneix, «el PP pide a Puig que diga que no pactará con la lista de Jorge Rodríguez». O como informaba Levante-EMV, «Rodríguez disputa al PSPV el diputado comarcal con seis candidaturas en la Vall», además de «absorber al 80% de los integrantes de la candidatura del PSPV en Ontinyent y de incorporar a los alcaldes socialistas del Palomar y Bufali a su nueva marca».

No son pocas las voces solventes que han cuestionado la estrategia de Rodríguez, al pasar de jugar en primera división de la política a una liga comarcal de incierto futuro. Salvador Enguix ( La Vanguardia) apuntaba que «es probable que el paso dado por Rodríguez esté muy condicionado por ese entorno que lleva años acompañándole» (Gallego). Finalmente, dice: «La historia política enseña que en estos casos las apuestas suelen salir mal a quien las plantea, y el alcalde de Ontinyent seguro que sabrá que con ese gesto ha roto muchos puentes con el partido (PSOE)». Hasta un ciego ve que Rodríguez se aboca al abismo, pues aun obteniendo la alcaldía ha firmado el fin de su carrera política más allá del Pla. Y por ende devuelve al ostracismo a la población. Ojala, sobre todo por el bien de los ontinyentins, Rodríguez acierte con tan temeraria decisión.

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