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MORIRSE DE CALOR

que hace calor en Xàtiva es una realidad tan obvia que mencionarlo es incurrir en uno de los peores pecados de cualquier articulista que se precie: el aburrimiento. Lo que resulta novedoso es que la Agencia de Meteorología haya establecido que el verano dura ahora cinco semanas más que hace 40 años. El verano, ojo, no las vacaciones de verano. Lo que resulta preocupante es que España sea el segundo país del mundo donde se registran más olas de calor y de mayor duración como la que amenaza esta semana. Una semana temible en la que se anuncian temperaturas que no parecen soportables y no solo en nuestra ciudad, si es que eso consuela a alguien. Que causan la muerte hasta 1400 personas al año.

Está más que suficientemente demostrada la existencia del llamado calentamiento global, ese en el que muchos no creen, no porque sean estúpidos que también es posible, sino porque no les conviene. Quizás se convencerán cuando acaben cocidos por culpa de sus propios errores y entiendan que hay servidumbres verdaderamente suicidas. Una de las consecuencias colaterales que no es la más grave ni mucho menos, es la proliferación de especies animales a cuya existencia no hay manera de encontrarle sentido porque parecen vivir sólo con la intención de fastidiar a quien se cree el rey de la jungla y el planeta, o sea, al ser humano. Por ejemplo, los mosquitos. El calor propicia que tengan más ciclos reproductores y consigan aumentar sus poblaciones y algunos también la posibilidad de transmitir enfermedades, como el mosquito tigre. Pero no hace falta ponerse tan serios. Sin ser tigre, sino de la especie más vulgar y conocida, es desesperante la batalla contra esos bichos zumbantes que nos chupan literalmente la sangre convirtiéndose en uno de los obstáculos más evidentes para alcanzar ese nirvana relajado al que todos aspiramos en verano. No hay sensación más sobrecogedora y desasosegante que estar a punto de entrar en un sueño reparador, más o menos empastillado y auxiliado con todo tipo de artilugios mecánicos refrescantes y notar, a pie de oreja, ese silbido malvado y amenazador.

Tomar medidas. Pero el insomnio no es nada comparado con otros males que nos amenazan como resultado de esos grados que van incrementando la temperatura de forma progresiva pero imparable : inundaciones y sequías, degradación ambiental, pérdida de la biodiversidad, enfermedades dermatológicas, respiratorias o mentales. Nos dirigimos directamente, con prisas y sin pausas hacia una verdadera catástrofe que dejará chiquitas a las que asustan en el cine.

Los poderes públicos a todos los niveles deberían tomar medidas para dar respuesta adecuada a unas previsiones que no provienen de una bola de cristal sino de un diagnóstico científico. Sería razonable esperar que lógicamente asustados por una amenaza mucho más letal que la quiebra de los mercados, se esforzaran seriamente en buscar alternativas para detener un proceso que parece irreversible paliando en lo posible los daños causados. Porque éstos son cada vez más graves y generalizados. No sólo afectan a los tradicionales grupos de riesgo (embarazadas, infancia, personas mayores o enfermas) sino que incluso convierten el trabajo en un factor de riesgo ya que el calor extremo se relaciona con un incremento del 9% de la siniestralidad laboral, según un estudio de CC OO.

Las ciudades y los ayuntamientos deberían dotarse de políticas medioambientales que garantizaran la sostenibilidad asumiendo que ninguna acción política tiene sentido si no se garantiza la permanencia del espacio físico donde deben desarrollarse. Y eso sí que es una obviedad que aunque resulte cansina habría que repetir hasta aburrir a los muertos, precisamente para no unirnos a ellos.

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