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Tribuna

Sueños rotos en el fútbol y la política

Ontinyent vive tiempos raros. De pronto su equipo de fútbol ya no existe. En 2017 Adrián Márquez ejerció de presidente del club histórico de la ciudad, hasta que desapareció del panorama, como los Ojos del Guadiana, al tiempo que, poco después, se volatizaba el club. Concretamente al final del pasado mes de marzo. Y todo fue en nombre y representación de un millonario australiano, que vino de tan lejos a vender una versión futbolera del cuento de la lechera. Y como Márquez anunció en este diario, al unísono con su patrocinador, Luis Ortiz, dando rienda suelta a sus fantasías, fue en junio de 2017 cuando aprovechando el entonces reciente ascenso a la segunda B del equipo del Clariano espetaban este fatal pronóstico: «Vamos a subir a Segunda, pero será solo un escalón, la meta es subir a Primera División».

Lo antedicho ya es historia, el presente pasa por la información que leíamos en esta edición: «Un grupo de seis exfutbolistas del Ontinyent CF crean el nuevo Ontinyent 1931». Ya en 1969 Raimon cantaba aquello de Quan creus que ja s'acaba, torna a començar. Obviamente, el xativí se refería a los demonios de la noche franquista. Pero extrapolándolo a términos deportivos actuales, cabe retrotraerse a los orígenes, cuando el equipo blanquinegro empezó a competir en el campo del Patronato y posteriormente en el campo situado junto a la Farinera de Belda, hasta inaugurar el Clariano. Pero como no hay mal que por bien no venga, los promotores del nuevo Ontinyent deberían convertir la desatendida Escuela de Fútbol (con los campos de la Puríssima a su disposición), en su Masía, como hace el Barça. Y ya puestos, que dieran otro paso en estos tiempos de igualdad, fundando el CF Ontinyent femenino. La cantera podía ser la susodicha Escuela de Fútbol.

El otro sueño roto para muchos ontinyentins empezó a fraguarse el verano pasado. Se trata del Messi de la política de Ontinyent, como se viene a considerar a Jorge Rodríguez en un whatsapp que ha corrido por la ciudad las últimas semanas. Y especialmente tras su partida del PSOE en Semana Santa y la irrupción de una nueva fe llamada La Vall Ens Uneix. Y es que tras su aparatosa e injusta detención del año pasado, Rodríguez, lejos de seguir las recomendaciones de su club (partido) de continuar un tiempo de convalecencia en segundo plano, hasta que cicatrizara la injusta lesión anímica que había sufrido; optó por cambiar de club y seguir jugando, al parecer mal asesorado por su médico personal. Los seguidores de Rodríguez han abrazado la idea como si se tratara de una nueva buena mesiánica, que La Vall será la candidatura que el próximo 26 de mayo obtendrá no la presidencia de la Mancomunitat de Municipis, que no tiene quien le escriba o al menos la reivindique, sino una figura política a extinguir, el diputado de la zona ontinyentina. Lo que equivaldrá, sin modestia que valga, a ser la bisagra decisiva para inclinar la próxima Diputació al bloque de derechas o de izquierdas. Un espejismo.

Por todo ello, J. Rodríguez, ante los próximos comicios municipales y muy a su pesar, va a plantearle al personal un dilema ¿votar emocionalmente desde la nostalgia o con racionalidad?

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