Vicente Martínez Sáez., Luis Pérez Sáez, Miguel Ángel Sáez Lorente, Arturo Sáez Lluch, José Sáez Lluch, José Luis Sáez Peñarrubia y José Sáez Sáez. Cada uno de estos nombres permanece grabado a fuego en la memoria colectiva de Millares desde aquel 4 de julio de 1994. Un fatídico incendio forestal de proporciones descomunales segó la vida de prácticamente el 1% de los habitantes de esta pequeña población de la Canal de Navarrés, donde los rescoldos del dolor no terminan de apagarse. Las calles de la localidad se quedaron ayer mudas durante siete minutos, uno por cada de uno de los siete fallecidos, protagonistas de un emotivo homenaje con el que el ayuntamiento quiso conmemorar el 25 aniversario de la tragedia que marcó a varias generaciones de millarenses. Aunque el tiempo transcurrido no ha conseguido borrar ni un ápice el recuerdo de los fallecidos en las labores de extinción del fuego, el ayuntamiento ha querido conmemorar el 25 aniversario del episodio más triste de la historia reciente de Millares con una concentración, seguida de un recorrido a pie hasta el cementerio, donde se depositaron flores en las tumbas en las que reposan sus cuerpos.

En el incendio murieron cinco componentes de una brigada de la diputación, un concejal del ayuntamiento y un voluntario. Todos eran vecinos de Millares y, en algún caso, con grados directos de parentesco. «El recuerdo sigue muy vivo. Que un pueblo tan pequeño perdiera a tantos vecinos fue algo muy doloroso que, en una u otra medida, afectó a todos de manera directa. Fue sin duda el acontecimiento más trágico que ha sucedido en Millares y va a quedar para siempre», resume el alcalde, José Ricardo Pérez. Cada año, el consistorio brinda una ofrenda floral a los fallecidos, a quienes el municipio dedicó una calle y una escultura que evoca a quienes «perdieron su vida en defensa de la naturaleza» en el lugar donde hallaron la muerte, la montaña, hasta entonces fuente de vida en una población cuya superficie es un 93% forestal. «Cuando llegan estas fechas y estas altas temperaturas, todavía se nos encoge el corazón al pensar en lo que ocurrió», agrega el alcalde.

Fidel Pérez, cronista oficial de Millares, fue maestro de primaria en su pueblo durante 38 años y aún tiene grabados en la retina aquellos días negros del verano de 1994 en los que el intenso calor, la sequía y el viento provocaron un cóctel letal. «Fue muy angustioso y duro para todos. Pasamos mucho miedo por el fuego, pero sobre todo sentíamos impotencia y rabia de que se muriesen nuestros vecinos. El monte se regenera, pero los siete fallecidos no: es una losa que lleva a cuestas el pueblo». El incendio coincidió prácticamente en el tiempo con el cierre de los últimos telares que daban trabajo en Millares. Pérez señala que la catástrofe marcó «el inicio del declive» de un municipio que, desde 1994, ha perdido un 53% de habitantes: el número de empadronados ha caído de 743 a 346.

El fuego, originado por un rayo, arrasó más de 25.000 hectáreas, 500 de ellas agrícolas. «Llegué de València sobre las dos y media y se fue la luz. No le dimos más importancia, pero al momento se empezó a hablar del fuego y el pueblo rápidamente quedó nublado por un humo densísimo, muy negro», rememora Fidel. Pronto se corrió la voz sobre la desgracia. Nada se sabía de la brigada que se había movilizado para atajar las llamas a bordo de un camión autobomba. «Nadie quería admitir la realidad, pero todos sospechamos lo que había ocurrido». Un repentino y violento cambio en la dirección del viento condujo el fuego ladera arriba a gran velocidad hasta la posición en la que se encontraban los medios de extinción, que quedaron rodeados. No pudieron escapar del intenso humo. Seis vecinos fallecieron por asfixia y un séptimo lo hizo en el hospital días después, según narra el propio cronista en un recordatorio sobre los hechos. El único superviviente aún hoy se muestra abatido y no puede evitar derrumbarse cuando se le evoca la traumática experiencia.

«Desde aquellas fechas, y a pesar del tiempo transcurrido, detrás de cada una de las casas del pueblo de Millares se esconde un dolor que afecta más o menos directamente a cada uno de sus moradores. Cada 100 metros hay un hermano, un primo, un cuñado, un amigo íntimo, una esposa, una madre, un hijo, un padre de alguno de estos siete paisanos a quienes el fuego arrebató el aliento cuando intentaron luchar contra él», escribe Fidel Pérez.

Un punto de inflexión

El verano de 1994 fue el más fatídico para los montes valencianos en décadas. El balance: 14 muertos, casi 140.000 hectáreas arrasadas (el 15% de la superficie forestal total) y una catástrofe ecológica monumental a lo largo y ancho del territorio. Solo en Ontinyent se quemó el 94% del monte.

El desastre de Millares marcó un antes y un después que contribuyó a reforzar las políticas forestales hacia mayor niveles de profesionalización, coordinación e inversión. También fue el germen de la reflexión sobre la estrecha relación que tiene el abandono del mundo rural con los megaincendios. Aún así, no todas las promesas se materializaron y hoy los montes siguen presentando una elevada vulnerabilidad por la cantidad de combustible existente, mientras los municipios forestales demandan más medios. «Se ha mejorado mucho desde entonces, pero se espera más inversión en prevención, sobre todo para facilitar que las pistas forestales estén en condiciones para la extinción», señala el alcalde de Millares. «Somos una población con mucha masa forestal. Tenemos una brigada permanente de Divalterra, pero queremos que haya otra en funcionamiento que emplee a vecinos del pueblo», incide Ricardo Pérez, que hace hincapié en la necesidad de fomentar el empleo para combatir la sangrante despoblación que sufre la localidad.