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Intolerancia y servilismo

Cerca de cumplir 35 años escribiendo en este diario (exactamente, desde el 20 de septiembre de 1984) me permitirá el amable lector que me tome la licencia de escribir en primera persona para transmitir mi mensaje. El pasado sábado Levante-EMV se hacía eco informativo de la concesión de la nueva edición de los Premis Llibertat d'Expressió de la Unió de Periodistes Valencians (UPV) al Diario de Mallorca, Europa Press y Efe. Dicho acto me retrotrae al mes de mayo de 1998, cuando en un acto celebrado en el hotel Astoria de Valencia y presidido por el entonces presidente de las Corts Valencianes, Héctor Villalba, tuve el honor de unir mi nombre al de otros que me precedieron o siguieron en esa misma distinción como el fotógrafo Francesc Jarque, el ex ministro Fernández Ordoñez, Enrique Cerdán Tato o J. J. Pérez Benlloch. La asamblea de la Unió de Periodistes había decidido otorgar ese año uno de sus galardones al periódico Crònica de la Vall d'Albaida en la figura del su director Josep Antoni Mollà, y a la emisora de radio del Poble Saharaui. Una distinción, aquella, incitadora y que abracé como norte periodístico de por vida. Abundando en los sinsabores, cuando no de la peligrosidad del ejercicio del periodismo en esta aldea global, cabe citar que algunos medios recogían, a primeros de año, esta información: «94 profesionales de la comunicación fueron asesinados en 2018, doce más que en 2017».

Con tan extensa introducción quería acreditar mi trayectoria periodística, sustanciada en varios millares ya de artículos de opinión publicados en este diario desde la década de los 90. Pero también las aflicciones que reporta el periodismo cercano, que aunque por aquí no se traduce en muertes, afortunadamente, también es verdad que el ninguneo, las amenazas, las calumnias y las vejaciones personales abundan. Como consecuencia de la crisis de 2008, el periodismo local en España se encuentra en coma. Hay mucho menos personal y eso ha ido en detrimento de la calidad de la información y a favor de las notas de prensa o información precocinada.

De lo antedicho se desprende que, en un momento como el actual, la libertad de expresión peligra en ámbitos como Ontinyent, donde los medios locales silencian la flagrante situación municipal. No olvidemos que el ayuntamiento está gobernado por tránsfugas (La Vall Ens Uneix, así de claro) en detrimento de un partido, el PSOE, reducido a tres concejales.

Sólo si exceptuamos este diario, que ya se ha hecho eco en sus informaciones de las tretas y vaivenes del nuevo gobierno municipal y que me brinda esta tribuna para señalarlo yo también, los demás, mayormente, se dedican a almibarar la información gubernamental. Por eso, hay quien pierde los papeles ante las críticas y se erige en fervoroso creyente; en hooligan irracional que con tal de enaltecer al jefe, hace lo que haga falta. Así, el otro día, fui objeto de un buen ejemplo; de un chantaje emocional, si més no, a cargo de una de las personas que forman parte del gobierno del alcalde. Me envió un whattsap coercitivo, despectivo y denigrante, aprovechando una cordial amistad de hace varias décadas. Y me dijo: «que trist que tingues que destrossar famílies i persones per a fer periodisme de barra de bar...». La descalificante acusación se producía a raíz de la publicación de dos artículos en esta edición en los que señalo que es un gran error de Rodríguez forjar esta nueva candidatura independiente con el ánimo indisimulado de dañar al PSOE.

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