Ha tardado mucho, muchísimo. Pero ha llegado. En el historial de actuaciones memorables que atesora Xàtiva no era serio que faltase Paco Ibáñez. Y ese hueco en el álbum de conciertos para la posteridad se cubría el sábado por la noche en el Gran Teatre, con una entrada que rozaba el lleno y más espectadores jóvenes de lo que uno presentía. Camino de los 85 años y algo justo de fuelle para las notas bajas, el recital no podía ser un dechado de virtudes musicales sin mácula. Pero a un mito de la envergadura del cantante vasco se le puede ya perdonar casi todo: esas divagaciones entre canción y canción, esa letra que se le olvida, esos titubeos a la hora de afinar la guitarra, esa parsimonia al beber apenas un centímetro cúbico de agua de un vaso de tubo que tenía a mano y que parecía siempre igual de medio lleno... Se le perdonaba todo porque agilidades físicas y vocales al margen, Paco Ibáñez desgranó un cancionero ecléctico y políglota que fue de Atahualpa Yupanki a Luis Cernuda; de Goytisolo a Pablo Neruda, de Alfonsina Storni a Salvador Espriu, de Góngora a García Lorca. La sensibilidad de este trovador único, leyenda viva de los escenarios, convirtió la noche en una de esas veladas que tienen algo de ceremonia extraordinaria y tal vez irrepetible.

Solo con su guitarra en gran parte de un recital de más de dos horas, se hizo acompañar de otro músico en dos tramos. Primero, por el guitarrista Mario Mas ( Soldadito boliviano, La canción del jinete...) y más tarde por el bandoneonista César Stroscio. El primero añadió hondura a los versos de Lorca. Y el segundo tiñó de melancolía porteña las estrofas de Neruda o de León Felipe. Finalmente invitó a cantar a Montserrat Castellà para interpretar juntos un solo tema, Avuí l'he vista, de un poema de Apel·les Mestres. Sin duda, uno de los momentos más emotivos de la noche.

El cantante, nombre central del festival Música i Lletra, tuvo un gesto de generosidad extrema con los espectadores de Xàtiva. Porque no es nada fácil meter en el repertorio abigarrado de un recital un tema ajeno; famosísimo, sí, pero ajeno. Así fue como obsequió a la platea con una versión de Al vent algo mejorable pero muy de agradecer. «Dedicada al noi de Xàtiva», dijo el artista nacido en el poblado de Natzaret de Valencia, en 1934, de madre vasca y padre de Paterna.

Poesía, mucha poesía. Es amarga la verdad, de Quevedo; Y ríase la gente, de Góngora... Y su recorrido por las lenguas oficiales del país: Barques de paper, en catalán; gallego para Que ocorre na terra o euskera en Txoria, de Mikel Laboa. Y la participación del público en Andaluces de Jaén, de Miguel Hernández. Y más de José Agustín Goytisolo: Me lo decía mi abuelito, Palabras para Julia... O Lo que puede el dinero, del Arcipreste de Hita.

Eufórico tras las elecciones

«Hemos ganado las elecciones», proclamó eufórico en varias ocasiones. «Que se vayan a su casa esos miserables», añadió en referencia a otro bando político que no fue necesario mentar. Muy chistoso en gran parte de la velada y con su sempiterno atuendo (todo de negro, y su pelambrera ya blanca de león...) no faltó su icónica imagen brazo en alto con la guitarra como trofeo. Tuvo otro gesto de generosidad al complacer a un espectador que por todo el morro le pidió desde su asiento un tema fuera de repertorio. Más tarde, luego de escuchar Andaluces de Jaén parecía que quería seguir con su recital a la carta y le pidió que tocara Viento del pueblo, una solicitud que, educadamente, declinó. Visiblemente cansado; muy cansado, se retiró del escenario con gestos que invitaban a pensar que no habría bises y que A galopar se quedaría en el tintero: como hizo Aute en 2000, cuando cabreó a todo el aforo de Nits al Castell al no cantar Al alba. Pero no. Una ensordecedora ovación, con el público en pie, le hizo salir de nuevo y obsequiar al respetable con los eternos versos de Alberti; con ese himno tan lírico como combativo que enardece al patio de butacas.