Les voy a hacer una confesión que no había hecho nunca hasta ahora. De pequeño sufrí lo que ahora se conoce como bullying. Entonces esta palabra no existía, menos mal, pero sí el acoso escolar. Yo prefiero llamarlo puteo. El acoso ha existido siempre y por desgracia no se va a erradicar de la noche a la mañana. Los nanos son muy crueles. Unos más que otros. Yo me eduqué en un colegio del Opus Dei y también había acoso escolar. Y otro tipo de acosos.

Comenzaron a meterse conmigo cuando tenía 10 0 12 años. Edad crítica, preadolescente. Insultos y mofas eran constantes. Nunca se lo conté a mis padres por vergüenza. No quería preocuparles. En el colegio me llamaban con motes despectivos. También «Simona la mona», haciendo chistes con mi apellido. Mis compañeros eran así de ingeniosos y ocurrentes. Una de esas personas que se mofaba de mí era uno de mis mejores amigos de la infancia. No diré su nombre, pero si cae en sus manos este escrito sabrá perfectamente a quien me refiero. A pesar de que en aquella época lo pasé muy mal, y me planteé dejar el colegio, no le guardo ningún rencor. Es más, en la cena del colegio que celebramos todos los años por Navidad hemos coincidido en alguna ocasión. Cuando nos hemos visto, no hemos vuelto a hablar nunca del tema. Llegó un momento en que no podía aguantar más, así que decidí contárselo a uno de mis profesores, que, además, era mi tutor. Le dije que estaba recibiendo insultos por parte de mis compañeros de clase. Al principio no le dio mucha importancia. Ante mi insistencia puso algo más de interés. En el colegio me llamaban Pato, apodo que no me molestaba, incluso me hacía gracia. De hecho, algunos amigos míos todavía me llaman así. Cuando el profesor me preguntó si era por el apodo de «pato» le dije que sí. Me acobardé en el último momento y no me atreví a confesárselo.

Ha transcurrido mucho tiempo. He decidido contarlo ahora porque creo que no es bueno callarse. Hay que denunciar los casos de acoso cuando se produzcan y no esperar tanto tiempo. Ponerlo inmediatamente en conocimiento del profesorado y del director del centro para que se tomen las medidas oportunas y evitar males mayores. Muchas veces, por miedo a las represalias no se denuncia y es un error. Desde aquí hago un llamamiento a los poderes públicos para que tomen cartas en el asunto: reformen la ley del menor para que se castiguen debidamente este tipo de delitos, ya que la ley actual es muy laxa. La cosa es grave y puede terminar muchas veces en tragedia porque algunos niños que son objeto de acoso escolar no soportan la presión a la que se ven sometidos y terminan suicidándose.

No he sido objeto nunca de agresiones físicas porque siempre he sido una persona corpulenta y fuerte. Pero las agresiones verbales son casi peores que las físicas.