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El tsunami Rodríguez

p ara entender el presente y los eufóricos resultados obtenidos el domingo en Ontinyent por Jorge Rodríguez con su súbito partido político, conviene sumar las circunstancias que los propiciaron. Y recurrir a los clásicos de nuestra cultura, los griegos. Allí, un tal Aristóteles ya teorizó acerca de los usos del concepto «demagogia». Definida como «una estrategia utilizada para conseguir el poder político», valiéndose para ello de «prejuicios, emociones, miedos y esperanzas del público para ganar su apoyo». Para conseguir ese fin, la desinformación o la propaganda política suelen obrar maravillas. De ella el filósofo griego llegó a decir que era «la forma degenerada de la democracia». Basada en «halagar a los ciudadanos», como pudimos comprobar el domingo por la noche en algunos medios que acudieron a recoger las valoraciones del victorioso Rodríguez, siempre predispuesto a adular al pueblo («La ciudadanía de Ontinyent ha dicho alto y claro que a su alcalde no lo eligen en València ni en Madrid»). La segunda circunstancia propiciatoria ha sido el personalismo político esgrimido. Fundiendo el nuevo partido político a su persona. Sin hacer gala de ninguna ideología en particular y primando la ambigüedad acerca de la misma, con objeto de generar un culto a su personalidad. Otro acicate ha sido el populismo que, según la RAE, sería la «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares». Llegados aquí compete preguntarse: ¿Qué diferencia hay entre el «American first» de Donald Trunp y el «Tot per Ontinyent» de Jorge Rodríguez? Lo que nos lleva a contemplar la circunstancia del «chovinismo», entendido como la utilización de sentimientos, como el victimismo, en vez de promover la racionalidad. De ahí a la creación del mito, media un paso. Y Rodríguez encarna en vida a ese político joven al que, las multitudes ontinyentinas, ayunas de mitos y referentes locales con los que sacar pecho, necesitaban para vanagloriarse de su campanar. ¿Qué efectos se contemplan, tras arrasar en los comicios? Que el pluralismo político que durante 40 años de corporaciones representativas en Ontinyent ha sido la característica común, oscilando entre 4 y 6 partidos, ahora ha quedado reducido a su mínima expresión. Además de ser la primera vez que se encadenan dos mayorías absolutas. Ya que si entre 2011 y 2015 Rodríguez gobernó, fue con Compromís. Mientras que las dos anteriores mayorías absolutas fueron: en 1983, el PSPV, con 12 concejales, y en 2007 el PP, con los justos 11 concejales. Los 17 regidores de La Vall auguran un empobrecimiento del pluralismo local. Donde la tolerancia y la diversidad de ideas quedara disminuida y por ende la vida democrática municipal. Amén de cargar en su mochila la extinción del mapa municipal del PSPV.

Conviene recordarle a Rodríguez, rodeado estos días de palmíferos que se pavonean con el cargo obtenido o en vísperas, que no olvide a Lord Acton, un político inglés del siglo XIX, que acuñó un lapidario aforismo que se reproduce cíclicamente: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Como aún hoy protagonizan en los juzgados un sinfín de ex cargos de los PP. Si Rodríguez quiere remontar, y defender a su ciudad sin autoengaños, con autocrítica, debe librarse de la espada de Damocles (Caso Alquería) que se cierne sobre su cabeza. Y a partir de entonces volver a sus orígenes y reconstruir los puentes que ha cortado. A no ser que quiera reencarnarse, llegado el tema, en un futuro Rafael Blasco.

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