Dicen que la música es el lenguaje universal y ayer Ontinyent fue testigo de ello. Un mar de emociones, transmitidas a través de un millar de instrumentos musicales, llenó las calles de la capital de la Vall d'Albaida durante más de dos horas, culminando con la interpretación al unísono de todos los músicos de la marcha mora Chimo, dirigidos por Joan Enric Canet. Es el momento de la Entrada de Bandes de Música de las fiestas de Moros i Cristians. En este acto, las 24 bandas de música que acompañan a las comparsas de la ciudad realizan un desfile desde la Plaça de la Concepció hasta la Plaça Major. A la altura de la sede de la Societat de Festers „organizadora de las fiestas de Moros i Cristians„, el presidente de la entidad, Vicent Pla Vaello, junto a los principales cargos de las fiestas, encabezados por los capitanes Gabriel Ferre (cristiano, de la comparsa Asturs) y Àngel Torregrosa (moro, de Saudites), imponían el banderín a las diferentes formaciones musicales.

Y fue precisamente aquí donde el embajador cristiano, Rubén Montava, comentó que «queremos llevar un pequeño trozo de las embajadas a la Entrada. Queremos demostrar al pueblo que els Gusmans es una comparsa fuerte y con ganas». A su lado, justo en la esquina izquierda, se encontraba sentado Vicent Xavier Vila, el abanderado cristiano, quien consideró que la Entrada «es un homenaje al pueblo y, por tanto, una pieza fundamental en nuestras fiestas».

El desfile comenzó de la mano de la Unió Musical d'Aielo de Malferit, representando a la comparsa Asturs. Durante dos horas, las veintitrés bandas restantes recorrieron las calles de Ontinyent interpretando una única pieza. Conforme pasaban los minutos, cada vez eran más los vecinos de la ciudad que salían a la calle para disfrutar de la música. Entre la multitud, se encontraba Alba del Moral, una ontinyentina de 21 años. La joven comentó que la Entrada de Bandes es «muy especial porque con ella comienzan las fiestas. Es un acto que, junto al resto, hace que las fiestas sean inolvidables», recalcó.

Sobre las siete de la tarde, los músicos comenzaban a aglutinarse en la Plaça Major. El gran Castell de Festes se imponía entre la multitud. A los pies de la fortaleza, un escenario por donde pasaba cada banda antes de finalizar el recorrido. Allí, los abanderados de los conjuntos musicales que ya habían desfilado lucían rígidos sujetando el emblema de sus bandas.

Justo debajo, Nico Vidal, trompetista natural de la ciudad, murmuraba entre la gente que «no se entiende un agosto sin fiestas de Ontinyent, un pueblo que, desde el punto de vista musical, es de admirar por la capacidad que tienen las comparsas para permitirse grandes bandas de 60 o 70 músicos e incluso de 160 en ocasiones especiales». El joven explicó que la música es muy preciada en la localidad y especialmente en este acto, donde «todos los años se estrena alguna marcha y se consigue hacer unas entradas increíbles combinando, tanto los estilos de las marchas clásicas como el de las modernas», añadía ayer.

Una fusión de músicos

Josep Moral tiene 15 años, toca la percusión, y ayer afirmó que «la Entrada es el acto por excelencia para los músicos». A su lado se encuentra Isabel Úbeda, saxofonista de 24 años, quien reafirmó la declaración del percusionista y añadió que «es un acto de hermandad entre músicos». Carmen Rodríguez (flauta, 16 años), escuchaba atentamente la conversación y no quiso dejar pasar la oportunidad de intervenir: «es como si todos los músicos se fusionaran en uno».

A las 20 horas el desfile terminó y dio paso a la celebración de dos de los momentos más esperados. De un lado, la entrega del premio a la banda que mejor interpretó el pasodoble durante el recorrido „la Agrupación Musical d'Agullent, que acompaña a la comparsa Bucaneros, con el pasodoble Suspiros del Serpis. De otro, la interpretación conjunta de la marcha mora Chimo. La obra, del Mestre Ferrero, está considerada el himno de las fiestas de Ontinyent por su carácter emblemático y simbólico. En esta ocasión, el afortunado que tuvo el honor de dirigir a los más de 1.000 músicos de las 24 bandas, fue Joan Enric Canet, un compositor de reconocido prestigio dentro de la música festera. Durante seis minutos, la plaza vibró a ritmo de timbales, tubas, trompetas, saxofones, clarinetes y muchos instrumentos más. En ese momento, el recinto se convirtió en una única filà donde lo extraño habría sido no tener la piel de gallina.