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Tribuna

¿La fiesta tiene bula municipal para todo?

¿La fiesta tiene bula municipal para todo?

Las alfombras rojas, los smoking, las corbatas, los peinados recién salidos de la peluquería, los maquillajes, los brillantes, de bisutería o no, de un personal vestido con las galas propias de una boda, llenaban la plaza Mayor de Ontinyent la noche del pasado domingo. Todo ello un síntoma de los valores supremos que esgrimen los poderes de la sociedad ontinyentina actual. La pompa parecía encubrir la privatización que, como una "tradición" más, se hace de una plaza pública. Es decir la palabra "fiestas", y emerge una especie de magia que lo envuelve todo. Ya no hacen falta permisos de ocupación de vía pública. Las tasas por tales conceptos desaparecen. Las normas europeas de ciudad adaptada saltan por los aires. Los festeros tienen bula de la autoridad municipal para hacer de la calle su sayo. Así es que llegamos a la noche del pregón, castellanizado, como hacía tiempo que no sucedía, y que como bien define el diccionario de la RAE es «promulgación o publicación que en voz alta que se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan...». Aunque a la vista de los egos que se subliman en dicho acto, no es difícil dudar de que se logren semejantes objetivos.

Pese a ello, cada año, y otro, y otro, a mirarse el ombligo todos. Dicho acto sirvió para escenificar, además, la soledad enrocada en la que anda inmerso el alcalde Jorge Rodríguez. Sobre todo a raíz de pasar de jugar en un equipo político de Champions, a uno de ámbito comarcal. Un aislamiento que, previsiblemente, se produjo ayer en el acto de l'Entrà. Al pregón no acudió el president de la Generalitat, Ximo Puig, que delegó „como ayer„ en Rebeca Torró. Además, los otros dos directores generales de la ciudad, Rafael Beneyto y F ran Quesada, de Compromís, tampoco fueron invitados. ¿Era una señal de Rodríguez de no querer tender ningún puente hacia la izquierda? Mejor suerte corrió el diputado en las Corts Felipe Carrasco, del PP. ¿Cabe señalarlo como un signo de hacía donde dirige su desnortado futuro político el batlle? Porque de su proyecto de ciudad nada se sabe. Todo a salto de mata.

Pero volviendo a las fiestas ontinyentinas. Se han encorsetado en unos círculos viciosos. La tradición o la antigüedad que arguyen no es incompatible con la innovación o con una adaptación al tiempo presente. La innovación no puede confundirse con que se televisen las fiestas por À Punt. O que l'Entrà pueda seguirse por smartphone desde Australia o desde Colombia. Y está por debatir, con rigor, el retomar como escenario tradicional el Carrer Major.

Campamento... militar. La noticia del verano, seguramente, saltaba el pasado lunes en una red social. Y lo hacía en la página de los juniors de una conocida entidad local de Ontinyent: una asociación privada, de ascendencia religiosa, que este año ha acogido a cerca de 800 niños inscritos en los tres turnos de sus campamentos de verano. A través de dicho medio, los gestores de las actividades del campamento informan y publican fotos acerca de las mismas, con el evidente fin de participar a padres y allegados del desarrollo del campamento. Sin embargo, al parecer, se coló una información no escrutada.

Tras el revuelo suscitado entre parte de la población ontinyentina, dicha información fue retirada al público. La nota secuestrada aludía «al segundo turno de Talayuelas...», donde los niños, supuestamente enviados a recibir pautas pacíficas y de convivencia, recibirían una suerte de "instrucción militar" según rezaba el texto censurado, una vez percibido el desliz. ¿O es que al ser un organismo privado y de adscripción religiosa, tiene bula para adoctrinar militarmente a los niños? Un feo asunto en el que las autoridades civiles o policiales deberían tomar cartas y, llegado el caso, actuar en consecuencia.

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